La democracia es un régimen que, con todo y sus imperfecciones y sus vicios, cada vez se afianza más en el mundo como la garantía que tienen los ciudadanos de poder evaluar y elegir con su voto el rumbo que quieren para su nación. Lo mismo en México, que en Argentina, en España o en Uruguay, los electores van a las urnas cada vez con una mayor confianza de que las instituciones democráticas funcionan para que la gente decida en libertad, básicamente entre dos opciones: continuidad o cambio.

Los gobiernos que surgieron de procesos democráticos hacen su mejor esfuerzo con el fin de presentar su mejor cara ante los electores ante el severo tribunal en el que se convierte el día de la elección, tratando de reelegirse directa o indirectamente (con un candidato del mismo partido) y crear una directriz de continuismo, y de la otra parte, quienes aspiran a relevarlo, plantean las mejores estrategias de comunicación para hacer fácil y entendible para todos, el cambio que ofrecen a los votantes y al país.

En las elecciones lo fundamental es comunicar y el que comunica mejor casi siempre es el que gana. En Uruguay, país que me ha abierto las puertas para realizar una serie de investigaciones para una organización no gubernamental internacional, las cosas en esto de los procesos electorales ocurren como en el resto del mundo. Aunque como todo, la política, las precampañas y el actuar de la gente frente a los comicios, adquiere tamices y particularidades especiales.

Como observador de la realidad, me han llamado la atención en el Uruguay dos cosas. Uno, el activismo de una prensa que se siente la gran influenciadora de la opinión pública para tratar de imponer su agenda o de plegarse a la agenda de partidos y/o precandidatos, con fines que evidentemente están más allá de los intereses de las audiencias.

Pongo como ejemplo el caso de medios como El Observador y El País, que han tenido una muy marcada proclividad para apoyar a uno de los precandidatos en la contienda que concita el mayor interés en la sociedad uruguaya, la del Partido Nacional. Estos medios, líderes en el espacio escrito, han tratado de minimizar al máximo el nivel de competencia por la precandidatura presidencial en ese partido, por una sola razón: su pertenencia a un status quo que se ve amenazado por parte de una corriente rupturista y renovadora, encabezada por un empresario llamado Juan Sartori.

Medios como los mencionados y periodistas de renombre, no dudan en criticar al empresario, en sacar de sus páginas sus actividades, en organizar investigaciones exhaustivas que transmiten en programas de televisión para tratar de desacreditarlo. Sin embargo, las encuestas siguen indicando que ese personaje que ha puesto de cabeza a la sociedad política más tradicional de Uruguay, no deja de crecer y de cara a la elección interna en el Partido Nacional, nadie se atreve a pronosticar cual es su “techo” de crecimiento.

El propio periódico El País publicó la semana pasada que derivado de la preocupación que genera este outsider en la campaña de los precandidatos tradicionales del Partido Nacional, los dueños de ese partido, los que se han rotado candidaturas en los últimos 25 años, hubo una reunión para hacer una estrategia de conjunto con el fin de “ignorar” y así tratar de frenar al intruso que amenaza a sus intereses.

De acuerdo al periódico, el complot fue un acuerdo de los precandidatos Luis Lacalle Pou, que era el favorito y ve amenazada su candidatura, así como de Jorge Larrañaga, que era segundo y ya está tercero en las encuestas, Enrique Antia y Carlos Iafligiola.

El asunto es grave porque en el Uruguay, se siente un anhelo por el cambio y en contra de la continuidad. En tres períodos de gobierno, el Frente Amplio (la izquierda de Pepe Mugica y de Tabaré Vázquez) ha dividido al país y si bien ha asumido leyes de avanzada, como el reconocimiento al matrimonio igualitario o la legalización de la marihuana, ha generado una crisis económica caracterizada por el alto nivel de desempleo y un muy elevado costo de la vida.

Las encuestas lo que están indicando desde principios de año, es que en torno al Partido Nacional puede constituirse, con miras a octubre próximo, una amplia mayoría capaz de terminar con quince años de historia de una Uruguay orientada a la izquierda. Pero nunca, en ningún país del mundo, se había visto que una oposición con posibilidades de ganar la presidencia en las elecciones de octubre próximo, haga hasta lo imposible por perder. Esta es la paradoja uruguaya: la principal oposición sabe que soplan vientos de cambio, pero sus cuadros más tradicionales se aferran a una precandidatura y no se dan cuenta que el cambio es un huracán que tiene que viene a cambiar también lo que no sirve o ya no funciona dentro del Partido Nacional.