No quisiera uno creer que continúa habiendo tanta diferencia entre países avanzados de Europa y sus líderes, con los de Latinoamérica, donde se ubica México. Pero hasta en actos aparentemente pequeños, se manifiesta. Por ejemplo, con la responsabilidad en la prevención del contagio por Sars-Cov-2; ya sabemos: confinamiento, higiene, sana distancia, mascarilla. Dos momentos importantes para cada región, nos ilustran.

1. Durante la firma en Bruselas del histórico acuerdo económico para rescatar a Europa en la era post coronavirus, se vio claramente a Angela Merkel, Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, entre otros, guardar la sana distancia y portar sus mascarillas.

2. En México, durante la firma del muy importante acuerdo para reformar el sistema de pensiones en beneficio de los trabajadores –que significó un gran logro y el retorno de Carlos Salazar a Palacio Nacional-, casi todos los presentes, entre ellos dos que han padecido Covid-19, Arturo Herrera y Zoe Robledo, enviaron a Susana Distancia y el uso de mascarillas al rancho del presidente López Obrador en Palenque, Chiapas, La Chingada; por no decir a la chingada.

Pero todo fue una serie de errorcillos de principio a fin. Aquí una escueta cronología.

Los primeros en entrar al escenario de la conferencia matutina son el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar, el senador Carlos Aceves y el asistente de este. Los tres traen cubrebocas y Susana Distancia se interpone entre ellos.

Un asistente de presidencia entra llevando los papeles que coloca en el tan sobado atril de las conferencias; natural, sin mascarilla. Cuando este sale de escena, también hace mutis el ídem del senador llevando consigo carpeta con papeles y un bastón.

Entra el presidente. Se ponen de pie los dos primeros actores. El senador, que más bien luce ya como de la cuarta edad, hace el amago de quitarse la mascarilla, por respeto, temor o valor al ver al encargado del ejecutivo como siempre, salvo durante los viajes México-Estados Unidos-México, sin mascarilla; no lo hace.

Entran todos los demás personajes e integrantes del coro matinal (los periodistas estaban ya sentados donde el público -si bien de manera irregular y a discreción con y sin cubrebocas- con Susana como celosa vigilante): Ricardo Monreal, representante de los senadores; Mario Delgado, representante de los diputados; Arturo Herrera, secretario de Hacienda; Zoe Robledo, director general del IMSS; Julio Scherer, asesor jurídico de la presidencia. Todos desenmascarados y como medio ignorando a la buena señorita Distancia.

La entrada masiva se prestó a aparente confusión. Monreal quiso hacer un atajo por el medio de las dos filas de sillas en proscenio y adelantarse a Herrera, que ya avanzaba por el frente para posesionarse del sitio más cercano al presidente. Ganó la carrera el de Hacienda quien fue cruzado por la mirada de Monreal, se extendieron caballerosamente las palmas de las manos. El senador dijo “¡ah!”, con sorpresa inesperada, volteó a mirar a Salazar a su derecha y tuvo que recular y tomar el segundo sitio, entre el secretario y el diputado Delgado; no sin antes, la primera gran falta a Susana, dar la mano a los dos Carlos, Salazar y Aceves. Al sentarse al fin, anudó las agujetas del calzado que, en la carrera, se habían deshecho.

Inicia su discurso “el presidente constitucional de todos los mexicanos jefe legítimo de las fuerzas armadas y líder social de las mayorías democráticas…” (tomado del reportero Lord Molécula de Lord Molécula Official Channel). Todo bien. Continúa Herrera. Le sigue Salazar.

Mientras Salazar agradece a López Obrador estar nuevamente en Palacio y dice “es un honor para mí estar esta mañana aquí ante todos ustedes en lo que yo también considero un hecho histórico para México…”, el senador Monreal desdobla algo entre sus manos. Un pañuelo, se pensará. No, es una linda mascarilla blanca que justo en ese momento se coloca entre boca, nariz y orejas; tardío, él y Salazar, con su adminículo negro, son los únicos actores cubiertos en la escena.

