El gobierno y la sociedad mexicana están en proceso de redefinición de su relación. Tanto en términos de vida cotidiana (donde cada vez más se permea la agenda del presidente con la de las inquietudes de los periodistas, todos los días), como en términos más estructurales. Uno de los ejes torales de ese cambio es la transparencia con la que los gobernantes deben comunicarse con los ciudadanos, puesto que las mentiras y las medias verdades fácilmente quedan al descubierto en un mundo en el que todos los ciudadanos son periodistas potenciales, pues todos cargan una cámara y una videograbadora. Además, mentirle de frente a la ciudadanía era posible cuando toda la información gubernamental era, por regla general, reservada y no pública. En fin, cuando el mundo cambia, hasta los políticos tienen que cambiar.

La definición más cínica de la política, la de los maquiavélicos que nunca han leído a Maquiavelo, la concibe como la mitad simulación y la mitad negociación. Esta idea, que no tiene mucho sustento ni histórico ni filosófico, ha adquirido mucha resonancia en nuestros tiempos, que intentan reducir todas las relaciones humanas a una modalidad de las transacciones comerciales. Se cuantifica y se le ponen hasta números decimales a la confianza, la seguridad, la solidaridad y la felicidad, que puede ser, según la metodología de la encuesta, de 3.7 o de 37%. Da igual. La ingenuidad de los números sin contexto nos hacen creer que entendemos la realidad, siempre compleja, y podemos reducirla a una imagen, una curva, o una gráfica de pie.

La realidad es como siempre menos amable, más compleja. Hannah Arendt, una de las pensadoras más influyentes en la teoría política moderna, tiene un magnífico ensayo, muy directo, llamado “Mentir en la política”. Analizaba las causas y consecuencias de la filtración de los “papeles del pentágono” en la década de los 70s. Podemos decir que fueron los primeros wiki leaks, documentos de seguridad nacional filtrados al público estadounidense, que básicamente demostraban que 3 presidentes al hilo habían mentido al pueblo acerca de la guerra de Vietnam (desde sus costos económicos hasta las muertes que generó, y las razones por las cuales se estaba peleando en primer lugar). Como todo lo que escribió la autora, el libro es indispensable. Pero también es un lamento que deja entrever que las mentiras son inevitables en el oficio de gobernar, y por ende la veracidad debe buscarse siempre en otros signos y en otras fuentes; no en las declaraciones políticas.

Quizás por eso causó tanto malestar entre algunas personas (sobre todo empresarios) que el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco Bravo, alertara a los ciudadanos hace algunos días de que algunas carreteras se han vuelto peligrosas en ciertos tramos y a ciertas horas, porque los criminales han ideado nuevos modos de provocar llantas ponchadas y secuestros exprés. Sus declaraciones fueron directas, sencillas, sin más intención que informar a los ciudadanos acerca de esta situación de riesgo que se vive en la entidad. Sin embargo, algunos columnistas y empresarios de ocasión lo tomaron muy mal. En suma, decían que al reconocer que hay inseguridad, afectaba la imagen del Estado.

Lo anterior sirve para reflexionar sobre el papel que algunos actores creen que tiene el gobierno en la sociedad. Pese a los rotundos fracasos que ha tenido el debilitamiento del Estado por parte de la doctrina neoliberal (los problemas que el mundo enfrenta hoy son, sobre todo, consecuencia de Estados débiles con poderes privados demasiado fuertes), parecen creer que el político debe decir la verdad a los inversionistas, pero no a los ciudadanos; debe reconocer los problemas de ciertas agendas pero no de otras (porque les hace mala publicidad); en suma, parecen creer que el Estado es una especie de asistente ejecutivo para contener problemas sin hacer demasiado ruido, mientras ellos siguen haciendo la mayor cantidad de dinero posible, a costa de lo que sea. Decir la verdad no es una prioridad en ningún sentido. Asimilemos esto con palabras simples. Hay personas que prefieren que los ciudadanos no tengan precauciones al viajar en carretera, así puedan ser secuestrados, antes que afectar su difusa promoción turística. Y todos lo vemos muy normal.

Los personajes antisistémicos siempre han causado un enorme malestar entre los grupos de interés. El problema de fondo es que siempre construyen su popularidad y patrimonio fuera de la política (en el deporte profesional, o en los negocios, o en otra actividad cualquiera), y por ende no tienen compromisos con nadie en concreto. Pueden llevar a cabo reformas radicales y frenar prácticas ancestrales de corrupción porque lo que tienen, no se lo deben a ese sistema podrido. Pueden darse lujos que son tremendamente peligrosos e incómodos. Por ejemplo, pueden decir la verdad.