De no creerse lo que pasa dentro de los recintos legislativos, si ya de por sí la credibilidad de los diputados es prácticamente nula con la sociedad, ellos mismos con sus acciones diarias hacen peor escarnio de sí mismos.

Pues bien, el diputado independiente Sebastián Reyes Arellano se encadenó frente al Congreso de Veracruz, como protesta a que no se incluyó en la Orden del día del jueves pasado el tema de la reducción de ediles, por lo que solicitó a la presidenta de la mesa directiva, María Elisa Manterola Sáinz, que se incluyera en la sesión el mencionado tópico. Sin embargo, el legislador sufrió un robo de su teléfono celular.

Amado Jesús Cruz Malpica, coordinador del grupo legislativo de MORENA, preguntó a la presidenta de la mesa directiva si no había los medios para que Sebastián Reyes expresara sus comentarios puesto que llevaba un megáfono por medio del cual hablaba.

Inmediatamente, el legislador independiente, quien a su vez es el presidente de la Comisión de Organización Política y Procesos Electorales, se posesionó de la tribuna y se encadenó de ella, y dijo que no se quitaría hasta que no se incluyera en la orden del día el tema de la reducción de ediles.

Ante la situación, la diputada María Elisa Manterola Sáinz decretó un receso mientras el orden regresaba al recinto legislativo; sin embargo, los diputados de MORENA y Sebastián Reyes Arellano comenzaron a ofenderse unos a otros:

“¡Ustedes ya no son MORENA, sino prieta, dan vergüenza!”, les gritaba desde la tribuna Sebastián Reyes al tiempo que los legisladores de MORENA le gritaban “traidor, sinvergüenza”.

Con el megáfono en todo momento, Sebastián Reyes Arellano exigió a la diputada Miriam Beatriz González Sheridan que no lo llamara traidor, “porque yo me debo a los ciudadanos y no a partidos u organizaciones corruptas”.

Por su parte, el diputado Ernesto Cuevas, de la fracción parlamentaria Juntos por Veracruz, pidió al manifestante que se retirara del Congreso y se fuera “al mercado a vender naranjas”.

Algunos ciudadanos que estaban presentes solicitaron a este último individuo que se saliera: “¡fuera, fuera, tú no eres diputado, eres plurinominal, ustedes son los verdaderos parásitos!”.

Sin embargo, mientras el diputado se manifestaba desapareció de su curul su teléfono celular. ¿Qué es lo que nos está pasando como sociedad?

Lastimosamente estamos viviendo en una época en la que los valores no son tomados en cuenta, en el momento de tomar decisiones, ya sea en una empresa, institución y por qué no decirlo en la dirección o gobierno de ciudades, regiones o países.

Las autoridades y/o ejecutivos no tienen la capacidad de reconocer o diferenciar los sentimientos de los valores y principios. Valores y principios que son los que se necesitan para dirigir o gobernar. Verdad, justicia, integridad, compromiso, honestidad, probidad, etc. están siendo dejados de lado dando mayor importancia a lazos de amistad, compadrazgo, clientelismo, etc.; priorizando el beneficio propio o de grupos de poder, sin importar que se perjudique a la gran mayoría.

¿Qué pasó con lo que nos enseñaron en el pasado? O será que las personas honestas, íntegras, con valores y principios están siguiendo el destino de los dinosaurios y que son como una especie en proceso de extinción.

Para empeorar el panorama la cantidad de personas deshonestas aumenta cada vez más; en el colmo de la desfachatez y sinvergüenza cuestionan e increpan a las personas honestas; con valores y principios por el solo hecho de decir la verdad y obrar con honestidad: estas personas deshonestas, mentirosas asociadas en grupos mafiosos al sentir amenazados sus ingresos tratan de amedrentar y/o mal informar ante sus superiores a los que les impiden su deshonesta actitud.

