El tema de Culiacán no es cosa menor. Es el resumen nuestro de cada día.

El país se ha vuelto a dividir en dos bandos irreconciliables. En ambos, me parce, priva más la pasión que la razón.

Las razones que alegan uno y otro son bastante manidas, porque la gente que vive a ras de suelo las conoce y los conoce.

Los de un bando afirman que de no haberse actuado como se actúo, pudo haber centenares de muertos; en su mayoría gente de la calle, civiles, inocentes, así que “para qué”.

Esos mismos afirman que realmente se trató de una trampa de los fifís conservadores contra el presidente de la República; que trastabillara y ya caído exigir que se fuera.

Los contrarios afirman que lo de Culiacán es un precedente funesto para la seguridad nacional, del cual ya no se repondrá, por lo menos en lo que resta del sexenio.

El gobierno, Andrés Manuel López Obrador, el jefe supremo de las fuerzas armadas, afirman, se doblegó ante el crimen organizado. Claudicó.

El monopolio de la violencia, como la quintaesencia de todo estado nacional moderno, quedó en entredicho.

Perdió el estado mexicano frente a uno de los grupos criminales, no el más peligroso incluso, pero sí de los más peligrosos.

Un dato importante que no se debe omitir fue la propaganda desatada en tiempo real de uno y otro bando.

Al parecer los narcos tienen tanto dominio sobre las redes sociales como el propio gobierno.

Con el transcurso de los días (una semana) las cosas no han llegado a su fin; se sigue ignorando qué pasó, no obstante cierto triunfalismo gubernamental.

Culiacán,el Culiacán del jueves , me ha hecho pensar en lo que se vive en mi pueblo, o en el ayuntamiento de mi pueblo, o en el ayuntamiento del pueblo que se quiera. En la Tierra Caliente.

El México rural se pudre frente a la indiferencia, no de uno, sino de los tres niveles de gobierno, para decirlo en la fraseología burocrática.

Vas de paseo, te apeas de tu auto, de pronto, alguien se te acerca y te ofrece, señor lo quiero ayudar. Deje las llaves pegadas de su auto y retírese.

En el pueblo, los buenos y los malos se sientan todos los días a desayunar en la misma mesa de la misma fonda.

Ante la ceja alza de algún transeúnte suicida, los buenos alegan que no hay denuncia, “y si no hay denuncia, señor, los derechos humanos se nos vienen encima, y para que quiere”.

Las autoridades municipales de apenas tres años de gestión, deliberan como Juan Gabriel, “pero qué necesidad” tengo de meterme en problemas.

Los malos razonan y recomiendan en voz alta. Ellos allá, nosotros acá; ellos en lo suyo, nosotros en lo nuestro. Que nadie se entrometa.

Envuelto en esas cuestiones, envalentonado afirmó que subiría antes las autoridades correspondientes a levantar la denuncia contra quien resultara responsable.

No te alebrestes, advirtió un pariente que conoce del teje y maneje de la localidad. “No sabes ante quien declaras”.

Apacíguate.

Puede haber remedio, alienta. ¿¡Cuál!? Esperar a que lleguen otros, que se maten entre ellos, y entonces, tal vez entonces, recuperemos lo nuestro.

Es posible que estemos ante ese escenario, esperar a que lleguen otros mucho más poderosos, y entonces sí el señor Guzmán sea puesto en su lugar.

En tanto eso ocurre, a callar y obedecer.