General secretario Luis Cresencio Sandoval: 

¿Leyó ayer esta nota publicada en el diario Excélsior: “Detención de Cienfuegos, sencillamente una locura: Fernández Menéndez”?

El periodista entrevistado tiene todo el derecho del mundo de defender al general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa Nacional.

Más allá de que me parece lamentable que tengan tantos defensores en la prensa mexicana dos exfuncionarios acusados en Estados Unidos de haber trabajado para las mafias del narco —el general Cienfuegos y Genaro García Luna, extitular de Seguridad Pública con Felipe Calderón—, debo admitir que Jorge y otros columnistas famosos, como Carlos Marín, están en su derecho de apoyar a los mencionados presuntos delincuentes de muy alto nivel de peligrosidad. Yo no lo haría, pero respeto a quienes lo hacen. ¿Que Marín no ha abogado por Cienfuegos? Es cierto, en su espacio de Milenio aún no lo hace. Aún no..., todavía no, pero por su trayectoria, ni hablar, las apuestas están a favor de que él no solo pedirá un proceso justo para el jefe militar del gobierno de Enrique Peña Nieto, sino que encontrará argumentos para, según su lógica, destruir las acusaciones.

Cada quien hace en su columnas periodísticas lo que se le pega la gana.

Lo que no es decente es lo que dijo Fernández Menéndez. Cito la nota de Excélsior:

√ "Respecto a la advertencia del presidente López Obrador, de que los miembros del Ejército que tengan nexos con el exsecretario Cienfuegos, serán suspendidos de sus cargos, el analista dijo que tendría que empezar por el general Luis Cresencio Sandoval".

√ “... 'Lamentablemente tendría que comenzar separando de su cargo al actual secretario de la Defensa, como a todos y cada uno de los generales que están en activo hoy en el Ejército Mexicano, (porque) todos eran parte del equipo de mando del general Cienfuegos', dijo el especialista en temas de seguridad en entrevista con Pascal Beltrán del Río".

Jorge, normalmente un periodista prudente, esta vez se acerca a la calumnia. En efecto, para todo fin práctico lo calumnia a usted, general Sandoval.

Más objetiva la nota de Reforma de hoy sábado 17 de octubre: “Persiste en Sedena mano de Cienfuegos”. Porque los reporteros Benito Jiménez y Víctor Fuentes, al hacer la lista de los militares cercanos al extitular de la Defensa que tienen cargos de relevancia en el actual gobierno, subrayan un hecho: “Sandoval no era de su equipo cercano”.

Como dijo ayer viernes Andrés Manuel López Obrador —y como se comentó en su momento—, el actual presidente rompió una tradición de complicidad: la de elegir al secretario de la Defensa Nacional entre una terna diseñada por el general secretario saliente.

El general Cienfuegos no lo recomendó a usted, general Sandoval. Un especialista en el tema, como Fernández Menéndez, debería saberlo. Pienso que este columnista lo sabe, pero no incluye el dato en su análisis para que tenga más fuerza su defensa del exgeneral secretario acusado en Estados Unidos. Esto, intelectualmente hablando, no es honesto; es poco ético y cae en la categoría de la falacia recurrir al truco bastante manido de enlodar a alguien para beneficiar a otra persona.

El arresto del general Cienfuegos en Estados Unidos es un duro golpe a las fuerzas armadas mexicanas. A pesar de ello, creo que el cuerpo militar que usted encabeza, general Sandoval, no perderá prestigio. La razón es muy sencilla: la reputación del Ejército Mexicano, elevada —la mejor entre las instituciones del gobierno nacional—, no depende de lo que hagan o dejen de hacer los generales más importantes.

La gente cree en el Ejército porque los soldados de abajo siempre están ahí para apoyar a la sociedad en los desastres naturales y, también, para enfrentar al narco en las regiones más dañadas por la guerra perdida de Calderón. En los tiempos más complicados que vivió Nuevo Léon, hace unos seis años, todos los habitantes aplaudíamos a la tropa cuando recorría los barrios de Monterrey, San Pedro, San Nicolás, Guadalupe, Apodaca, etcétera. Para nosotros es admirable el pueblo uniformado (AMLO dixit) y esta percepción no va a cambiar solo porque se corrompió uno de los jefes.

El daño por el arresto de Cienfuegos no lo ha sufrido el prestigio del Ejército, sino la reputación de la Secretaría de la Defensa, que no son lo mismo… o, corrijo, que ya no deben ser lo mismo.

México necesita dar el gran paso hacia un gobierno totalmente civil. Que los militares controlen la Guardia Nacional, me parece hasta necesario dadas las condiciones del país. Pero un militar en la Secretaría de Seguridad sería un error, que espero no cometa el presidente López Obrador.

No es un error, sino una (evidentemente inadecuada en los tiempos actuales) costumbre, que las secretarías de Defensa y Marina las encabecen un general y un almirante. Por respeto a usted, general Sandoval, y al almirante José Rafael Ojeda, el presidente AMLO no nombró civiles al frente de ambas dependencias. Pero debió haberlo hecho.

Un presidente de México no romperá esa costumbre, inexistente en las naciones desarrolladas, como bien argumenta hoy en su columna José Miguel Calderón.

