Las imágenes que circulan en la red, en los medios impresos y las televisoras sobre el saqueo brutal que se cometió en los almacenes, tiendas departamentales, supermercados y hasta en la tienditas a raíz del paso del huracán Odile, no dejan de sorprendernos.

Nos dicen que no hubo control. Que  la policía fue rebasada y que las personas, deseosas de tener algo qué comer, corrieron a robar (sí, robar es el término correcto) a estos lugares. Pero no robaron sólo comida, se llevaron cuanto encontraron a su paso: pantallas, microondas, aparato electrodomésticos, lo que fuera. Un total horror y un total absurdo, ya que robarse este tipo de artículos en un lugar donde la energía eléctrica estaba suspendida, no nos habla más que de una crisis de valores que existe en nuestra sociedad.

De los gobernantes y encargados del orden se dice que brillaron por su ausencia. Esto no nos extraña, sabemos que con el paso de los meteoros el año pasado en Guerrero el gobernador Aguirre estaba más ocupado en los festejos y brindis que en apoyar a su pueblo. Lo preocupante es que haya sido la sociedad civil, los ciudadanos de a pie como usted y como yo los que hayan salido a cometer las tropelías.

Siempre en casos de desgracia lo que sobra entre los mexicanos es la solidaridad. Lo vimos en los terremotos de 1985 en la ciudad de México y lo hemos visto siempre en sucesos como éste. Ahora vemos una situación distinta. Las personas salen como aves de rapiña valiéndoles gorro si hay autoridad o no.

Mientras eso sucede vemos que se pide ayuda humanitaria, que hay centros de acopio, que muchísimas personas están literalmente en la calle sin vestido ni alimentos. La ayuda no es suficiente, no lo será nunca. Y menos si, como he leído algunos comentarios, las personas se niegan a ayudar porque piensan que irá a caer a las manos equivocadas.

¡Qué indefensos estamos! Por un lado los fenómenos naturales y por otro la indolencia de las autoridades que no ayudan o de plano se hacen humo ante la desgracia. No quiero pensar que en el futuro, ante cada suceso de este tipo, nos tengamos que acostumbrar al despojo, al robo, al abuso.

Si nosotros como sociedad no estamos dispuestos a ayudarnos y sólo nos sentamos a esperar el apoyo gubernamental, el panorama es verdaderamente desolador.

Esperemos que pronto Los Cabos vuelva a ser el paraíso que fue. Y no hablo sólo del apoyo que puedan recibir de las autoridades. Ojalá la gente vuelva a tener respeto y criterio para poderse levantar de las ruinas sin perjudicar a nadie y todo este episodio quede como una gran, aunque lamentable, lección.

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