Ataques, infundios, demagogia, difamación y perversidad a la orden del día, esto es igual a campañas o precampañas.

El próximo primero de julio, los mexicanos elegiremos un nuevo presidente de la República, juzgo que todos aspiramos a escoger a alguien que respete a las instituciones; que garantice la paz, la justicia, la seguridad jurídica, la propiedad, las libertades económicas y la competencia.

Queremos un gobierno democrático que genere condiciones para que los ciudadanos produzcamos bienestar.

Creo que la gran mayoría coincidimos en que no queremos como presidente a un político dizque “maravilla” con tantas contradicciones, señalamientos e inconsistencias.  A alguien que casi todos en su partido lo consideran un traidor. Al que le reclaman, porque si dice algo, luego mueve las piezas para su propio beneficio. Si por interés traicionó y engañó a su mentor y compañeros de partido, ¿qué nos esperaría a los 127.5 millones de habitantes?

Estoy seguro que tampoco deseamos elegir un gobernante con el cual se corra peligro: uno que se aproveche de la ignorancia de la mayoría sobre lo que son las políticas económicas; que disponga de la demagogia, para prometer todo, aun sabiendo que esto generaría una inestabilidad económica crónica.

Muchos comparten conmigo también, que no aspiramos a alguien que propicie la pérdida de las libertades de producir, comercializar y consumir. Que quiera concentrar en el Estado el poder económico y político con la excusa de crear y repartir riqueza. Aceptar a alguien así, es tener que luchar posteriormente contra las dictaduras. Veamos a nuestros hermanos de Venezuela y Bolivia.

Hay que tener cuidado con candidatos que ofrecen que su gobierno será garante de empleos, salarios altos y pensiones para todos, incluyendo 3 mil 600 pesos para los que no estudian ni trabajan, y no reconocen que con esas medidas que se puede llegar a situaciones como la que actualmente atraviesan los griegos y algunos otros países.

Es increíble que algunos prometen combatir la corrupción, pero dicen no a los organismos ciudadanos para que vigilen. Que dicen no a una fiscalía autónoma que persiga. Que tampoco aceptan investigadores independientes. Que la corrupción solo se va acabar si ellos ganan.

Leí, no hace mucho, alguien lo escribió: que “el problema de estos personajes es creerse caudillos anticorrupción” y que alguno de ellos, por poner un ejemplo, solo tiene como referente una gestión y fue por seis años y mucho pasó:

“En su ente gobernado, el índice de corrupción y buen gobierno, se mantuvo de principio a fin en el lugar 32, el último, el peor. Este personaje solía y suele aún confundir la corrupción con la revolución”.

En ese tiempo, cuando dirigió el destino de 8 millones 605 mil habitantes, “como en las añejas batallas Villistas, permitió a los suyos saquear los sitios conquistados, en nombre del movimiento. Se vio que robar, morder, cobrar cuotas, recibir portafolios con fajos de billetes no le parecían actos de flagrante corrupción porque, asume y justifica, el dinero era para apoyar “el movimiento”.

Honestidad valiente. No cabe duda que la corrupción tiene diferentes disfraces, entre ellos el disfraz de honesto. Vaya que, para decirse honesto, a pesar de las evidencias, se necesita ser valiente.

Hoy, después de más de doce años de recorrer el país no ha podido demostrar, de qué vive, de dónde saca el dinero para tantos viajes y gastos. La pregunta aún sigue sin contestar.

Solo una una frase que viene mucho al caso: “Sacristán que vende cera y no tiene cerería, de dónde la va a sacar si no es de la sacristía”.

Hoy el miedo hace mella, ve en el precandidato ciudadano un ser superior a él, más preparado, honesto real, experimentado, inteligente, de sentimientos nobles; un precandidato que ama a México, pero sin obsesiones, convencido de que esta es una enfermedad mental. Todo esto lo pone a temblar.

Se han dedicado a duplicar el trabajo sucio:  desacredita, ofende, desprestigia sin los más mínimos elementos; su enfermiza obsesión por ser presidente le obnubila la razón. Perder no cabe en su psique.

Irresponsablemente pregona que hay precandidaturas que no prenden, que habrá candidato sustituto. Pretende provocar fracturas con los de enfrente; se imagina lo que quiere ver; es triste detectar que ha creado un grupo de sicarios de las redes sociales; sus extremistas que le siguen ciegamente. Fanáticos que no entienden que la reversa también es cambio.

La precampaña del candidato ciudadano va muy bien, crece como fuego en pasto seco. Cada vez es más cerca de los militantes y simpatizantes, con ideas y propuestas congruentes.

El primero de julio próximo, algún rancho de nombre malsonante será el santuario destinado al culto de las amarguras y frustraciones.

Ya basta de farsas, embustes y trampas.