El presidente López Obrador ha hecho de su discurso político en las mañaneras una diatriba constante contra lo que él entiende como el neoliberalismo. El presidente despotrica a diestra y siniestra contra los presidentes de la era neoliberal que tanto daño ha causado al país.

El presidente acierta cuando culpa al neoliberalismo de haber disparado los índices de desigualdad en México y en el mundo, incluidas las economías desarrolladas como los Estados Unidos y Gran Bretaña. Esto es indiscutible a la luz de los más serios estudios. Para ello mírese el coeficiente de Gini y su desarrollo a lo largo de las últimas tres décadas.

Efectivamente, las políticas neoliberales iniciadas en los años ochenta coadyuvaron a la concentración de una buena parte de la riqueza nacional en unos cuantos empresarios, al tiempo que el Estado se replegaba con el propósito de brindar plena libertad a los mercados. En este contexto ¿sería deseable un cambio de régimen económico? Desde luego ¿Es viable? No

La oferta de modelo económico propuesto por López Obrador – si puede llamársele así- no es un sustituto de las políticas neoliberales. Por un lado, el Estado mexicano es incapaz de consolidar una eficaz política fiscal que permita crear una base de apoyo para la reactivación del mercado interno. Por otro lado, los intereses personales de los legisladores sumados a la corrupción rampante que impera en el Congreso hacen imposible cualquier tipo de reforma legal que haga posible la promulgación de leyes que regulen las industrias y que desarticulen los monopolios económicos.

En suma, el diagnóstico de López Obrador en torno a las repercusiones económicas del neoliberalismo no es equivocado. Por el contrario, se sustenta en las tesis de los economistas liberales modernos. Ellos coinciden en el argumento – tras treinta años de experimentación- que el neoliberalismo no brindó el crecimiento económico prometido, pero a la vez, exacerbó las desigualdades económicas y sociales en México.

Sin embargo, López Obrador no ofrece un modelo económico viable. Por el contrario, el presidente opta por recetas económicas rancias y desfasadas que poco han abonado históricamente en los países de la región latinoamericana.

En suma, parece que el presidente soñaría con una socialdemocracia al estilo escandinavo; con altos impuestos, una activa participación del Estado en la vida pública y una igualdad social envidiable. Desafortunadamente, las instituciones del Estado mexicano distan de estar a la altura de las grandes democracias en el mundo.