AMLO ignora el peso de su mal ejemplo

Sembró odio, cosechó tempestades. La violencia verbal, rasgo de identidad de Andrés Manuel López Obrador, es parte de su personalidad lastimada y resentida, pero desde su triunfo de 2018 --motivado tal vez por el éxito que obtuvo-- se convirtió en su principal estrategia política.

Su temperamento es violento, pero, al mismo tiempo, dice ser pacifista y quiere parecerse a Gandhi. No entiende –nunca entenderá-- que las palabras también son armas y que no puede ser pacifista quien consuma a diario el asesinato verbal de sus adversarios.

El presidente también ignora el peso de su mal ejemplo sobre las ideas, las conductas y las actitudes de los ciudadanos. Su mirada es especular, sólo se ve a sí mismo, por lo mismo su agresividad verbal puede convertirse –se está convirtiendo ya-- en una tormenta que a la larga trastocará el orden social.

Su violencia verbal ha dividido a México y está convocando a la parte más bárbara y siniestra del ser nacional, la parte incivilizada que nos negamos a reconocer como nuestra, pero que desde hace un siglo vive agazapada en el rincón más sucio de la Patria, lista para saltar en cualquier oportunidad.

¿A qué distancia estamos del momento en que los odios se conviertan en voluntad de seres enceguecidos para abalanzarse como animales para destruirse unos contra otros? ¿Acaso las expresiones infames de Félix Salgado Macedonio no son la antesala del crimen material?

Los mexicanos no debemos aceptar que se conduzca a México por la vía de la discordia, el odio y la violencia. Hay que poner un alto a esta tendencia suicida y defender, con coraje, no con simulaciones, la democracia y las reglas de la civilización.

Entendamos que el INE somos todos. No sólo porque todos participamos en el conteo de los votos e impedimos con esa participación cualquier fraude. Todos somos el INE además porque esa institución se ha convertido en símbolo de lo mejor de nuestros anhelos: símbolo de la democracia, símbolo de la paz y símbolo de la civilización.