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 La campaña de José Antonio Meade está en aprietos, adentro y afuera, las cosas no andan bien; hay tensión y mucha preocupación.

Por un lado: en el cuarto de guerra, en el que se definen las estrategias y se comparten   ideas, los cercanos al candidato, los impuestos por el presidente Peña Nieto, ejercen el poder: desdeñan las recomendaciones de “ruptura acordada” que plantean algunos consejeros del candidato, por cierto, de los muy pocos que ha podido escoger, induciendo a éstos a replegarse, distanciarse o “nadar de muertito”.

Es un secreto a voces que quien encabeza la coalición Todos por México, se encuentra cooptado y acotado por el grupo del mandatario; no lo dejan ni respirar por si solo; prácticamente le han robado la libertad de elegir y decidir.

Por otro lado: parece que la campaña va de mal en peor, y no es justo; si de algo existe la certeza, es que Meade, indiscutiblemente, sería mejor presidente que todos sus competidores juntos, pero él, al parecer, no se ayuda, pues su nobleza, lealtad y agradecimiento no se lo ha permitido.

A pesar de cargar con la loza de un partido desprestigiado y un presidente desacreditado, José Antonio Meade está en su momento, es la única oportunidad que tendrá de ser presidente de la República; es lamentable que los esfuerzos para lograrlo no concuerden con la magnitud de lo que está en juego.

Nadie discute la capacidad y experiencia de José Antonio, pero requiere de mayor pasión, contundencia y conectividad con la gente, y para eso tiene que decidirse.

Es cierto, Peña Nieto optó por él, pero no porque lo haya considerado su más cercano amigo; lo hizo candidato ciudadano pensando que era el indicado.

Sabiendo que Meade, al no tener negativos, ser un funcionario capaz y eficiente y no ser militante del PRI, supuso que sería el mejor aceptado por la sociedad.

El presidente asumió que, de toda la baraja que tenía, siendo el exsecretario de Hacienda el más transparente, más honesto y mejor preparado, le limpiaría la cara al partido, inclusive, algo muy relevante: le ayudaría a aminorar su cuestionada impopularidad.

Falló el cálculo, en los hechos, ha sido todo lo contrario: el desprestigio del PRI y la poca aceptación del presidente están afectando al candidato; lo han convertido en el receptáculo de todas sus fragilidades.

El Dr. Meade entiende la toxicidad de esto, pero no se atreve a tomar la distancia requerida con el partido, mucho menos, la urgentemente necesaria, con el presidente.

Muy cierto lo que dice Federico Arreola en su columna del pasado domingo 29 de abril, de la cual cito algunas expresiones:

“Los gobiernos que hacen lo correcto pagan enormes costos en términos de popularidad… o impopularidad”.  De ahí que muy pocos gobernantes se atrevan a hacer lo que deben.

“El presidente Peña tendrá que entender que por cambiar a México pagó costos altísimos en términos de deterioro de su imagen y que, por esa razón, no debe ser Meade el único candidato que NO lo cuestione con fuerza”.

Pepe Toño, como le llaman sus amigos, distingue perfectamente que los mayores negativos para su campaña y los muy probables votos en contra, vendrán de la mala imagen que tienen el partido y el actual presidente de la República. También sabe que tomar distancia, es vital.

Parafraseando a Napoleón Bonaparte, frase adjudicada indebidamente a Maquiavelo:” el fin justifica los medios.”

El candidato de la coalición Todos por México puede oler a Peña, porque él lo designó, pero en sus manos está, aún hay tiempo, de tener otro sabor.

Si no hay cambios en el equipo, estrategia, discurso, actitudes del candidato, jalón de orejas a varios priistas y si no se convence a la sociedad no militante, estaremos ante la crónica de una derrota anunciada para el PRI.

La nación no está para retrocesos. Aún es tiempo de que el candidato se decida, acelere el paso y enmiende su propia plana.