Los gobiernos de América Latina viven en buena medida del reconocimiento oficial que les otorga EUA. Si el vecino del norte les quita ese reconocimiento, no duran mucho en el poder. ¿Por qué? Muy simple: el reconocimiento les abre las puertas a los créditos de organismos internacionales. Pero cuando la diplomacia yanki les da la espalda a esos gobiernos en desgracia, no les vuelve a prestar nadie; se quedan en la vil calle.

Nicolás Maduro está a punto de ser derrocado no por la amenaza de una invasión de marines — Trump vive tan ensimismado en los problemas de su país que le da flojera asomarse más abajo de sus fronteras — sino porque pronto será insolvente: perderá por completo su ya mermada capacidad crediticia.

Este súbito retiro del reconocimiento oficial a un gobierno extranjero, la han aplicado los gringos desde hace muchas décadas. Por ejemplo, en México, la usaron con éxito en contra del gobierno de Victoriano Huerta. Algunos historiadores fijan el derrocamiento de Huerta tras la invasión norteamericana a Veracruz. Mienten: para entonces, Huerta ya tenia cantada su suerte; el Presidente de EUA Woodrow Wilson no lo quería y se encargó de convencer a las demás potencias extranjeras para que también desconocieran a Huerta. La presión de Venustiano Carranza fue secundaria. Sólo una potencia siguió prestándole dinero y armamento al dictador mexicano: Alemania. Para ese país, México era una zona estratégica en términos geopolíticos (por la guerra mundial que un año después se desató).

Como lo hizo contra Huerta, EUA ahora retira su reconocimiento oficial a Maduro. Y convence a las demás potencias del mundo que lo emulen. Sin embargo, no habrá invasión de marines: garantizado. Maduro ya tiene cantada su suerte. En este escenario, la presión de Juan Guaidó es secundaria. Solo un país sigue prestándole al dictador venezolano: Rusia. Para Putin, Venezuela es una zona estratégica en términos geopolíticos: quiere meterse hasta el fondo del vecindario que controla Trump.

Como prueba de que Rusia mete las narices en Venezuela, está la flotilla de aviones rusos, enviados por Putin, que sacaron entre ayer y hoy de Caracas un cargamento de millones de dólares. Le preparan a Maduro un exilio dorado. El acuerdo entre enemigos ya está más avanzado de lo que aparenta. Maduro se va. Es un hecho. México quiso fungir como mediador diplomático entre las partes en conflicto. Pero a nadie le importamos: no somos nada en el tablero latinoamericano. Menos en el orden mundial. Decía el maestro Antonio Caso que en cuestiones diplomáticas “México está en el fundillo del mundo”. Quizá tenía razón.