Discutir sobre causas es complicado. Es famoso un debate entre dos hombres brillantes, el filósofo, matemático y lógico Bertrand Russell, ateo, y el sacerdote de la Compañía de Jesús, experto en filosofía, Frederick Charles Copleston. En 1948 dialogaron en la BBC sobre la existencia de Dios y, desde luego, se atoraron en el tema de la causalidad.

Russell le dijo a Copleston: “Un físico busca causas; eso no significa necesariamente que haya causas por todas partes. Un hombre puede buscar oro sin suponer que haya oro en todas partes; si encuentra oro, enhorabuena; si no lo encuentra mala suerte. Lo mismo ocurre cuando los físicos buscan causas”.

Copleston replicaba con argumentos y preguntas de este tipo: “Pero su criterio general es, entonces, Lord Russell, que no es siquiera legítimo plantear la cuestión de la causa del mundo, ¿no es así?”.

Russell: “Sí, esa es mi postura”.

Copleston: “Si esa cuestión carece para usted de significado, es, claro está, muy difícil discutirla, ¿no es cierto?”.

Russell: “Sí, es muy difícil. ¿Qué le parece si pasamos a otros problemas?”.

Pero hay que buscar las causas, aunque resulte complicadísimo encontrarlas. En este momento, a los mexicanos lo que menos nos interesa es buscar la causa del universo; no estamos para filosofías profundas. La causa que con urgencia necesitamos encontrar es la de la violencia. Urge diagnosticar correctamente el problema para empezar a resolverlo. Tenemos que hallar la causa original, desde luego. Creo que existe y es política. Álvaro Obregón decía: “En política solo se comete un error, los demás son consecuencias”.

En mi opinión, y considero que es demostrable, la causa de causas de la violencia actual en nuestro país es el fraude electoral de 2006. Felipe Calderón cuando inició su gobierno sabía que no tenía legitimidad. La mitad de la población estaba convencida de que él se había robado la elección y millones de ciudadanos consideraban a Andrés Manuel López Obrador como el único presidente legítimo.

Entonces, para obtener la legitimidad que no le dieron las urnas, Calderón decidió desde el arranque de su administración declarar, a tontas y a locas, una abierta guerra a las mafias del narcotráfico. Una guerra, en efecto, con las fuerzas armadas del Estado mexicano como combatientes, esto es, actuando en lugar de la policía, con las terribles consecuencias que desde ese momento hemos sufrido los mexicanos.

¿Cómo se va a resolver el problema? No lo sé. Ayudará bastante que no aparezca el fantasma del fraude electoral ni en las elecciones de este año en el Estado de México, Coahuila y Veracruz ni, tampoco, en las presidenciales de 2018.

No será suficiente con procesos electorales limpios, pero por ahí hay que empezar. Es obligación de todos los actores políticos competir sin salirse de los límites establecidos por la ley. Si aprendemos a respetar al que ganó, mucho avanzaremos. Ni trampas inmorales para arrebatarle la victoria a alguien ni protestas sin sentido de los perdedores deben volver a manchar a nuestra democracia. Nunca más.