A diferencia de la Aristocracia, que es el gobierno reservado para los mejores, casi siempre con connotaciones estrictamente éticas en el sentido positivo –el gobierno de los más virtuosos -, la raterocracia –por no decir cleptocracia - es una forma de gobierno reservada solamente para los más rateros, para los más viciosos en uno de los muchos vicios humanos. En una forma de gobierno así, solo los más rateros tienen derecho a participar en la cosa pública, tanto en lo ejecutivo, como en la legislación y en la aplicación de las leyes.

AMLO ha dicho hasta el cansancio que uno de los grandes problemas de este país se llama corrupción, en especial la de la clase política. Nada más cierto que esto. Nos consta como fenómeno inobjetable en la historia moderna del país. Es cosa sabida y ya no se habla de ella porque se da por obvia, de tal manera que abordar este tema como motivo de reflexión puede llamarse “verdad de “perogrullo”. Y tan cierto es esto de la corrupción de la clase política, que puede decirse que México vive bajo una raterocracia boyante.

La vulnerabilidad de un ciudadano ante un cleptócrata suele estar relacionada negativamente con su capacidad de reflexión, o con su capacidad de echar mano a la razón y al buen juicio para deliberar y actuar. Digamos que, entre más burda y lenta la persona para aquello de pensar, más fácilmente puede ser víctima de las mentiras de un cleptócrata. Es así que no debe extrañarnos el hecho de que, en toda sociedad enferma de raterocracia, la fuerza clientelar y legitimadora de los raterócratas está siempre en los grupos sociales de baja cultura que, por haber sido despojados deliberadamente de todo medio del saber, están condenados a la ignorancia, a la irracionalidad y, en consecuencia, a la más completa credulidad con respecto al populismo, las supercherías y las fantasías de los políticos rateros –o más bien de los rateros metidos a políticos -. Por el contrario, y como puede ya adelantarse, no hay hueso más imposible de roer para un raterócrata que un ciudadano culto, reflexivo y habituado a echar mano de la razón para deliberar y actuar.

Por todo lo anterior, es fácil darse cuenta de que los estudiantes honestos se encuentran relativamente inmunes – aunque no siempre del todo - a este cáncer degenerativo de la democracia llamado raterocracia, toda vez que ellos se encuentran en la pleamar del ejercicio de ese maravilloso instrumento natural para el juicio recto y la acción virtuosa llamado razón. En efecto, los jóvenes estudiantes no son ni rebeldes ni románticos, son más bien honestos y consecuentes con lo que ellos creen son los principios y los resultados de la razón aplicada a los asuntos humanos y a la política. Podrán ellos estar equivocados en sus deliberaciones o en sus juicios en un asunto público en particular, cierto, pero de que son leales a su instrumento de trabajo en la educación superior –la razón -, lo son. Y lo cierto es que crecer y madurar biológicamente en un mundo como el nuestro, para dejar luego ese compromiso de juventud con la razón crítica a cambio del dinero y del confort de vida, no siempre es precisamente crecer en virtudes éticas, y sí antes bien corromperse en aras de no sucumbir en un mundo individualista.

Y lo que pueden lograr los jóvenes estudiantes con ese compromiso fervoroso con la razón puede ser simplemente maravilloso.

Los estudiantes honestos suelen actuar en política por la vía de la razón crítica, sin otorgar concesiones con los convencionalismos y las tradiciones culturales que se han racionalizado, construido y consolidado, por las vías de la tradición y la costumbre, que las más de las veces están soportados por simples principios falaces de autoridad. Y cuando sucede esto, cuando los jóvenes estudiantes se movilizan guiados por la razón crítica, logran actuar en la cosa pública trascendiendo más allá de una simple multitud dispersa, de un tumulto desordenado, de una banda de individuos irracionales e injuciosos, para constituirse de manera espontánea en un movimiento social unificado, con espíritu de cuerpo, donde el cemento que da cohesión a los tabiques - los individuos -es la razón crítica y su verdad.

Todo lo anterior otorga a los jóvenes estudiantes una voluntad unificada en la política que los convierte en la chispa maravillosa de un verdadero pueblo, del sueño de los políticos de la Ilustración. Hablamos de una chispa de pueblo real - en los estudiantes - que adquiere conciencia de su poder soberano y que actúa consciente y unificadamente tras de un ideal democrático. Hablamos de una chispa de pueblo juicioso que se atiene a la razón crítica para deliberar y actuar, y que, en consecuencia, deja de creer en redondo en el discurso y la propaganda de la clase política que rige en el Estado, si es que ésta ha dejado de actuar con el primado de la razón y los sentimientos de simpatía y humanidad.     

