A reserva de conocer los resultados finales de los comicios presidenciales en los Estados Unidos, una conclusión es inequívoca: es una nación carcomida por la lacerante polarización social, congénita desde su fundación, pero exacerbada por la narrativa del presidente Donald Trump a lo largo de los últimos cuatro años.

Si bien Joe Biden será el candidato más votado en la historia del país, Donald Trump ganará al menos unos 70 millones de votos, lo que trasluce una movilización electoral sin precedente dentro de las filas del Partido Republicano.

Habremos de esperar el análisis de la elección, particularmente el estudio específico sobre el porcentaje de votos para cada candidato de acuerdo a etnicidad, residencia distrital, estrato económico y color de piel. Sin embargo, vemos dos naciones: la población rural concentrada principalmente en el centro del país, pobremente educada, intolerante y temerosa de perder su privilegio racial ante el crecimiento inexorable de las minorías, y la mayoría tolerante, educada, multirracial y que reside principalmente en las grandes ciudades de las costas.

La experiencia de cuatro años de gobierno de Donald Trump es una lección para Mexico y para los países que sufren la polarización social promovida por la clase política. Si bien Andrés Manuel, a diferencia de su homólogo estadounidense, no posee ese ingrediente racista antiminoritario, sí que exacerba el odio clasista desde el pulpito presidencial. Sus constantes referencias a lo que él entiende como los “conservadores” el desdén hacia la herencia española, la manipulación de la historia de México y su clásica descalificación de los comicios cuando estos no le resultan favorables parecen poner en el mismo escalafón de populismos a ambos presidentes.

El populismo latinoamericano y anglosajón (Trump) advierten rasgos en común: la polarización, la exacerbación de las diferencias, el insulto, la injuria, el desdén hacia la democracia, la descalificación de los procesos electorales, y sobre todo, el adoctrinamiento ideológico. Dos presidentes, léase AMLO y Trump - quienes no miran hacia el pragmatismo sino hacia la personificación de un ideal político que no encaja en las opiniones mayoritarias ni en los consensos mundiales.

La inminente derrota de Trump (así sea) es una lección de que el populismo puede ser derrotado pacíficamente, siempre que la nación cuente con un Estado fuerte, competente y capaz de desafiar la ira autoritaria de los individuos que ascendieron legítimamente a la cúspide del poder político. Al tiempo.