Son la 1:45 pm y Sofía se sienta en su sofá favorito para pensar en lo que le queda por hacer en el resto del día. Nada importante según ella, pues lo siguiente a cumplir es terminar de estudiar violín, comer algo y ver a su novia por la noche.

De todo lo anterior, Sofía meditaba que ver a Julieta era lo que más pesadez le causaba, mientras sobre sus piernas colocaba el estuche en que guarda su instrumento musical. Ella puso entre sus manos partituras que miraba con atención, lo que le provocó un gesto similar al de  un niño que se encuentra frente a una juguetería, sin saber que elegir y con ánimos de llevarse todo.

Ella se encontraba en una encrucijada al no saber por cuál de esas hojas empezar, hasta que se decidió por Brahms y que fueran sus notas las que llenaran todas las habitaciones de su hogar; notas que le daban vida a un lugar que casi siempre se encontraba desolado y muy pocas veces con alguien que hiciera compañía a Sofía.

90 minutos de ensayo, de mover el brazo derecho con el arco del violín, de esforzarse en igualar al músico alemán fueron suficientes por hoy pensaba ella, mientras devolvía el violín a su estuche y se preparaba para cocinar los alimentos.

Sofía es una persona que gusta de comer bien, de no escatimar recursos a la hora de surtir sus insumos alimenticios; en la alacena y refrigerador de esa cocina, un chef profesional podría hacer de las suyas sin ningún problema. La mujer optó por cocinar huevos a la flamenca, siguiendo los pasos que su padre le enseñó al momento de preparar ese sencillo manjar.

Mientras cortaba las lonjas de salchicha que servirían de cama a la clara y yema, ella recordó la imagen del hombre que la educó, que toleró su lesbianismo, que nunca le dijo no a ninguno de sus caprichos a la par que recordaba sus palabras: yo pensé que algún día jugaría con nietos, pero veo que ya no será, además de que no te decides aún por adoptar.

Mientras el tenedor daba vueltas a la comida dentro del plato, Sofía ya no recordaba a su padre, pues su mente se encontraba ahora en Julieta, mujer frondosa con ocho años menos que ella y a la cual cada día quería menos.

Julieta comenzó como un reto, Sofía se encontraba en completa obsesión por ella, hasta que después de múltiples intentos, la relación terminó por volverse formal. Formal, que palabra usa la sociedad para esos casos, reía para sí misma Sofía, mientras daba la última cucharada al plato.

Lo de Julieta no sé cómo acabarlo, pero lo tengo que hacer, pensaba Sofía mientras se servía en una diminuta copa, una pequeña porción de cognac que sabía se duplicaría la dosis en la siguiente ronda.

Sentada de nueva cuenta en ese mismo sofá donde comenzó por escoger partitura, ahora lo que ella hacía era meditar sobre su relación con esa mujer que de interesante nada tenía. ¿Cómo me pude liar con ella? se decía en voz alta Sofía, mientras miraba el reloj, sólo para percatarse que eran las cinco de la tarde y debía arreglarse o cancelar la cita con su novia, antes de que fuera ya imposible.

No hizo ni una cosa ni la otra, pues ella permaneció sentada en ese sofá de grandes dimensiones, dándose cuenta del por qué desde hace mucho tiempo no sostenía ninguna relación con nadie, hasta ahora que se encuentra envuelta con Julieta; su conclusión pasaba por que ella se consideraba egoísta, creía que su tiempo era valioso y a veces el dinero insuficiente para mantener activa una relación.

Sofía sin mover ni un músculo, desparramada aún en el sillón, no encontraba diferencia entre cualquier relación amorosa, ya fuera heterosexual, bisexual u homosexual. De acuerdo a sus pasadas experiencias, no comprendía el por qué debía existir una especia de figura dominante, esa que siempre está para proteger, para pagar las cuentas, para solucionar los problemas.
La mujer estaba cansada de ser la parte dominante, la que debía procurar todo, desde la armonía emocional hasta el equilibrio económico. No soy capaz de tomar esa responsabilidad hoy, pensaba Sofía.

Cada vez que me quiero llevar a la cama a una chica lo consigo sin mayores problemas, la parte física la tengo resuelta, meditaba la mujer ya con la copa vacía en mano. La parte emocional es variable, no necesito estar con alguien para ser feliz, Julieta me cansó, me fastidió su estupidez, su falta de inteligencia, su parte débil, el que piense que yo soy su banco privado y ella la beneficiaria decía Sofía en voz alta mientras volvía a rellenar su copa, esta vez casi hasta el borde. Seguro que su educación fue conservadora, quizá hasta en escuela de monjas estuvo inscrita, qué mierda con Julieta, concluyó ella por decir.

Una tercera copa me va a aclarar la mente, meditaba la mujer, mientras esta vez se servía en un vaso. Sofía apuró el trago, la embriaguez la acosaba, el deseo de estar físicamente con alguien la arropó. Sólo para eso sirve Julieta, se dijo Sofía a si misma, mientras servía una nueva ración de ese cognac español y recordaba las ocasiones en que pasaban días enteros encerrados en una habitación.

No me puedo pasar la vida en estado de ebriedad, aunque sólo así puedo y me siento capaz de soportar a Julieta y ser la parte dominante de la relación, se dijo tristemente Sofía a sí misma mientras buscaba en su agenda el número telefónico de la casa de su novia.

Al coger el teléfono y después de marcar el número de Julieta y enfrentarse a su contestadora, Sofía trató de suavizar su voz para ocultar su embriaguez y terminar por decir: te quiero, pero tendré que verte en unos días, me llegó la menstruación y no estoy de humor; besos, llama pronto.