Se dice que los tomadores de decisiones económicas siempre obedecen, muchas veces sin saberlo, los dictados de un canónico economista difunto, cuyo fantasma reaparece en ocasiones especiales y se apodera de la imaginación de los gobernantes actuales. Incluso, el espectro suele colonizar la mente y la praxis de actores presuntamente seguidores de una doctrina o ideología diametralmente opuesta a la del difunto.

Pareciera que estamos viendo ese fenómeno en estos primeros meses del gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien toda la vida se ha declarado férreo opositor al neoliberalismo. Sin embargo, y seguramente debido a que las curvas de aprendizaje y apropiación del poder suelen ser difíciles e inducir a cometer errores o contradicciones, podemos detectar en estos inicios del obradorismo algunas acciones y políticas típicas del neoliberalismo, que llenarían de regocijo a Milton Friedman o a Friedrich Hayec.

Por ejemplo, en el tema de la disciplina fiscal del Estado. Es verdad que se trata de un principio que permea los gobiernos de todos los signos ideológicos. Desde la extrema derecha, hasta la extrema izquierda, al menos en las últimas décadas, los gobiernos tratan de controlar el gasto para salvaguardar el equilibrio de las finanzas públicas. Venezuela es la excepción que confirma la regla.

Desde luego, los gobiernos neoliberales han practicado con mayor entusiasmo los lineamientos relativos a la contracción del gasto público y han entronizado con singular dogmatismo la reducción a ultranza del presupuesto destinado al desarrollo social, así como, en general, el abandono de las responsabilidades sociales del Estado.

A partir del gobierno de Miguel de la Madrid iniciado en 1982, hasta el sexenio de Enrique Peña Nieto concluido en 2018, con distintos matices, el gobierno ha privilegiado los postulados económicos y macroeconómicos del neoliberalismo. Las crecientes condiciones de pobreza, desigualdad, exclusión, concentración de la riqueza, precarización del trabajo y desprotección social, muestran cuán inhumanos son los resultados de ejercer el poder y gobernar con base en dogmas económicos e ideológicos inamovibles.

En este contexto, aparece la declaratoria del Presidente López Obrador de que el neoliberalismo ha terminado. La proclama es contundente y goza de credibilidad, sobre todo si consideramos el pensamiento, la formación, el origen popular y el compromiso social del Presidente de la República. Desde Lázaro Cárdenas, no había un mandatario con esa tendencia popular y nacionalista.

Sin embargo, los modelos político-ideológicos, como el neoliberalismo, cuando imperan por largo tiempo, echan raíces profundas que, cuando llegan al poder líderes de signo ideológico distinto, esas raíces son muy difíciles de erradicar.

Ejemplo de ello, es la postura de MORENA, el partido del Presidente, en la Cámara de Diputados, durante la discusión de la reforma por la cual se establece que los padres de niños con cáncer puedan acompañar de tiempo completo a sus hijos en las fases críticas de la enfermedad, sin perder su trabajo y con goce de sueldo de al menos el 60 por ciento de sus percepciones.

Nadie puede oponerse a esta reforma. Es de elemental justicia y humanidad. Tendría que aprobarse cueste lo que cueste. Sin embargo, en el debate en la Cámara de Diputados ocurrió un hecho llamativo: MORENA argumentó apasionadamente que tal reforma generaba “impacto presupuestal”. Esta idea, el fantasma del “impacto presupuestal”, fue el evangelio de los gobiernos neoliberales para echar abajo toda propuesta legislativa que implicara un gasto social. La prioridad neoliberal era asegurar el equilibrio fiscal, pero, en un doble discurso, favorecían la corrupción asignando discrecionalmente enormes cantidades de dinero a contratos, compras, burocracia, intereses de la deuda.

La reforma para apoyar a los padres de niños con cáncer, tiene un “impacto presupuestal” ínfimo: 242 millones de pesos anuales. Esa suma no es nada, en relación con los grandes rubros del presupuesto. Por ejemplo: el Instituto Nacional Electoral, gran elefante blanco cuando no hay procesos electorales, tiene un presupuesto de 15 mil 300 millones de pesos; la SEDENA, 93 mil 670 millones, la Secretaría de Bienestar, 150 mil 600 millones; el ISSSTE, 323 mil 300 millones; pago de la Deuda Pública, 542 mil 900 millones, entre otros rubros multimillonarios.

Es necesario reiterarlo: la reforma para apoyar a los niños con cáncer tiene un impacto presupuestal poco significativo. Sobre todo, si consideramos que el objetivo de ese gasto es moralmente inapelable, socialmente incuestionable. No obstante, el Grupo Parlamentario del partido del Presidente, tensó al máximo la discusión, en aras de, en el más puro estilo neoliberal, evitar el terrible “impacto presupuestal”, o al menos reducir al máximo ese gasto, colocando ese objetivo claramente por encima del noble fin de destinar 242 millones de pesos al bienestar de los niños con cáncer.

El hecho es sumamente interesante. En la Cámara, MORENA expuso sus argumentos, impecables en sí mismos porque mostraban con datos duros que no había presupuesto asignado para 2019 destinado a financiar ese apoyo a los padres de niños con cáncer. Más aún: los legisladores de MORENA están a favor de apoyar a los niños con cáncer, porque coincide con su ideología de dar prioridad a los más desprotegidos.

De hecho, el gobierno de AMLO, en estos primeros meses está orientando claramente sus prioridades hacia una mayor justicia social y compromiso con los que menos tienen, para combatir la pobreza y mitigar la desigualdad. Eso es innegable e incluso las críticas hacia la política social de López Obrador apuntan a señalar posibles excesos y visos de discrecionalidad en su afán de acelerar el ritmo de su cruzada social.

Por ello, y en un enfoque de sicología política, es curioso observar cómo emergen del subconsciente obradorista ideas y acciones propias del neoliberalismo más radical, emblemáticas de su más grande némesis. Así se puede interpretar la insólita apología de MORENA en favor de la disciplina fiscal, su alegato contra el “impacto presupuestal” que implica la asignación de una cantidad tan insignificante de recursos presupuestales para apoyar a los niños con cáncer.

En efecto, atrapa la imaginación la forma en que los postulados del neoliberalismo clásico emergen como si tuvieran vida propia, sin importar que ahora las decisiones públicas las tomen sus más férreos opositores históricos.

Tan poderoso suele ser el imperio del subconsciente, que genera actos no deseados, como esa postura morenista de colocar la disciplina fiscal por encima de la justicia para los niños con cáncer, acto tan intensamente puesto en escena, que impidió al sujeto observar la contradicción que entraña y lo colocó “de pechito” para recibir la condena de los actores de oposición, de los neutrales y de no pocos aliados.