Los tres goles por partido de Alm Yussuf

La siguiente historia empezó a contarse en el sexenio de Felipe Calderón cuando la sociedad entendió que México había perdido la absurda guerra que el esposo de Margarita Zavala declaró a las mafias del narcotráfico:

Un corresponsal de Televisa, al estar cubriendo la guerra en Irak, se entera que hay un jugador de futbol que tiene un promedio de tres goles por juego. Lo difunde en los programas de deportes y así se entera el presidente de los Tiburones Rojos de Veracruz.

El mencionado presidente del equipo, a pesar de la guerra, viaja a Bagdad y ve que, efectivamente, Alm Yussuf es un fuera de serie que mete tres goles en cada juego.

Después de rápidas negociaciones y, por un precio muy alto, Alm Yussuf es transferido al Veracruz.

Luego de una semana de concentración, se le incluye en el equipo para jugar su primer juego oficial de liguilla contra el Atlético Potosino, en el mismísimo San Luis Potosí.

En ese juego, en su debut, mete tres goles, gana su equipo y se convierte en el nuevo ídolo de los Tiburones.

Siempre pensando en su familia, y para presumirles lo bien que le había ido en el partido que acababa de jugar en el estadio Alfonso Lastras, el goleador Alm Yussuf llama a su esposa desde la misma concentración del equipo en la capital Potosina.

Su esposa Nadim contesta el teléfono y de inmediato ella le dice:

—Por aquí todo mal.

—Ayer mataron al abuelo, una banda armada quiso entrar a la casa anoche.

—Nuestro hijo Yassim fue golpeado en la calle.

—Hace dos días quisieron violar a la niña y a mí me robaron todo lo que tenía encima y, además, no podemos dormir por los tiros, el ruido, las sirenas y los gritos de dolor. ¡Y todo es tu culpa!

Alm Yussuf le pregunta a su mujer:

—¿Y por qué por mi culpa? ¿Qué culpa tengo yo?

A esto la mujer le contesta: 

—¿Y quién nos trajo a vivir a Veracruz, cabrón?

El fraude que metió a México en una guerra que todos hemos perdido

La ambición política de Calderón y sus colaboradores, el fanatismo ideológico de los grupos empresariales mexicanos, la envidia de Vicente Fox a López Obrador, la irresponsabilidad del PRI y el pobre sentido de la ética profesional de numerosos medios de comunicación se unieron para hacer posible un gran fraude electoral en 2006.

La situación se complicó porque, contra lo que esperaban quienes orquestaron el fraude, el candidato de izquierda al que le quitaron a la mala la Presidencia de México, no se rindió ni aceptó convertirse en el líder de la oposición leal, que era lo que le exigían quienes le habían robado la elección. En vez de resignarse y de esa manera legitimar al sistema, Andrés Manuel López Obrador aceptó el cargo que le ofrecieron decenas de miles de ciudadanos en el Zócalo de la Ciudad de México: el de presidente legítimo de nuestro país. Los medios y sus auspiciadores se burlaron, pero muy pronto las encuestas demostraron que la mayoría de la sociedad había tomado en serio el desafío que tantos inconformes lanzaron desde la Plaza de la Constitución: para un altísimo porcentaje de los mexicanos —muy superior al de los votantes que AMLO tuvo— la elección de 2006 había sido fraudulenta y, por lo tanto, no se pensaba que la presidencia de Calderón tuviera legitimidad.

El problema fue que Felipe Calderón quiso con un gran acto mediático —el de declarar una guerra al narco, lo que hizo disfrazado de militar— lograr la legitimidad que no le dieron las urnas. Quizá en el arranque le funcionó e incrementó su popularidad. La tragedia vino después: cuando resultó evidente que las fuerzas armadas mexicanas no estaban preparadas para pelear contra la delincuencia organizada que tiene la enorme ventaja de movilizarse oculta entre las personas comúnes y corrientes.

EPN se equivocó con Osorio Chong

Lo que México ha vivido desde entonces ha sido terrible. Peña Nieto decidió ignorar el problema para enfocarse en las reformas estructurales que muchos veíamos necesarias. No se entendió por qué EPN no puso a combatir a las bandas criminales a los priistas más eficientes y experimentados, esto es, a Manlio Fabio Beltrones y a Luis Videgaray, dos políticos que saben fijar metas y rutas para alcanzarlas. Algún avance se habría conseguido si Beltrones o Videgaray hubieran coordinado los esfuerzos de seguridad en vez del poco competente Miguel Ángel Osorio Chong. El hecho es que no se hizo y los efectos muy dañinos de la guerra perdida de Calderón continuaron durante todo el pasado sexenio.

Durazo a poner orden en el tiradero que dejó Calderón

El presidente López Obrador, consciente de que sin paz no habrá desarrollo de ningún tipo, decidió poner al frente de la estrategia para acabar con la violencia a uno de sus tres hombres con más experiencia en el sector público, Alfonso Durazo —los otros dos, que podrían en cualquier momento colaborar en tareas específicas relacionadas con la seguridad pública son Marcelo Ebrard y Esteban Moctezuma.

No ha sido sencillo para Durazo —y para los secretarios de Defensa y Marina— instrumentar la estrategia que se ha diseñado. Para empezar, se necesitaban cambios legales, que por fortuna ya se dieron. Lo que sigue es integrar la Guardia Nacional. Después, trabajar con honestidad y mucha valentía, pero sin descuidar la propia seguridad de los líderes políticos —la amenazas contra AMLO deben ser tomadas muy en serio. No hay otra manera de recuperar la tranquilidad. Mientras opera el nuevo modelo de combate a las bandas del crimen organizado, los muertos seguirán siendo de Calderón, ni siquiera de Peña Nieto. Así las cosas, el que debe llevar en su conciencia la reciente masacre en Veracruz es el que inició a tontas y a locas una guerra para la que México no estaba preparado.