“La dictadura perfecta”, como llamó al sistema mexicano el escritor Mario Vargas Llosa, después de 71 años, se derrumbó en el año 2000.

El dedazo presidencial, que designaba sucesor, candidatos a gobernadores, senadores y diputados federales dentro del PRI, perdió vigencia por varios años.

Los nuevos amos del país, que quisieron practicarlo: ni pudieron ni supieron cómo hacerlo. No por demócratas.

Durante ese tiempo, el de las llaves del cielo en el PRI, ya no era Pedro; fue sustituido. El oxígeno político para ingresar a esa verbena con confeti y serpentinas tricolores, con todos sus símbolos, lo otorgaban los gobernadores estatales.

La orfandad del PRI durante los doce años que gobernó el PAN, provocó que los candidatos a gobernadores del partido fundado por Plutarco Elías Calles, en los distintos estados, estuvieran decididos por el gobernador saliente, y solo para cubrir el requisito, era avalado por el presidente en turno del Partido.  

En ese periodo, el poder de los gobernadores se incrementó notoriamente, lo hacían sentir. Nadie en el partido por encima de ellos. El PRI nacional, no regulaba; era un aliado sumiso.

Además de decidir de manera natural los liderazgos de las organizaciones políticas del partido y las candidaturas a puestos de elección popular locales, disponían a placer de las candidaturas a diputados federales y a senadores.

En ésa época, aunque no lo quieran reconocer, hacían alusión al viejo refrán: “El que paga, manda”. Dominaba su santa voluntad. No actuaban como Virreyes; lo hacían como reyes.

Los recursos adicionales que fluían a las entidades provenían de los acuerdos que, al margen del PRI, los gobernadores sostenían, cada quién por su lado, con el ejecutivo federal.

En ese trecho, predominaron los aviesos intereses locales y la necesidad de lograr la impunidad, pues, sin haber ya un control presidencial de por medio, hacían lo que les venía en gana. Ellos dictaban la última palabra. Parecía que les iba mejor.

Es prudente señalar que en varias entidades el electorado les cobró la factura y llegó la alternancia.

Desde primero de diciembre del 2012 a la fecha, ya de nuevo con “papi” a la cabeza, a los gobernadores tricolores, la mayoría palomeados por “dady”, no le ha ido tan bien; están más vigilados y fiscalizados; aunque eso no ha evitado la corrupción.

Doña justicia ha actuado, también lo ha hecho de manera retroactiva, abarcó a viejos exgobernadores. Actualmente, no menos de diez de esos “prestigiados priistas”, en las circunstancias que hayan sido, viven un suplicio, víctimas de sus propias acciones.

Han pasado muchos años y hoy, en este nuevo proceso electoral, es tan grande la guerra sucia, que se quiere crear sensación de algo ya vivido. Algunos malos gobernadores dicen presentir la derrota del candidato presidencial, otros, comentan el riesgo, el resto, la descartan.

La posibilidad de fracaso para el presidente Peña sería crucial. Como nunca antes. No tanto, creo, para los gobernadores de casa; a ellos les interesa tener mayoría en las legislaturas locales. Lo demás es lo de menos.

Para el Sr. Meade:

Las próximas elecciones están alterando la vida interna del partido que lo apalanca, poniendo al descubierto sus fortalezas y debilidades. El problema más obvio es el de la selección de candidatos.

Los priistas que saben, dicen: que a pesar de ser usted candidato ciudadano, la selección de candidatos a diputados y senadores, no debe de dejarla a expensas de las filias y fobias de los gobernadores y de la dirigencia nacional del PRI; su importancia es vital.

Entienden que es usted el más interesado; pero que si se llega a perder, el líder del partido amarra su curul, seguramente, y los gobernadores tal vez abulten su poder.

Opinan que una buena o mala selección de candidatos aumenta o disminuye las probabilidades de su victoria. Que es su campaña y su única oportunidad. Que no delegue lo esencial.

Están seguros de que a nadie como a usted le interesa el triunfo, porque es el que más gana, pero también el que más pierde. Le dicen:” los intereses tienen pies”. Y que recuerde: ”La confianza es la madre del descuido”.

Son de la idea, de que como todos se alinean, el poder se puede compartir hasta con desconocidos, siempre y cuando sean éstos los mejores.

No tienen duda de que, de los amigos, también se puede hacer uso, sí, pero solo de aquellos que sean los más competitivos, los sobresalientes; los rentables, los que sumen más votos.

El corazón y el hígado, en este su proceso, no deben de tener espacio… ¡Cuidado sr. Meade!

¡Gane o pierda, hágalo con los mejores!