En efecto, los estudiantes honestos son los clientes menos adecuados para los cleptócratas. Y esto lo vimos palmariamente demostrado el día de ayer con los sucesos de la Universidad Iberoamericana. Ahí pudimos presenciar cómo uno de los más ilustres representantes de la cleptocracia mexicana de los tiempos que corren, Enrique Peña Nieto, hijo adoptivo del Sísifo priista – Carlos Salinas de Gortari – y del Caco mexiquense – Arturo Montiel -, entró y salió por debajo de la mesa entre abucheos, protestas y condenas, en calidad de “cobarde”, “asesino”, “títere televisivo” y “ratero”, para luego poner pies en polvorosa entre sudorosas y nerviosas sonrisas, símbolos inexcusables de una artificial y forzada tolerancia.

Cómicas las declaraciones del sumo sacerdote de la cleptocracia priista, Pedro Joaquín Coldwell, cuando señala que el pueblo de la Ibero que se manifestó contra Peña Nieto no es representativo de la población estudiantil. A todas luces se ve la comicidad de las declaraciones en virtud de que no se puede entender cómo este sumo sacerdote infiere la no representatividad de los numerosos manifestantes sin mediar instrumento positivo – de ciencia experimental – de juicio. Evidentemente, Coldwell vuelve a echar mano del discurso de las fantasías – como son las encuestas mentirosas que soportan a Peña Nieto como supuesto puntero - dirigido a la muchedumbre ignorante de mexicanos que siguen prendidos a la tutoría intelectual del perverso duopolio televisivo en México: Televisa y TV Azteca.

Por supuesto que la intención de Coldwell apunta a tratar de disipar la posibilidad de que, a raíz de este evento de la Ibero, se verifique en la conciencia de la muchedumbre dependiente de la televisión un choque contradictorio entre dos datos: el repudio palmario contra Peña Nieto en una casa de estudios superiores de  alto nivel, y la supuesta ventaja de aquél en las encuestas.

¿Serán ciertas las encuestas de la televisión? – podría preguntarse la muchedumbre ante el dilema -.

¡No son representativos de la Ibero! – grita el sumo sacerdote en clara alusión al quid representativo de las encuestas, aunque amañadas, porque son representativas solamente de los más caros deseos de la cleptocracia mexicana -.  

Y más cómico y absurdo el acto en el que el sumo sacerdote multicitado declara que Peña Nieto ya no acudirá a las instituciones de educación superior en virtud de que éstas se encuentran en el umbral de los exámenes y las vacaciones.

Risas…

Lo cierto es que las palabras del sumo sacerdote de la raterocracia priista solo patentiza lo que ya dijimos arriba: No hay hueso más imposible de roer para un raterócrata que un ciudadano culto, reflexivo y habituado a echar mano de la razón para deliberar y actuar. Y éste suele ser el caso del grupo social conformado por los estudiantes de nivel superior en México.

Las palabras de Coldwell son, pues, el reconocimiento implícito de que en México vivimos bajo una raterocracia de alto vuelo y de que los estudiantes de nivel superior no están en el menú de los raterócratas porque se les indigestan.

Hubo por ahí una muchacha de la Ibero que dijo lo siguiente a Peña Nieto:

“Somos fresas, pero no pendejos”.

La anterior expresión resume casi todo lo que he dicho en este apunte. Es el reclamo de una buena ciudadana, razonable y juiciosa, pero harta, a un representante de la cleptocracia mexicana que quiere engañarla.

No quiero pasar por alto la ocasión para felicitar a los estudiantes de la Ibero porque han demostrado a todo el país lo que es dar a luz a una verdadera chispa de pueblo real, de voluntad unificada por un espíritu de cuerpo que regalan la razón y los sentimientos de simpatía y humanidad. Mi gratitud hacia ellos porque, a final de cuentas, pueden servir de espuela en las costillas para otros grupos sociales en nuestro México, especialmente para aquellos que perviven bajo la tutoría intelectual de los medios oficialistas y sus loros mentirosos.  

Y mire usted que todo esto no deja de ser una grande ironía. La Ibero ha sido manoseada en la cultura popular como paradigma más elaborado de los sentimientos clasistas. Sin embargo, ahora, en el momento de la verdad, cuando el país camina por el filo del abismo que significa la posible continuidad de la cleptocracia bajo la divisa priista, son ellos, los “chicos de la Ibero”, los que le dan un ejemplo de conducta cívica y de verdadero espíritu de pueblo al país.

Los maestros de esa escuela debieran sentirse satisfechos. No han hecho una mala labor.

Enhorabuena muchachos.  

Buen día.