Cuando operaron a Peña Nieto en el Hospital Militar de la Ciudad de México, mucho se especuló sobre su salud. Que si se trataba de cáncer, que si era preventivo ante una posible complicación. Pocas personas conocieron la realidad, lo que abrió la discusión en general sobre la salud de los presidentes y la obligación que deberían tener de informar a la población.

El anterior no fue el primer caso: a Zedillo le operaron de la rodilla; Fox, en el 2003, utilizó una operación de una vértebra herniada como excusa para no tener que reunirse con el presidente de los Estados Unidos. (Sí, también después supimos que sufre de incontinencia verbal o logorrea, aunque se desconoce si es heredada u obtenida por abuso de algunas hierbas psicotrópicas). A Calderón lo operaron por una caída de bicicleta. También cundió el chisme de su falso alcoholismo. Y es que su gobierno fue tan desastroso en el tema de la seguridad, que todos preferíamos pensar que, sí, que era alcohólico o que por tantas muertes, al sentirse culpable, tomaba para olvidar

En todos los casos —a excepción de Peña Nieto—  nos enteramos ya terminada la cirugía. Sin ser secretos, lo cierto es que no se nos aportaba mucha información.

Ahora bien, antes de ellos las enfermedades eran secreto de Estado; el extremo fue con Ruíz Cortines, a quien le quitaron el apéndice sin anestesia general “porque tenía que estar pendiente del país” o con López Mateos (también conocido como López Paseos) quien sufrió de aneurismas durante su presidencia (y murió a causa de uno).

En otras latitudes

Proyectar una imagen de salud y fuerza, ocultando enfermedades, operaciones y vicios, también se da en otros países.

John F. Kennedy sufría de la espalda y de la enfermedad de Addison, lo que le obligaba a vivir fuertemente dopado. El gran Winston Churchill era un alcohólico consumado (pero funcional, eso siempre); Roosevelt además de haber quedado inválido por la polio, le suministraban morfina para el dolor, igual que a Hitler cocaína rebajada…

Hasta la “madre de Europa” Angela Merkel sufrió en dos eventos diferentes recientes temblores en sus manos. La primera vez, se dijo que sufría una fuerte deshidratación; en la última (27 de junio) dada la insistencia de la prensa, se dijo que era por una cuestión sicológica de repetición (evento grande, miedo a quedar mal, etc.). Y mientras los alemanes se debatían por su salud, ella tomó el avión para estar en la reunión del G-20 en Japón, y regresar justo a tiempo para una reunión extraordinaria de la Unión Europea el domingo 30. Ojalá por el bien de ella y del mundo libre, esté bien de salud y sepamos algún día en realidad qué pasó.

Otra enfermedad de poderosos

El Síndrome de Hybris es la intoxicación del poder. Fue descrito por David Owen y J. Davidson en 2009. Citando a Owen: “Los políticos víctimas del hybris, tienden a ver la realidad como un lugar donde ejercer el poder y encontrar la gloria. Son impulsivos, creen ser infalibles. Se sienten responsables de una misión histórica, manipulan la información y no creen cometer ninguna falta por los fines que persiguen. Creen que son el centro del universo y que hay enemigos (reales o imaginarios) que conspiran siempre en su contra. Ciegos de vanidad, no pueden entender los errores que cometen”. 

En específico se les diagnosticó a George Bush padre y Tony Blair por sus errores en la invasión de Irak, sobre quienes escribió lo siguiente: “Creen que no deben rendir cuentas a la opinión pública, solamente ante el tribunal de la historia y de Dios que les glorificará.” Owen también menciona: “Los síntomas del Hybris se agudizan cuando los líderes permanecen en el poder mucho tiempo y se rodean por incondicionales que nunca los contradicen, aplauden sus errores y les extravían de la realidad”.

Si usted, al leer la descripción pensó en Trump o en algunos presidentes que han pasado por nuestra patria, no es mera coincidencia… ¿Cuántos líderes actuales sufrirán de ese mal?

Las enfermedades que importan

Las enfermedades "duelen" al pueblo cuando se trata de un mal gobernante, poco interesan cuando es "bueno", pues al final no importa si el gobernante sufre de alguna enfermedad física o psicológica, siempre y cuando esta no afecte el funcionamiento de quien gobierna y por ende a la ciudadanía y al país. Por ello, los países deberían contar siempre con los mecanismos legales necesarios para separar a los deschavetados narcisos del ejercicio del poder.