Debe usted, general secretario —invite a que lo hagan juntos al almirante Ojeda—, ustedes dos deben promover una reforma constitucional que obligue a que los titulares “de la SEDENA y de la Secretaría de Marina sean individuos fuera del ámbito castrense”.

Los militares preparados, que los hay, y no todos son generales, puedan ser nombrados secretarios de Hacienda o de Salud o de cualquier dependencia distinta a las relacionadas con el Ejército y la Marina Armada.

Las tareas operativas de las fuerzas armadas y aun de la policía nacional deben ser encabezadas por militares bien entrenados y con capacidad de mando. Pero, ¿por qué a fuerza debe haber soldados desempeñando las principales funciones administrativas de las secretarías de la Defensa y Marina? Inclusive sería deseable que las primeras titulares civiles de estas dependencias sean mujeres.

Ebrard y su equivocado miedo a la Secretaría de Seguridad

Aprovecho esta carta, general secretario, para pedirle que le dé usted un consejo a Marcelo Ebrard.

Creo que el canciller, siempre un funcionario eficiente, no está entendiendo la oportunidad política que para él representa la ya inminente renuncia de Alfonso Durazo a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

Durazo se va porque ha decidido buscar la candidatura de Morena al gobierno de Sonora. El hueco que se abre es enorme. Necesita el presidente López Obrador llenarlo con alguien de reconocida capacidad operativa, con experiencia en la materia y de su absoluta confianza. Nadie con mejor perfil que Ebrard, quien ya fue secretario de Seguridad en la Ciudad de México cuando Andrés Manuel la gobernaba.

Hay versiones difundidas por gente cercana al presidente AMLO acerca de que es Ebrard el llamado a reemplazar a Durazo. Ayer, el periodista Manuel Beam Ibarra publicó lo que le dijeron sus fuentes: “Marcelo Ebrard sustituiría a Alfonso Durazo en la Secretaría de Seguridad Pública”.

De inmediato, alarmados, los colaboradores de Ebrard se lanzaron a las redes sociales a calificar como una más de las fake news que circulan en Twitter lo comentado por Beam. A mi WhatsApp llegaron mensajes de políticos ligados al canciller en los que se me preguntaba por qué queríamos en SDP Noticias hacerle ese daño a Marcelo. Alguien hasta me dijo que mejor promoviéramos para ese castigo a una supuesta competidora de Ebrard en la sucesión presidencial de 2024, Claudia Sheinbaum. Esto es absurdo, no por falta de capacidad o de firmeza de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, sino porque su cargo no es renunciable.

Entiendo que los colaboradores de Marcelo Ebrard en la Secretaría de Relaciones Exteriores no quieran dejar la vida fifí que para ellos es la diplomacia —viajar, hablar en inglés y francés con embajadores, visitar la Casa Blanca y el palais de l’Élysée— para en lugar de ello realizar un trabajo que los obligaría a quedarse en México, visitar rancherías y hablar el lenguaje del pueblo con policías y soldados.

Pero la Secretaría de Seguridad, general Sandoval, contra lo que piensan los colaboradores de Ebrard, más que un infierno para este político podría ser su escalera al cielo de la presidencia de México en 2024.

Y es que si Ebrard da resultados, será invencible. Y los daría si se atreviera. Es decir, lo difícil ya lo hizo Durazo trabajando con ustedes, los militares, general Sandoval.

Marcelo Ebrard ya no tendría que pelear con los rebeldes, probablemente manipulados por mafiosos, integrantes de la desaparecida Policía Federal. Encontraría una Guardia Nacional consolidada, ya operativa y eficiente. Y, lo mejor para el todavía canciller, sería el responsable de la seguridad en un país que, al fin, empieza a experimentar una mejoría en lo relacionado con la violencia que ha ensangrentado a México desde el sexenio de Calderón.

Si Ebrard, como sus colaboradores, piensa que sería un castigo ir a la Secretaría de Seguridad, no ha entendido las cosas. O quizá lo tienen cegado los reflectores que lo siguieron cuando cumplió con tantas funciones que le encargó el presidente AMLO, sobre todo la de representarlo en reuniones internacionales.

Pero ya se fueron aquellos tiempos en los que se le consideró todo un vicepresidente. Tiempos que ya son prehistoria; así se desarrolla la vida política de un sexenio. Pudo Ebrard haber sido la estrella en el combate a la pandemia, pero ese papel el presidente de México se lo dio a Hugo López-Gatell. Y apenas hace unos días despertó del sueño de ser el único representante presidencial durante todo el gobierno; sí, con la gira de Beatriz Gutiérrez Müller a Francia, Italia, El Vaticano y Austria. Tristemente, Marcelo no pudo ponerse el Penacho de Moctezuma que nunca fue de Moctezuma, pero que nos hechiza a los mexicanos.

Un par de éxitos notables en la Secretaría de Seguridad, donde ustedes general Sandoval —los militares y el civil Durazo— ya hicieron la tarea, llevaría a Ebrard a ponerse un penacho más simbólico que el del antiguo tlatoani: el de sucesor de Andrés Manuel.

Explíquele a Marcelo, general Sandoval, porque la candidatura presidencial bien vale el sacrificio de que su equipo se prive de las exquisiteces de los restaurantes de Washington y París.