¿Funciona nuestra Democracia? La palabra la usamos para definir que el poder deviene del pueblo, es decir que es el pueblo --de manera directa o indirecta-- quien decide quién será el que va a administrar todo el gobierno, tomar las decisiones importantes del Estado y lo representará ante otros países. Es una idea práctica, lógica y que busca una razón: el bien común.

Pero ante los acontecimientos de hace poco menos de 15 días se debería pensar si este ejercicio que acaba de hacer una parte de la ciudadanía en el país representa a todos.  Si bien es una obligación cívica ir a votar, incluso emocional y hasta festiva, para casi la mitad del electorado que sacó su credencial de votar y está inscrito en el padrón, no significó nada. Sólo otro domingo más.

Los estudios, como me comentaba un querido amigo, están enfocados a los votantes, sabemos cuáles son sus preferencias, qué tipo de utilitarios son los que gustan más, que tipo de discurso es el que les importa.

Las encuestadoras buscan qué necesidades son las que tiene la gente, incluso hay estudios que indican el porcentaje de votantes que “perdona” a los políticos que se sabe son corruptos, pero se dedican a política profesionalmente y tienen un grado de aceptación, aunque “roben poquito”; sobre todo porque sus votantes saben que cumplen algunas de las promesas que hicieron y porque estos políticos saben tomar decisiones.

Está la otra mitad, la de las personas que no van a votar, de esas sabemos muy poco, casi nada, como si no importaran. Especulemos entonces por qué no van a votar, las respuestas son diversas: desde que quizá no consideran que los candidatos les ofrecen lo que ellos necesitan, o no les gusta su carisma, hasta que tal vez están decepcionados y piensan que son lo mismo uno u otro. Pero si uno quiere saber por qué la mitad del electorado no vota, eso no lo mapean las encuestadoras.

Esta democracia funciona. Aunque votara el cinco por ciento del electorado, los votos se van a contar y quizá alguien se preocupará por el 95 por ciento del abstencionismo, pero el sistema democrático está pensado para que con el número de votos que sea se legitime la elección y el ganador se sienta un demócrata.

Cada vez somos más los que creemos que esta corriente de pensamiento que viene de la Grecia antigua ya caducó. En otros países la gente no está esperando las elecciones como una forma de vida. Por ejemplo, en Francia, se  votó hace poco y hubo un gran abstencionismo, no como el mexicano, pero si le sumamos los votos nulos, fue casi del 30 por ciento.

La diferencia es que el mismo domingo que se votó, la candidata perdedora reconoció su derrota, Macron ganó y la vida siguió su continuidad. No hubo conflicto post electoral, ni mucho menos, y la toma de protesta del ganador fue para el anecdotario y punto. Continuidad, esa es la palabra clave. Ya no importa quién gane una elección, pues lo que la sociedad espera es que haya una continuidad que, por lo menos, uno siga con su trabajo, que no haya desabasto, que los servicios funcionen que todo siga igual y eso lo garantizan todos los candidatos y todos los partidos.

De hecho lo que ofrecen es que algunas cosas sean mejores, pero no que nada sea peor, entonces, pues no importa, si hubiera ganado Delfina en lugar de Del Mazo, de alguna manera, también hubiera subido el transporte público y seguiría la construcción del nuevo tren. Y si no fuera así sería su suicidio político.

De ahí también que se esté ocupando para combatir a AMLO la idea de que él parará la construcción del nuevo aeropuerto. No importa si su idea sea mejor o peor, no es una buena idea mandar una señal de que las cosas van a cambiar de un gobierno a otro, menos radicalmente. Sí está bueno que haya cambios, pero que tengan una cierta lógica, que se hagan con novedad y que los cambios no afecten el bolsillo sobre todo el de los trabajadores.

Por eso, los cambios que proponen todos son en materias intangibles, aunque sí muy importantes: en la seguridad, en el empleo, en la educación, en la salud, en la alimentación, en evitar la corrupción, en distribuir bien el dinero que se recauda; en eso que todos necesitamos y que es importante se mejore día a día.

Si los candidatos deben tener esa continuidad y su propuesta es mejorar lo que ya se está haciendo. ¿Para qué gastar tanto en tener una democracia de pocos? ¿Para comprar el voto? Parece que sí, porque ya sea con utilitarios, con tarjetas, con tinacos, con pintura o con dinero en efectivo, así  se ganan las elecciones.

Y entonces la población, en su mayoría la de más escasos recursos, sabe que cada elección le invierte tiempo al acarreo, a la participación y a estar presente en la elección y se gana su lanita. En las zonas urbanas, la gente tiene que trabajar, en una fábrica o una empresa, con un horario y entonces ya no puede estar viendo cómo vende su voto. Por eso suena lógico que Morena diga que en ciertos lugares se compraron los votos y muchos crean que fue cierto.

Nuestra democracia ya no funciona, no así, ni siquiera es que la gente no quiera ejercer su derecho, es que ya sabe que no importa. Cada vez nos cansamos más de la guerra sucia, de los miles de spots en la radio y la tele, de los memes en Internet, de las transas, de la post verdad, de las llamadas en la madrugada, de las playeritas y las gorras. Y de todas formas, muchos no salen a votar,  pues prefieren hacer su domingo familiar y luego irse a dormir tranquilos.

Y si esta democracia ya no funciona, ¿por qué no le quitamos ese dinero a los partidos y que salga el candidato a convencer y no a comprar el voto? Que no tenga dinero, que no haya acarreo, que no haya utilitarios, que no haya guerra sucia, que no haya post verdad, que no haya negocio y que sea genuinamente con el carisma y su oratoria que gane el candidato, que despierte interés sin dinero y veamos si de verdad funciona la democracia mexicana.

Ya se ha hecho; lo logró  Raúl de Luna Tovar Presidente Municipal de Enrique Estrada en el estado de  Zacatecas.