Todos los días amanecemos en esta, nuestra querida CDMX, leyendo encabezados de noticias en los que se denuncian los altos índices de delincuencia, muchas veces exacerbada por la impunidad que existe al no tener un sistema de impartición de justicia eficiente y agencias investigadoras capaces de hacer eso, “investigar” para detener delincuentes y llevarlos ante un juez.

Por el contrario, el día de hoy fui víctima de un robo perpetrado por delincuentes con placa y uniforme. Delincuentes vestidos de amarillo y negro, que ignorantes de su propio trabajo, se dedican a asaltar a plena luz del día y con “la ley en la mano”. Estos malhechores, tienen licencia para robar otorgada por sus jefes, y aunque supuestamente están para protegernos, flagrantemente intentan sorprender a la ciudadanía cayendo como manada de lobos hambrientos sobre sus presas.

Es realmente asombroso ver cómo aplican con maestría ejemplar, la máxima de ser “la autoridad”, cuando debieran ser personas que representan instituciones sólidas; ser respetuosas y respetadas, para con ello, contar con el pleno reconocimiento de la ciudadanía. En cambio, son pelafustanes que no muestran dignidad; mal uniformados, panzones desfajados, u oficiales mujeres pintadas cual “teiboleras” (mis disculpas a las artistas del “Pole dance”), no saben hablar correctamente y se contradicen entre ellos ya que desconocen el reglamento con el que se escudan para hacer sus tropelías.

Sin embargo, los verdaderos delincuentes son los que los sueltan en las calles y les dan un reglamento “a modo” para que puedan delinquir, y es que el negocio de las grúas es un gran botín. Por el simple hecho de subir el vehículo, es decir, engancharlo, cobran la friolera de $661.00 pesos; la grúa no lo arrastró 10 kilómetros para llevarlo a un corralón (otro nido de delincuentes), no, solo levantó el vehículo 15 centímetros del suelo y lo remolcó cero centímetros.

Estos delincuentes de amarillo y negro son solamente trabajadorcillos de mafiosos de mayor calado, que no son otros sino los “gobernantes” de esta ciudad, que, en vez de poner a sus policías a realmente combatir a la delincuencia, se dedican a extorsionar a la población con “la ley en la mano”.

Pero como bien dice el dicho: “La culpa no la tiene el indio sino el que lo hace compadre”; estamos pagando el precio de nuestra indiferencia y apatía. Seguiremos añorando los tiempos de Don Ernesto P. Uruchurtu, porque la delincuencia, anda desatada.