Continúan los discursos de Acevedo -que desde hacía rato se había desprendido ya del cubrebocas-, Delgado y Monreal. Cuando este pasa al atril, se quita los antejos que guarda en la bolsa del saco azul y se desprende del cubrebocas, que sostiene en la mano derecha y con el cual, durante la mayor parte de sus palabras, sobará el atril presidencial; avanzado el discurso, lo guarda en el sitio en que yacían los lentes.

Regresa el presidente al atril, acaricia su madera y abre la sesión de preguntas y respuestas.

En este lapso de tiempo la cuestión interesante en relación a esta narración fue cuando la “odiada” reportera de El Reforma -Isabella González von Hauske; en realidad el odioso es su jefe, el fanático derechista Juan Pardinas- pregunta sobre una declaración del día anterior del secretario de Hacienda en el sentido de que el uso del cubrebocas sería clave para el relanzamiento de la economía –lo cual me parece absolutamente correcto-. El presidente, aligerando el cuestionamiento, responde que si eso fuera real se lo pondría de inmediato, pero no cree que eso se haya dicho. Tímidamente, Herrera responde que sí lo dijo; “¿puedo aclarar?”, pregunta. Pero se acobarda un tanto y matiza: fue dicho en el contexto de una reunión de Canacintra, como una “analogía” para decir que en la reactivación económica se tendrá que trabajar en circunstancias distintas, marcando distancias en las cadenas de producción, usando caretas, mascarillas,…

“Aquí traigo el mío”, termina su intervención Herrera señalando, cómico, el invisible bolsillo de su saco (a estas alturas, Monreal ya traía de nuevo la mascarilla puesta). Lástima que concluyera, era un buen debate. Vale la pena continuar insistiendo en lo que la razón dicta: la protección básica para la salud y la vida. No es lo mismo el presidente que el ciudadano común. Al primero con seguridad lo cuidan y él en lo personal, pese a la obstinación sobre la mascarilla, ha guardado por lo general la sana distancia; puede hacerlo, tiene el poder y las condiciones. La problemática es la del trabajador, el usuario del transporte público, el consumidor de mercados y supermercados, el cliente del banco. El ejemplo correcto del presidente en relación al uso de la mascarilla o cubrebocas, sería sin duda fundamental para contrarrestar el virus.

Ya que las preguntas y respuestas hubieron terminado y todos los invitados, excepto el herido Zoe, hubieron sobado el atril (hasta Scherer lo hizo), se pasó al esperado momento de la firma del acuerdo. Se aproximaron a la pequeña mesa rectangular.

Durante los pocos minutos siguientes, contrario a los “líderes” europeos, los mexicanos armaron casi una pachanga. Impúdicamente, se pegaron de hombros, se hablaron de cerca, se pasaron unos a otros plumas y papeles, se rascaron las mejillas o picaron ojos o narices. Monreal se había quitado de nuevo la mascarilla para igualar a los seis firmantes restantes que estaban desnudos de ella (la suya yacía en el bolsillo secreto). Impertérrito, sólo Carlos Salazar portó la suya hasta el final; ah, también el asistente de Acevedo, que se acercó con el bastón. Al final, alguien más se aproximó de nuevo a Salazar para saludarlo otra vez de manos; sí, Monreal.

En ese tiempo, Susana Distancia –pobre, nadie ha sido más ultrajada que ella en los últimos meses en México- o bien yacía ya como la bella durmiente o se divertía en el paradisiaco rancho de Palenque entre ceibas, matas de coco, plátano y tamarindos, oyendo el canto de los pájaros, jugando con los garrobos, pejelagartos y tortugas diferentes (güao, chiquigüao, caimán, hicotea, pochitoques,…), y dialogando con las guacamayas y los loros (entre estos, acaso el de Moscú).