Max Weber en la conferencia “El político y el científico” refiere que uno de los fundamentos básicos en la edificación del conocimiento presenta una bifurcación, de un lado el político busca usar el saber con la finalidad de ejercer el poder, esa estirpe de profetas, de mesías, de maestros, de amos, quienes intentan imponer una realidad, del otro lado está el científico, quien de forma general busca el saber con la intención de darle un sentido social, aunque muchos en el camino trocarán esa lógica. 

Ejemplos pueden ser el de Einstein o los Curie quienes hicieron avances en el campo nuclear sin saber lo que los políticos harían con sus descubrimientos; o Robert Oppenheimer quien es considerado “el padre de la bomba nuclear”, el cual al saber de los muertos se lamentó de su invento;  o como Mijaíl Kaláshnikov quien idea un arma, la AK-47, acrónimo de Avtomat Kaláshnikov, modelo 1947, arma que ha sido usada en la destrucción humana, pero que en principio fue creada como una forma de acabar con armas obsoletas, su autor nunca creyó que su invento traería tanta muerte.

Claras diferencias entre el político y el científico.

Ese saber que se busca y alcanza es un elemento atrayente para el poder, puede darle fines propios, erigirlo como la base del control social, como los científicos nazis que intentaban darle un sentido positivo a sus estudios mientras los políticos justificaban su perversidad.

El adagio dice: “saber es poder”, claro, ese saber se posiciona desde el lugar de la Ley, de la imposición de directrices. Los considerados “vacas sagradas” dentro de las diversas ciencias siempre serán vistos desde ese “Olimpo del conocimiento”, mandan, dictan, ordenan…

El periodismo también se ciñe a esta lógica, es una ciencia.

Diversos periodistas hacen investigaciones, dan sus notas, buscan el saber, con una intención social, con fines de buscar una explicación a la realidad.

Otros tantos se erigen como un saber, como amos, desde la comodidad de su sofá, escriben, no investigan, ven contaminados sus juicios por su ideología de “seres omniscientes”. Descalifican, juzgan, señalan, pero nunca, entiéndase nunca, aceptarán haberse equivocado o ser ignorantes.

Muchos otros se erigen como intelectuales, o como periodistas de facto, la escuela de la vida del dio ese don.  Algunos  de ellos fungirán como intelectualoides orgánicos o serán parte de esa estirpe de opinadores que estudiaron “todología”, saben de todo, ayer eran Sociólogos, Economistas o Analistas políticos, hoy son Periodistas o Psicólogos, como mañana serán astronautas de la NASA.  

Esto viene a colación por la discusión dada entre Héctor Aguilar Camín y Jenaro Villamil, la cual ocurrió en el espacio radiofónico de Carmen Aristegui en MVS, y que se abocaba a hablar sobre contratos firmados por Peña Nieto de forma poco ética.

Aguilar Camín es un excelente escritor, bueno, al menos los libros que he leído (La Guerra de Galio, La frontera nómada y La conspiración de la fortuna) eso me parecen. Sin embargo son como una creación esquizofrénica, ya que su contenido muestra una ideología totalmente opuesta a la que su autor lleva a cabo en su vida. Algo así como un izquierdista muy de closet.

Jenaro Villamil me parece un periodista congruente, durante los cinco años que llevo leyendo la revista Proceso, semana tras semana, nunca he visto variaciones en su forma de abordar los problemas.

Ahora, escuchar como Aguilar Camín defiende sus posturas lo muestra como un feroz amo (visto desde el Psicoanálisis como el que quiere imponer la Ley), imputa, cuestiona, demanda, exige, da cátedra.

 ¿Quién es tu fuente? Demanda saber.

“No tienes credibilidad, no te la has ganado”, sentencia cual juez.

Quizá no habría problema, de forma individual podríamos decir que hace eso porque es muy narcisista o egocentrista. Sin embargo el problema va más allá, ya que la empresa para la que durante años ha trabajado (Televisa) cuenta en su plantilla con “periodistas” o “analistas” de esa calaña.

Nombres: Carlos Marín, Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Carlos Loret, y sus anexos.

En este punto podemos decir, son un hato de “chayoteros” que se venden al mejor postor. Sin embargo ese no es el principal problema.

El problema estriba en que de forma estructural esos “periodistas” venden su saber a otro amo más poderoso que ellos, el cual usan su supuesta legitimidad con intereses perversos.

La profesión de periodista es entonces usada como instrumento de esos amos, del saber, de los políticos, que lucran con la “legitimidad” del científico social que por ignorancia y a veces por complacencia se pone en manos de esos hombres.

Cada bala dada, la violencia, el hambre, la indiferencia, la complacencia, la corrupción, los decapitados, los descuartizados, los desalmados, son también su problema aunque así no lo quieran ver. Son parte de ese sistema que ha generado “la emergencia nacional”.

Coincido plenamente en lo que refiere Diego Enrique Osorno en su libro “El Cártel de Sinaloa”:

“No veo cómo un reportero pueda tener credibilidad, sino tiene principios e ideas políticas en torno a la situación actual. Quienes dicen que carecen de ideas políticas porque son imparciales, mienten. En un momento como el actual, es perverso que haya quienes invoquen esa pretendida inocencia. Cuando vives tiempos vergonzosos, la vergüenza cae sobre ti. El comportamiento de la prensa en situaciones de conflicto o de crisis es vital. Al momento, todo parece oscuro y el oficio se vuelve más duro, pero la experiencia dice que el rigor y el humanismo sacan adelante al periodismo. Más adelante, la historia se convierte en un juez implacable. El presente no es la única historia posible. La propaganda dura poco; el periodismo más simple, el honesto, no”.