Hace casi dos años empezó a circular en redes que el gobierno de la ciudad iba a endurecer las sanciones a los automovilistas en un Nuevo Reglamento de Tránsito. En ese momento muchos respondimos, también por redes, que eso era un agandalle ilegal.

 Las sanciones que proponían eran severas y muchas de ellas ilógicas, como que la máxima velocidad iba a ser de 50 kilómetros por hora o que por no usar cinturón de seguridad iban a meter el auto al corralón.

Casi una semana después, luego de medir el impacto, el gobierno capitalino negó  que fuera a implementar un nuevo reglamento. Pero la medición les demostró que algunas cosas sí se podían implementar mientras otras no.

Aunque lo negaron apenas seis meses después el gobierno lanzó su nuevo reglamento de tránsito; en él las sanciones se endurecían, sobre todo en el rubro de la velocidad. La justificación: evitar más accidentes y, con ello, salvar vidas.

 ¿Quién en su sano juicio puede contradecir esta medida? Suena lógico, bajas la velocidad y entonces ya no te “embarras” contra lo que sea de manera mortal. Luego entonces, a regañadientes, pero bajo esa lógica, aceptamos el reglamento. Bueno, ni nos preguntaron, pero no hubo mayor enojo social.

Estudios realizados por especialistas dicen que no es cierto que se eviten los accidentes por conducir a una menor velocidad. Incluso el gobierno de Mancera, ante esta duda, aceptó que sólo han disminuido en un 20 por ciento; es decir, el 80 por ciento de los accidentes de auto se sigue dando y siguen siendo mortales.

Además otros estudios demuestran que a esa velocidad hay más contaminación, lo que responde por qué después de que este reglamento entró en vigor ya se han registrado sendas contingencias ambientales.

Lo que realmente está de fondo es que cada infracción cuesta y no es poco lo que se paga. Mancera sabía muy bien, porque manejó la policía, que era muy fácil que la ciudadanía corrompiera al policía y por una fracción de la multa el automovilista saliera librado. Esa mordida sí subía hasta el jefe, pero en menor proporción, pues pasaba por muchas manos.

 En cambio, poner una cámara garantiza que no habrá intermediarios, pues el dinero se va directo a la tesorería. Una parte, muy jugosa, es para la empresa; quizá una pequeña parte para la ciudad. Y ¿quién se queda con gran parte?... Mancera.

Nadie sabe y por supuesto no convenía explicar ¿cómo miden la velocidad esas cámaras? ¿Cada cuándo se les da mantenimiento? ¿El algoritmo de la velocidad se puede cambiar manualmente?  ¿Qué marca son? ¿Cuáles se ocupan en otros países y cuáles en la ciudad? Y ¿por qué las que ocupa esta empresa única… son mejores? Por supuesto, nosotros, los ciudadanos, no podemos defendernos, pues no sabemos a qué hora ni cuándo nos pondrán la sanción, sino hasta que ya la tengamos que pagar.

Y ¿a poco usted se acuerda a qué velocidad iba el día que dice la multa que violó el reglamento? Pues no, nadie. Eso sí, la multa tiene que pagarla pronto, porque si no se acumulan recargos y puntos negativos en su licencia.

¿Cuánto dinero se recauda? Según cálculos, sólo en los meses de octubre, noviembre y diciembre de 2016 se registraron 629.2 millones de pesos por fotomultas. Es decir, si seguimos con esa cifra de manera constante al año serán más o menos dos mil millones y medio de pesos.

Insisto, ¿a dónde va esa cantidad de dinero? No se sabe exactamente, pues se le ha explicado a periodistas que se concentra en una “bolsa” y de ahí se asigna a “diversos programas” que la ciudad necesita.

No, no me consta, pero ese dinero se está yendo a la bolsa para la campaña de Miguel Ángel Mancera. Por eso ha aguantado las contingencias, por eso ha satanizado hasta el más pequeño de los accidentes viales, por eso ha descalificado los amparos contra las fotomultas.

Aunque le peguen en su imagen, dinero habla, y el dinero entra a raudales, el cálculo que aquí hice, seguro se queda corto y como la cifra es opaca, pues ¡Venga tu reino!

 Yo ya me canse de “aportar” a la campaña de Mancera. Es cierto, trato de moderarme al manejar, pero estoy acostumbrado a manejar rápido las pocas veces que el tráfico de la ciudad lo permite.

Ese es el meollo del asunto, teníamos un reflejo aprendido de manejo que tiene más de 20 años y, eso, seguramente es lo que le vendieron a Mancera, es un negocio seguro; 20 años contra uno de aprender a moderarse, ¿quién pierde? Los ciudadanos ¿quién gana? El bolsillo de Mancera. Negocio Redondo.