Vamos a hablar del tamaño mínimo para que una vivienda sea considerada digna. 76 metros cuadrados.

Más otros 76 metros cuadrados, sumemos. Esto es igual a dos departamentos muy pequeños que, juntos, hacen uno de 152 metros cuadrados. Todavía poco espacio, por cierto. 

Pero, evidentemente, juntos los dos apartamentos más o menos tienen el tamaño de una vivienda decorosa.

152 metros cuadrados. Apenas lo suficiente para una familia integrada por cinco personas, como la de Andrés Manuel López Obrador, su fallecida primera esposa, Rocío Beltrán, y sus hijos José Ramón, Andrés Manuel y Gonzalo.

Una familia, además, muy necesitada del apoyo de profesionales de la enfermería o, al menos, de gente medianamente preparada en el cuidado de personas con enfermedades crónicas graves, como era el caso de la señora Beltrán.

Es raro que los políticos mexicanos que han ocupado importantes cargos en sus partidos o en la administración pública vivan en departamentos de 152 metros cuadrados ubicados en zonas de clase media de la Ciudad de México.

Por mi trabajo he tenido la oportunidad de conocer las casas de muchos políticos. Todas, elegantes; todas, en barrios caros; todas, bastante amplias; todas, con obras de arte en sus paredes.

Las únicas viviendas modestas de un político destacado que he visitado son las que ha habitado Andrés Manuel. Tanto la integrada por los dos modestos departamentos en los que vivió con sus hijos y su primera esposa como el pequeño apartamento al que se mudó después de haberse casado por segunda ocasión, con Beatriz Gutiérrez.

La modestia con la que vive Andrés es ejemplar. No hay nada en su entorno que pudiera considerarse de lujo. Su ropa es barata, los adornos de su casa son sencillos y sus coches son los que necesita para su trabajo. Ningún exceso, cero ostentación.

Andrés Manuel hizo hace tiempo su declaración de bienes y de intereses. Expresó con toda claridad que no tenía propiedades inmobiliarias, ya que las había donado a sus hijos.

Se refería a los dos departamentos de 76 metros cuadrados y a un rancho sin mayor valor que heredó de sus padres.

Tales inmuebles ya no le pertenecen. Por lo tanto, no tenía por qué darlos a conocer como suyos.

Pero, por diferentes situaciones –sobre todo porque su primera mujer murió intestada– las donaciones están en proceso de formalizarse. Claro está, ello no significa que no se hayan hecho. Entre personas que se quieren y se tienen confianza no hay necesidad de acelerar trámites burocráticos.

Andrés Manuel dio a conocer lo anterior, en su momento, con toda claridad. Muchos sabemos que no miente, nos consta que dice la verdad. Como nos consta que si hubiera más políticos como él, capaces de vivir modestamente, la corrupción desaparecería en México.

Los que conocemos a Andrés podemos dar testimonio de que él no miente ni es como otras personas dedicadas a la política que adoran el dinero sucio. Cualquier otra cosa que se diga de él es calumnia.

La declaración de bienes de Andrés Manuel está muy bien hecha porque expresa la verdad: los pocos bienes que pudo adquirir los entregó a sus hijos.

Pero ahora, de pronto, sin duda porque se acercan los tiempos de la sucesión presidencial, un diario extranjero bastante identificado con los intereses de la peor derecha empresarial, el Wall Street Journal, “descubrió” que las donaciones de Andrés a sus hijos no han acabado de procesarse. ¿Y luego?

Esa es la nota, que no han terminado los trámites para que los dos pequeños departamentos sean formalmente –en los hechos ya les pertenecen– de los hijos del dirigente de Morena.

Entonces, concluye el periódico estadounidense, Andrés Manuel no dijo la verdad y esto podría afectarle en su credibilidad. Es una falsa conclusión. Punto.

La credibilidad de Andrés no está en riesgo porque la gente sabe que es un político honesto. Por cierto, Andrés Manuel no necesita probar su decencia porque es evidente en sí misma: es su modo de vida.

Las calumnias en su contra, como la del Wall Street Journal, no van a ensuciar la imagen del político más limpio de México. Por supuesto que no.