Es muy poco probable que, si le muestras una imagen del logotipo de Bimbo, el popular osito, a un mexicano de cualquier edad, no lo identifique.

Hay símbolos o logotipos que son más conocidos a nivel mundial que los escudos, las banderas, o incluso los que representan a una religión, a un partido político.

Si mostráramos a 100 niños mexicanos el escudo nacional, el logotipo del PRI o del PRD y el de Bimbo, el que saldría ganando en conocimiento, popularidad, aceptación y cariño, sería el osito.

Hay personajes o caricaturas que fueron utilizadas por las marcas, para posicionar a un producto, como la Coca Cola y Santa Claus, Mickey Mouse y Disneylandia, y por supuesto, la sonrisa del tierno osito que inevitablemente llevará la mente de un mexicano a las donas, las mantecadas, los panquecitos, los gansitos, los pingüinos o los roles de canela.

¿Existirá un mexicano de cualquier nivel socioeconómico que no haya remojado una dona en su café o chocolate, o que no se haya comido un sándwich hecho con el pan blanco de Bimbo?

Sinceramente, lo dudo.

Y viene al caso, porque el osito se quedó huérfano, ya que Lorenzo Servitje, creador de la marca, falleció el viernes pasado a los 98 años, dejando como herencia una empresa que opera en 22 países de tres continentes y da trabajo a más de 150 mil personas.

Son muchas las marcas que fueron creadas alrededor del osito, como Marinela y su famoso Gansito, Barcel, Tía Rosa, Ricolino, Milpa Real, Coronado y Duvalín,

Tuve la oportunidad de conocer y tratar a Lorenzo Servitje en diversas ocasiones, como instructor en la Unión Social de Empresarios Mexicanos, y a través de una entrevista que le hice en 1986, para el libro “Triunfar es algo muy divertido”, junto con personajes como Mario Moreno “Cantinflas”, Consuelito Velázquez, Manolo Fábregas, Gabriel Figueroa y Joaquín Vargas.

Don Lorenzo era un hombre profundamente religioso, y desde que se inició en el mundo de los negocios, tuvo muy clara una ideología social, que privilegiaba al ser humano por encima de las empresas.

De la entrevista, que se prolongó por más de cuatro horas, pudimos entender el pensamiento y la filosofía del empresario, que jamás cambió su forma de pensar.

Era un hombre sobrio, pero elegante, que pensaba que para tener éxito en la vida, había que estar dispuesto al sacrificio, trabajar muy fuerte y tener la capacidad de tomar riesgos.

Nació en el Distrito Federal en 1918, y sus padres eran españoles.

Se pasó la vida entre pan y pasteles, ya que desde los 18 años entró al negocio familiar, que era la pastelería El Molino.

Se calificaba a sí mismo como un hombre introvertido, rigorista, sin sentido del humor, pero siempre preocupado por las personas que trabajan en su empresa.

Al trabajar fuerte en el negocio que le gustaba, obviamente llegó el dinero, que le dio la oportunidad de invertir y crecer al ritmo del país.

Su principal regla fue reinvertir y la siguió hasta su muerte.

Don Lorenzo no hablaba de negocios, ni de utilidades, sino de personas. Estaba seguro que, dándole sentido humano a la acción laboral, los resultados siempre serían buenos.

Estaba convencido de que el gran valor de la política era la democracia y tenía una teoría sobre la productividad del ser humano.

Pensaba que los primeros 25 años, el hombre debía recibir de sus padres, sus familiares, sus maestros y sus jefes.

De los 25 a los 50, debía formar un patrimonio, crear una carrera y establecer un negocio.

Y, que de los 50 en adelante, su obligación era regresarle a la sociedad algo de lo que había recibido.

Le preocupaba México y la tendencia declarada del mexicano hacia el egoísmo, hacia no ocuparse para nada de los demás y hacia un “quietismo” social, cada quien en lo suyo, sin conciencia social, ni consideración por el entorno.

Vivió convencido de que un individuo aislado no podía hacer frente a los grandes problemas y que la solución estaba en las asociaciones o uniones.

Hay una anécdota que me relató personalmente y que refleja bien a Don Lorenzo Servitje.

En una ocasión, se presentó en su oficina la esposa de un empleado que había trabajado durante 40 años en Bimbo y le solicitó un uniforme nuevo para su esposo jubilado.

Don Lorenzo le explicó que los uniformes eran para los empleados activos, pero ella le dijo que su marido acababa de fallecer y que su última voluntad había sido ser enterrado con el uniforme de la empresa en la que había trabajado toda su vida. Por supuesto, Servitje ordenó que se lo entregaran.

Esta pequeña anécdota habla de quién fue Don Lorenzo; de trabajo en equipo, de pertenencia, de amor a la camiseta y al país, de valores y principios inamovibles.

Vaya con su Dios, Don Lorenzo.

Aquí nos deja a su famoso osito Bimbo, emprendiendo por todo el mundo.