Las instituciones o empresas en las que se practican principios como Libertad, Fraternidad, Igualdad, Honestidad, Justicia, Verdad y por ende otros valores y principios van languideciendo, seguramente porque no es rentable económicamente.

A pocas personas les interesa la riqueza espiritual, porque en nuestra realidad no es compatible con el logro de riqueza material, las empresas que trabajan con base en valores y principios en nuestra época , económicamente casi siempre fracasan, peor aún si tienen que contratar o trabajar para gobiernos locales, regionales y/o nacionales, porque muchas de las autoridades o funcionarios que representan a dichos gobiernos o instituciones son personas deshonestas que se creen socios de las empresas que elaboran proyectos, ejecutan obras o de las que les venden bienes y por ello piden una participación (mordida) de mínimo 10% del valor de la obra o factura, sin importarles la calidad de producto que se adquiere o de la calidad de los materiales que se utilicen en las obras a ejecutarse y como si ello fuera poco, también quieren y exigen su parte el tesorero, el contador y cuanto trabajador corrupto intervenga para efectuar el pago a dichas empresas.

La exigencia en el cumplimiento de los valores no es popular, porque las personas desean hacer todo a su antojo, sin importarles lesionar a los que se encuentran a su lado, y cuando la autoridad exige su cumplimiento, esto la hace impopular, para ilustrar lo anterior me permito transcribir un pequeño cuento.

 “En cierta oportunidad un emperador visitó una región de su reino, se entrevistó con muchas personas y autoridades; el día en que terminaba su visita, se entrevistó con el gobernador de la región y le dijo que había recibido varias quejas en contra de su proceder recomendándole que modifique su conducta, caso contrario, el próximo año si volvía a recibir quejas lo retiraría del cargo.

Pasó el año y el emperador volvió a visitar la región, nuevamente se entrevistó con muchas personas y el último día de su visita volvió a llamar al gobernador, esta vez para entregarle un premio; porque no solo no había recibido quejas sino que en esta oportunidad todas las demás autoridades y funcionarios hablaban muy bien de él. El gobernador le dijo: Mi señor no voy a recibir el premio que vos me queréis entregar, porque sé que no lo merezco; el año pasado me llamaste la atención por haber recibido quejas en mi contra, quejas motivadas por haber tratado que las leyes, disposiciones y normas se cumplan, me pediste que modifique mi conducta; así lo hice, este año que pasó dejé que todos hagan lo que quieran, no me preocupe si se cumplían o no las leyes, dispositivos o normas, es decir no cumplí con mi función o trabajo , ni con lo que los valores exigen y ahora me queréis premiar ¿Cree vos que debo recibir el premio?”.

Cuántas veces ha sucedido que algunos ejecutivos o autoridades honestas (de los pocos o pocas que todavía existen) se han dejado engañar y formaron opinión de algún subalterno cometiendo el error de escuchar a solo a una de las partes, ¿verdad que la historia anterior se parece a algunas que conocemos? Con vergüenza debemos  reconocer que en casi todas triunfó la deshonestidad y la corrupción mafiosa, enquistada en la mayoría de las instituciones.

La permisividad carece de valores. Los valores no son negocibales por las costumbres, modas o necesidades del momento. No se someten al abuso de las mayorías, reales o aparentes. Lo que mayoría hace o dice hacer no puede elevarse a la categoría de valor, aunque pese en el ambiente.

La permisividad es la comodidad del momento, pero trae consigo muchas incomodidades posteriores. A lo largo del tiempo podemos notar cómo ha ido involucionando la forma de pensar de la mayoría de “autoridades”, funcionarios y trabajadores, al principio a los que actuaban con valores y principios se les conocía con su verdadero adjetivo: honestos; pasó el tiempo y se les comenzó a conocer como “verdes” y en la actualidad se ha llegado a tal degradación moral que se les catalogan como “tontos o idiotas”.

Los hombres libres y de buenas costumbres, son cada vez menos, pocos son los que tienen presente que “En los momentos supremos de la historia, palabras como deber, verdad, justicia y caridad que en nuestros oscuros tiempos son palabras huecas, deben servir como medida para cualquier importante decisión”.

Nosotros nos portamos como si las hubiéramos olvidado. Parece que sintiéramos vergüenza de pronunciarlas y vivirlas, en parte porque temblamos ante los chistes de los filisteos pero sobre todo, porque son remotas a nuestro sentir habitual. Buscamos ser muy astutos, muy inteligentes, muy calculadores cuando la gente ansiosa y sufrida, lo que nos pide solamente que practiquemos las virtudes elementales y que demos nuestra adhesión a las verdades eternas. Ellas pueden guiarnos en los laberintos de estos días. El camino recto y derecho es el más corto y el más seguro.

Muy pocas son las personas que se dan cuenta que los deshonestos al actuar de esa forma no están robando solo a las instituciones que representan, sino que nos están robando a todos los ciudadanos.

Por ello es que deberíamos de tratar de proteger a las personas honestas, buscando líderes que se nutran de honestidad y servicio, creando círculos de reunión de personas que crean en la eternidad de los valores y principios, apoyando a instituciones que ya existen, pero que cada día languidecen para alegría de los deshonestos y corruptos.

Debe cesar nuestro silencio cuando sepamos fehacientemente que nos están robando, por medio del robo en instituciones que forman parte del estado, por que callar ante hechos deshonestos o injustos: es cobardía.

Debemos hacer lo posible y luchar para construir un mundo cimentado en principios y valores, no perdamos la fe en un futuro mejor, vivamos días de esperanza separados por noches de sueños y esperemos lograr un mundo para nosotros.

Quiero referirme a un pueblo que no ha vendido sus principios por varios cientos de millones de dólares. Dejando a un lado la máxima del gran Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no te gustan tengo otros“, en esta sociedad escasa de valores, y de principios, en la que manda el vil metal, la respuesta, siendo sinceros, sería sí. Pero, a fecha de hoy, todavía existen lugares en los que los principios están por encima del dinero, aun viviendo en la pobreza. Además, este lugar está incrustado en EEUU.

En 1851 se firmó el primer tratado de Fuerte Laramie en el que los EEUU reconocía a la Nación Lakota la propiedad de las tierras ocupadas (unos 80.000 km cuadrados) y, a cambio, los indios permitían el paso de los colonos blancos. Lamentablemente, para los lakotas, se descubrió oro en las montañas de Montana. La “fiebre del oro” arrastró a miles de buscadores y el gobierno americano envió al ejército para construir más fuertes y proteger un corredor (sendero de Bozeman) que, atravesando el territorio de caza de los indios, llegaba hasta las minas.

Esto ocasionó enfrentamientos entre indios, mineros y ejército, con escaramuzas, pequeños enfrentamientos y grandes batallas como Little Big Horn (Toro Sentado derrotó a Custer y su 7º de Caballería). Los lakotas defendieron a muerte sus montañas sagradas, Black Hills. Al final, y debido a la superioridad del ejército americano, los indios fueron derrotados, unos huyeron a Canadá y otros fueron recluidos en pequeñas reservas. En 1877, en su nueva posición de superioridad, el Congreso de los EEUU se apropió de las Black Hills.

En 1981, y después de varias Comisiones, Reclamaciones, Apelaciones y demás cuestiones legales entre el Gobierno Federal y los representantes de la Nación Lakota, la Corte Suprema confirma la sentencia por la que se indemnizaba a la Nación Lakota con 122,5 millones de dólares y, a la vez, denegaba cualquier derecho de los lakotas a recuperar la propiedad de las territorios fijados en el primer tratado de 1851.

A fecha de hoy, esa cantidad podría ascender a unos 500 millones. Sus legítimos dueños malviven vendiendo baratijas y siguen luchando porque se respete el tratado, roto por el hombre blanco, y recuperar sus montañas sagradas. A otros le habría faltado tiempo para coger el dinero.