Admito que me siento imposibilitado para abordar la vida y el trabajo total de Carlos Bracho, pues son de una vastedad y riqueza tales que requieren de tiempo y atención minuciosa. No obstante, no puedo dejar pasar la ocasión de su 80 aniversario –cumplido el 6 de octubre pasado- para rendir al menos un breve testimonio de su calidad indubitablecomo ser humano y artista; de su amable y aun amorosa generosidad frente a la vida que ha tenido y que aún vive con intenso vigor. En realidad, su condición tanto física como intelectual es admirable; se le mira con envidia positiva, diría Émile Cioran (aunque lo duden, eso afirma el filósofo rumano, que existe la envidia positiva).
Suena a lugar común decir que este o aquél artista es un renacentista de nuestro tiempo. Si por renacentista se entiende a un humanista con los sentidos y el espíritu puestos en la experiencia de la vida, en el cultivo del conocimiento y el vívido gozo y la práctica del arte y la cultura, en el caso de Carlos Bracho no se trata de una frase hecha, en él se cumple como verdad. La pasión con que se muestran las evidencias está en relación a la variedad de sus intereses. Actor de teatro, cine y televisión, fotonovelero, escritor, recitador, conferencista, conversador, difusor de la cultura, grabador, fotógrafo, periodista, crítico culinario, jardinero, político de izquierda (fundador del PMS y el PRD; al cual condena en la actualidad, como debe de ser), diputado, candidato a gobernador, coleccionista de juguetes mexicanos y plantas cactáceas, director del Salón de la Plástica Mexicana por 20 años, corredor de galerías y, por si faltara, coprotagonista de la última película de María Félix (La generala; Juan Ibáñez director, 1970). En fin, amante apasionado de la vida, la naturaleza y el arte. Pero más allá de las heterogéneas expresiones o, mejor, junto con ellas, la evidencia mayor de su personalidad es la conversación directa con él; después de haberlo visto en acción, mucho mejor, por supuesto.
Tuve la fortuna inesperada de interpretar con él, de manera espontánea y generosa de su parte, el poema “El día que me quieras”, de Amado Nervo (musicalizado por Manuel Esperón para la película Me he de comer esa tuna, dirigida por Miguel Zacarías, que protagonizara Jorge Negrete en 1946; ya hemos diferenciado antes esta canción del tango de Carlos Gardel procedente de la película del mismo título de 1935, con John Reinhardt como director), en la Sala Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario de la UNAM,en febrero de 2013, cuando lo había conocido apenas en octubre de 2012. En aquella primera ocasión, ambos formamos parte del Festival Ceiba, él con su conocido programa sobre Don Quijote de la Mancha y yo con un concierto operístico. Nos presentaron durante la cena en el hotel en que nos hospedábamos en Villahermosa, Tabasco. Sin pensarlo, me pasé a su mesa y tuvimos una prolongada conversación de los más variados temas que se puedan imaginar. De verdad una velada entrañable para mí.
De vuelta en la Ciudad de México, en enero, asistí junto con nuestra común amiga, Norma Domínguez, periodista y promotora cultural, a la presentación de uno de sus estupendos espectáculos de lectura de poesía en el Antiguo Palacio del Arzobispado, a la que siguió una agradable cena con estupenda charla igualmente. La comunicación con Bracho tomó a partir de entonces forma de correo electrónico o Facebook y fue así que lo invité al concierto que cantaría en febrero en la UNAM.
Dos o tres días antes de la presentación me vino la idea. Ya que Esperón sólo musicalizó parte del poema de Nervo y que Bracho es un gran decidor de poesía, ¿por qué no incorporar las estrofas completas y alternar el magnífico recitado de Bracho con el canto acompañados por el piano de fondo? Cuando se lo comenté, le pareció bien. Aunque no lo creí posible, el día del concierto llegó con su familia. Lo vi en el camerino un poco antes. Escribió de puño y letra el poema completo señalando las partes de su intervención. Sorpresa para el público. No hubo ensayo. Así sucedió. Con Sergio Vázquez al piano. Y para mayor gracia y fortuna, nuestra amiga Norma tomó el momento con su celular; de no ser así, no existiría dicho registro.
En mi experiencia en SDPnoticias he procurado separar al cantante, que ya muchos saben que soy, del columnista. Éticamente he pensado que es mejor así, aunque algunos lo consideran un error. En esta ocasión por vez primera presento un fragmento de mi quehacer interpretativo como tenor por tratarse de un evento especial en el que por vez primera también se presentó completo el texto de Nervo con la canción de Esperón. Y sobre todo, porque se trató de un momento en verdad conmovedor, porque, impensablemente, la generosidad, la naturalidad y el talento de Carlos Bracho se hicieron presentes en el recinto de la UNAM; como en la vida.
El próximo domingo 29 de octubre, el excelente programa “Leo… luego existo”, del INBA (del cual el actor es protagonista), ofrecerá en la Sala Ponce del Palacio un homenaje a Carlos Bracho por su 80 aniversario de nacimiento. Habrá que estar ahí. Mientras eso sucede, miro ahora a Bracho abrazar y besar a “La Doña” generala, o al revés, y celebro a un aventurero hablar sobre las delicias de la comida mexicana y extranjera, el buen vino y los olores del pan. Y leo a la salud de Carlos: “A mí, en lo personal, Karla, me encanta tomar el whisky de una sola malta. Es un sabor único el que te ofrece esta bebida, es una experiencia inolvidable… es una bebida que te da suerte, que le proporciona al paladar festival del bouquet y de sabores y te hace sentir que la vida es bella y que vale la pena vivirla”; fragmento de la carta del viajero Carlos a Chére Karla en La lujuria de gourmet(Edit. Benma, 2015; aunque algunos ya lo conocen como “El gourmet de la lujuria”). Presento aquí, pues, la interpretación de “El día que me quieras” de Amado Nervo y Manuel Esperón en la voz de Carlos Bracho y Héctor Palacio: