Primero que nada quiero precisar mi postura ante la situación política y económica de Venezuela, así como de sus últimos dos gobernantes, el difunto Hugo Chávez, y ahora Nicolás Maduro.
Nunca he sido partidario de la política económica romántica del socialismo, y mucho menos del comunismo, y mis razones no están fundadas en la retórica conservadora de que los comunistas son el demonio, o que los socialistas son puros demagogos y populistas con el disfraz puesto de Robin Hood. Estoy convencido que entre más paternalista sea un gobierno, más improductivo y conformista será su pueblo. Y esto es simple, la ambición del hombre es infinita, si un pueblo recibe todo el tiempo excesivas dádivas, no habrá dinero suficiente en la faz de la tierra que alcance para subsidiarlos eternamente, y por otro lado, una actividad de emprendimiento sin reglas, se corre el riesgo ?como ya sucede hoy día- de que un solo hombre, o un pequeño grupo, sean lo suficientemente ricos, como para comprar las conciencias y el alma de hombres hambrientos.
Venezuela vive una compleja situación económica, social y geopolítica. Los izquierdistas lo resumen como ?bienestar para el pueblo?, y los derechistas como garantía ?al Estado de Derecho mediante la libre actividad empresarial?. Ambas posturas se olvidan de incluirse a sí mismas. Hoy con la ?globalización? y el acceso a la información por internet, es más sencillo poder enterarse y entender un conflicto que involucre a una sociedad en particular del globo terráqueo. Solo basta dar unos clics por aquí y unos por allá para recabar información de diferentes medios y poderse formar un criterio de la situación a perecer. Ya las posturas radicales acompañadas de fanatismos, por más que se lea ?los fanáticos nada leen, sino dejarían de serlo-, poco entrarán en un trance de entendimiento y mucho menos de razonamiento.
Dicho lo anterior, me atrevo en llamar con todas sus letras desestabilizador y reaccionario al literato ganador de un premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, por su aparente fanatismo a un modelo económico draconiano, virreinal, clasista, excluyente y opresor como es la ultraderecha.
Un personaje que se dice hombre de letras como Vargas Llosa, es inaceptable que utilice su figura y estrellato público para beneficiar a un grupo de ultraderechistas que buscan ante todo, desestabilizar un país que ha puesto fin a los abusos de poder por parte de los capitanes draconianos. Lo sostengo, porque para nadie es un secreto que Venezuela es rico en yacimientos petroleros, así como en recursos naturales y minerales, por lo tanto, es un país objetivo para la actividad ?empresarial? draconiana mediante un modelo económico del 1% de ricos, que mantiene el 99% de individuos dependientes de oligarcas que fungen como una figura de Estado, en el que se sostiene, que mientras se siga manteniendo esa base del 1% de ricos, se garantizará esparcir la riqueza hacia el 99% de la población. En resumen, un capitalismo cacique moderno.
Mientras Vargas Llosa lamenta el silencio de América Latina ante Venezuela, ha guardado mucho silencio ante los Golpes de Estado en 2005 de Ecuador contra Lucio Gutiérrez, en 2009 de Honduras contra Manuel Zelaya, y 2012 de Paraguay contra Fernando Lugo; tampoco ha levantado la voz para condenar los intentos golpistas de Venezuela en el 2002 contra Hugo Chávez, en Perú en el 2005 contra Alejandro Toledo Manrique, en el 2008 en Bolivia contra Evo Morales Ayma, y en Ecuador en el 2010 contra Rafael Correa.
El escritor Vargas Llosa es libre de ser aficionado a la fiesta taurina como se le ha visto en la plaza de toros Juriquilla ubicada en Querétaro, también está en la libertad de ser aficionado al capitalismo cacique, pero de eso a levantar la voz de indignación contra figuras golpistas y ultraconservadores venezolanos solo por el simple hecho de odiar a los políticos románticos de socialismo, lo anterior refleja un acto de bajeza y miseria humana.
El Apunte
La doctrina económica del Consenso de Washington es un modelo altamente lesivo para el orden y desarrollo económico de los países, la doctrina prevalece un Estado ausente y débil, para fortalecer un grupo de intereses particulares por encima de las mayorías.