La conexión entre partidos políticos y sociedad civil ha sido persistentemente polémica. El ruso, Moisei Iakovlevich Ostrogorskii, uno de los primeros estudiosos de los partidos, en los albores del siglo XX, escribió que éstos eran tan dañinos a la sociedad que lo mejor era eliminarlos.
Otro clásico Max Weber, conceptuó lo opuesto: “Los partidos son frutos de la modernidad y la democracia. La democracia es posible gracias a los partidos”. Lo mismo consideraban Maurice Duverger y Giovanni Sartori, en sus respectivos momentos.
No obstante, lo anterior: en estos tiempos seguimos preguntándonos si los partidos políticos son benéficos o perniciosos para la democracia.
En México se piensa que el divorcio de la sociedad con los partidos es culpa de éstos: de su ambición, embustes, abandono de sus principios y lejanía con la sociedad; que solo piensan en el poder, y no han cambiado en razón de las transformaciones sociales.
Nacieron para “promover la participación de los ciudadanos en la vida democrática; contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo”.
En sus estatutos, todos destacan a la democracia como un valor político que los define y dicen adoptar sus principios y procedimientos para regir su vida interna.
Sus funciones primordiales están, en representar a la sociedad; articular las demandas sociales, la agregación de intereses, el reclutamiento político, movilización y participación, y la socialización política; además de la de competir por el poder público, la producción de políticas, la formación de gobierno y el ejercicio de oposición.
En los hechos, evidencian la crisis por la que atraviesan, hay profundos vacíos y difícilmente se les puede conceder hoy el papel de articuladores de las demandas sociales; solo prevalecen los intereses de las burocracias partidistas, de los grupos políticos que lo conforman o de los poderes fácticos a los cuales están aliados.
La faceta que más han explotado en los partidos es la disputa por el poder y la política de repartición de cuotas. Las demandas sociales y las aspiraciones de los militantes que no pertenecen a la “familia feliz,” no entran en el juego.
Hoy se dice que la principal bacteria que ha infectado a la democracia en México, son los partidos políticos: si la república se enferma y no funciona, se culpa a los partidos políticos; si hay disfunción en el gobierno, se les imputa a los partidos políticos; si la corrupción y violencia se han incrementado, es culpa de los partidos políticos.
Se culpa tanto a los partidos políticos, que las mediciones mismas reflejan la antipatía por ellos:
Latinobarómetro revela en el 2017: “Que la confianza en los partidos políticos cayó a su nivel más bajo desde 1995: según la reciente medición, sólo el 9 por ciento confía en los partidos. Esta es la primera vez en 22 años que el nivel de confianza de los mexicanos en los partidos políticos es de un solo dígito”.
Estos datos revelan que en la sociedad mexicana la desconfianza hacia los partidos políticos ha ido subiendo rumbo a las elecciones de julio próximo.
En mi opinión: no comparto la idea de que los partidos han traicionado al ciudadano; tampoco que son corruptos y por eso son repudiados; mucho menos que la ausencia de democracia obedezca a ellos.
Aceptar esto, sería un tanto, como señalar culpable y corrompida a la Constitución por tanta impunidad y corrupción, cuando quienes distorsionan la ley son los encargados de impartir justicia.
Tampoco sería justo pensar que el SNTE corrupto “embarró” a Elba Esther Gordillo.
Es un hecho: quienes han traicionado a la sociedad, son los políticos; son ellos los villanos, los corruptos y ambiciosos. Los que han contaminado la democracia y puesto a los partidos al borde del cadalso.
La ineficiencia, subordinación y debilidad de sus dirigentes, aunadas a la pasividad de los militantes, en unos, y la ambición de sus dueños, en otros, han hecho que los partidos políticos se hallen en esta ingrata condición.
Al final de cuentas, los partidos políticos tienen una gran filosofía; solo les falta gente de bien.
Se dice que el sistema político representativo está agotado y tiene que sustituirse por uno de mayor participación ciudadana que requiere de oxígeno para continuar.
Con base en ello: se abrieron nuevos esquemas de participación política. Se creó la figura del candidato independiente.
Los aspirantes a la presidencia de la República por la vía ciudadana o independiente, creíamos darían esa bocanada de aire, y ya ven lo que pasó.
Desde la cuna, dañaron la esperanza, afectaron la expectativa de que un independiente actuaría de forma diferente, que sería incapaz de caer en ilegalidades y desviaciones. Sin duda alguna: actuaron como delincuentes e intentaron violar la confianza de los ciudadanos. ¿Acaso también se le va a echar la culpa a los partidos políticos en que militaron?
Es real; los partidos políticos no tienen culpa, los independientes ya lo acreditaron: los infractores, los corruptos, los delincuentes son algunos de sus integrantes y son ellos los que deben de pagar las consecuencias.
El PRI, PAN y PRD, entre otros, no son los pecadores, creo que no se deben de eliminar; la alternativa sería, modernizar, pero con sus principios básicos e incluir la aplicación de exámenes de control y confianza a sus integrantes, principalmente a los que aspiran a puestos de elección.
Los partidos que tienen dueño, bueno, ahí si estamos “jodidos”; ese es un negocio aparte.
El primero de julio venidero no deberíamos de calificar al candidato por el partido que representa; creo que debemos juzgarlo por su reputación e historial; evaluar su capacidad y valorar su comportamiento y, sobre todo, su calidad moral.