Es lo que leo y escucho prácticamente en cada crítica que se hace el gobierno de México por lo que pasó en Culiacán, Sinaloa. Demasiados comentócratas no entienden o, de plano, confunden deliberadamente el significado de las palabras intentando lograr un fin político. La retirada del Ejército que enfrentaba a un enemigo superior en número y armamento, no fue —claro que no— un acto de cobardía, sino de prudencia. Era lo más inteligente que se podía hacer, y se hizo. Desde Aristóteles a la prudencia se le considera una virtud dianoética, es decir, racional. “La dianoética se desarrolla en el contexto del análisis, la descripción, la justificación o de la argumentación”, leo en alguna página de internet de la UNAM. No era honorable dejar que se acribillara a tantos soldados que no podían ganar la batalla. Pudieron haber resistido hasta que llegaran refuerzos, pero muchos de los que participaban en el operativo de captura del hijo del Chapo, Ovidio Guzmán, habrían muerto. Y con ellos, no lo olvidemos, decenas de personas inocentes, inclusive familiares de militares. ¿Habría habido honor en una estupidez de ese tamaño? Pedro Ferriz de Con, amigo a quien respeto, pero con el que normalmente no puedo estar de acuerdo, me ha enviado un video de su participación en radio. Acusa al actual secretario de la Defensa, Luis Crescencio Sandoval, de no ser un hombre de honor. Ferriz enfatiza la palabra honor: “Perdón que lo diga así, señor secretario, honor, no hay honor”. Pedro, como otros comentaristas, confunden honor con temeridad. Ya que se ha mencionado a Aristóteles, recordemos que para este filósofo el valor no era sinónimo de temeridad. El valor lo veía como un término medio entre la temeridad y la cobardía. En Culiacán ni los soldados ni los agentes de la Guardia Nacional fueron cobardes. Si se les hubiera pedido, habrían dado la vida. ¿Tenía sentido? Por supuesto que no. Los únicos cobardes fueron los sicarios que amenazaron con atacar a civiles. ¿Es tan difícil entenderlo?