Leo preocupación en no pocos analistas porque no hay condiciones para que se acelere el crecimiento económico. Normalmente culpan al gobierno, lo que no es del todo justo: el problema en esencia es global.

Hace un par de días, la nueva dirigente del FMI, Kristalina Gueorguieva, informaba que en el 90% de los países el crecimiento disminuirá este año. Difícilmente México iba a ser la excepción. Menos podía serlo con tantas dificultades —muchas de ellas heredadas— que ha debido superar en su arranque la administración del presidente López Obrador.

Creo que a la 4T no hay que juzgarla en función de si hay crecimiento o no —no lo habrá, no por lo pronto; volverá cuando el mundo entero salga de apuros, algo que no depende de nosotros.

El criterio para saber si el proyecto de Andrés Manuel está siendo exitoso en lo económico tiene que ser otro: determinar si sus políticas están reduciendo la pobreza y mejorando las condiciones de vida —en salud, vivienda y educación— de la mayoría de la población, sí, de tantos millones de mexicanos pobres o de clase media que la pasan mal por más que crezca el PIB.

El objetivo es la gente y el gobierno no puede tener otros. Las personas de la parte más alta de la estructura social, si quieren más riqueza, fácil: que inviertan, sean productivos y creativos; que arriesguen sus recursos, que se la jueguen. Que sean ya lo que no han sido: empresarios de verdad. Esto es, que dejen de ser simples comerciantes o especuladores excelentes para detectar oportunidades de negocios rentables, pero absolutamente incapaces de la menor innovación que contribuya a mejorar la calidad de vida de todos.