Montanelli

Pocos libros he disfrutado más que La historia de los griegos, de Indro Montanelli, uno de los periodistas más destacados de todos los tiempos.

Montanelli, es decir, su recuerdo histórico, hoy está en problemas. Tiene una estatua en Milán en los jardines que llevan su nombre, pero hay algunos grupos de la sociedad italiana que pretenden destruirla.

En su juventud, en los años treinta del siglo XX, Indro Montanelli cometió lo que hoy es una falta grave, pero que en aquel momento, en África, no lo era: compró a su padre una niña de 12 años de edad, llamada Destá, cuando estuvo en Etiopía como soldado fascista.

Otros grupos italianos, liderados por el periódico Corriere della Sera, se niegan a retirar la estatua de Montanelli, quien nunca ocultó su relación con la niña. En defensa del gran periodista hay quienes recuerdan que lo que es hoy universalmente considerado un pecado, era algo normal en aquella época y en esa nación. Hay quienes argumentan que la propia Destá no se quejó de haber estado con el fundador de Il Giornale, ya que, casada después con un eritreo, a su primer hijo lo llamó Indro.

El laberinto y las alas de cera

La mejor narración sobre el Laberinto de Creta la leí en el citado libro de Montanelli.

El rey Minos tuvo varias mujeres a las que embarazaba, pero de las que no nacían hijos humanos, sino solo serpientes y alacranes.

Pasifae sí le dio hijos normales, pero después cayó en la ocurrencia de enamorarse de un toro, con el que tuvo relaciones gracias a la intervención del ingeniero Dédalo, quien tenía su pasado: huyó de Atenas por haber matado a uno de sus sobrinos.

Pasifae y el toro tuvieron un hijo, el Minotauro, mitad hombre y mitad toro. El rey Minos obviamente se enojó y ordenó a Dédalo construir el Laberinto para encerrar al monstruo. El constructor no supo que el monarca también lo iba a dejar ahí prisionero junto con su hijo Ícaro.

Escapar del Laberinto era imposible, excepto por aire. Maestro de la ingeniería, Dédalo diseñó y construyó unas alas de cera para él y su hijo. Funcionó el invento y huyeron volando.

Ícaro desobedeció a su padre y se acercó demasiado al sol que derritió la cera y cayó al mar. Dédalo sí se salvó, aterrizó en Sicilia

El monstruo del neoliberalismo

Hay que tener cuidado al construir laberintos para encerrar a los monstruos: puede quedar el constructor encerrado en los mismos.

Andrés Manuel, consciente de la peligrosidad del ogro neoliberal, ha construido un enorme y complejísimo laberinto con reformas de todo tipo y nuevas ideas para intentar superar la recesión terrible generada por la pandemia del Covid-19.

A veces me da la impresión de que el presidente AMLO, para lograr atraer al monstruo al laberinto, se ha metido él mismo ahí como carnada. Confía en que las alas de la ética y la espiritualidad que también ha fabricado le permitan volar cuando el engendro ya no tenga opciones para salir de la trampa.

El reciente decálogo de Andrés Manuel, admirable desde el punto de vista del humanismo, creo que cae en una falta: si bien pone correctamente el acento en la ética, se queda corto en las propuestas prácticas. No va más allá de sugerir a la sociedad que se siga guardando la sana distancia. En cambio, se extiende en los valores morales, lo que no está mal, pero no es de ninguna manera suficiente: 

√ “El buen estado de ánimo ayuda a enfrentar mucho mejor las adversidades”.

√ “Démosle la espalda al egoísmo y al individualismo y seamos solidarios y humanos”.

√ “La práctica de la fraternidad, que podamos tender la mano, que no se nos endurezca el corazón”.

√ “Alejémonos del consumismo. La felicidad no reside en la acumulación de bienes materiales, ni se consigue con lujos, extravagancias y frivolidades. Sólo siendo buenos podemos ser felices”.

√ “Tenemos que serenarnos, calmarnos, tener confianza en nosotros mismos”.

√ “Seas creyente o no, busca un camino de espiritualidad, un ideal, una utopía, un sueño”.

Son alas de cera que, con el calentamiento global, se derretirán más rápidamente que las de Ícaro.

¿Cómo no dejarse encerrar en el Laberinto?

No construyéndolo. Comparto los valores de la 4T, pero no la velocidad a la que AMLO quiere imponerlos. No hay condiciones en la sociedad mexicana para procesarlos al ritmo que Andrés Manuel está imponiendo. Es demasiado grande nuestra economía consumista, hay demasiada inversión extranjera y estamos demasiado cerca del monstruo verdaderamente gigantesco, Estados Unidos.

Para que no provoquen un estallido —necesariamente mortal para la sociedad mexicana— los problemas ya presentes de una economía tan capitalista y aun materialista como la nuestra, de la que depende el bienestar de todos sus habitantes, se requiere además de las recetas justas, humanistas y necesarias de la 4T —las de apoyar sobre todo y casi únicamente a los pobres—, aplicar también medidas de auxilio monetario urgente a las empresas formales pequeñas y medianas, algo que no se está haciendo porque choca con los propósitos de la transformación que busca Andrés Manuel. Creo que no hay de otra: o se juega con las reglas del capitalismo, neoliberalismo o como se le quita llamar, o se pierde la batalla.

En su edición de este domingo La Jornada, en su Rayuela, se queja de la injusticia del mundo actual que no cambia ni con la pandemia: “Por adelantado, una parte del mundo rico se agencia la posible vacuna del Covid-19 para 300 millones de personas. Ya sólo falta para los más de 7 mil millones restantes.”

Hubo esperanzas, infundadas, de que la crisis del coronavirus podía provocar la destrucción del vigente orden económico y social tan injusto para, en su lugar, levantar un sistema más igualitario. Parece estar ocurriendo lo contrario. Mientras los países ricos superan la pandemia, en las naciones menos desarrolladas —tristemente como la mexicana— estamos cada día en más problemas sanitarios y ya aparecen las dificultades económicas que podrían tirarnos al vacío.

Tenemos que jugar en la cancha de la economía global y con sus reglas, si queremos adquirir vacunas rápidamente, pero sobre todo para apoyar a las empresas nacionales que empiezan a quebrar.

Son acciones que costarán mucho dinero que no tenemos, pero con el que podremos contar si recurrimos a deuda pública, que desde luego nos meterá en otro laberinto, pero me parece que menos complicado que el de buscar cambiarlo todo a una velocidad que no tenemos fuerza para sostener en el mediano plazo. Todavía estamos a tiempo de hacer lo que se necesita.

Esa canción del laberinto

La mejor canción sobre el laberinto, que no sé si sea un tango, la dejo aquí en un video de YouTube. Es de amor, pero aplica a la política, sobre todo cuando una sociedad, como la mexicana, vuelve a estar, otra vez, atrapada en el mismo laberinto de sus tantas crisis históricas que se resolvieron con violencia.

Andrés Manuel, pacifista, piensa que lograremos la transformación por primera vez sin violencia. Estoy seguro de que así será, pero hay que bajar la velocidad. El cambio de ninguna manera puede ser tan acelerado, ya que eso facilitará las acciones de los enemigos de que las cosas se modifiquen, para bien, en México.