Hoy por la mañana, los mexicanos amanecimos con un nuevo presidente electo, 18 años le tomó al de Tabasco llegar a la presidencia de la República. Lo anterior no es posible pensarlo sin tres grandes fenómenos. El primero la atroz presidencia de Peña Nieto, la segunda el hartazgo de la población, y el tercero el sinfín de acuerdos políticos.

En cuanto al primer punto, el sexenio que está a punto de terminar, estuvo plagado de casos de corrupción, farsas de investigación, errores de ejecución y cálculo político como el llamado “gasolinazo”, el cual exacerbó los ánimos sociales de una manera inconmensurable, una incapacidad total en el combarte al crimen organizado, la maniobra política totalmente torpe con la invitación del candidato Trump a Los Pinos, donde los mexicanos nos sentimos ofendidos y duramente agraviados y finalmente un control de daños por sus operadores mediocre, con cero imaginación y que más que ayudar abonó a su debacle donde pasará a la historia como el presidente más estúpido y corrupto que hayamos tenido.

En cuanto a la segunda causa, los políticos de todos los partidos, se han encargado de hartar a los mexicanos, hasta un punto tal en que son el porcentaje de la población más mal calificado en cuanto a aprobación. Los partidos han forjado lento pero seguro durante décadas el resultado obtenido en las urnas. Un candidato priista que probablemente era el mejor preparado pero que sin embargo, cargaba un costal de corrupción y abusos demasiado grande y pesado para dejar de ser tomado en cuenta por la ciudadanía. Un partido que desde su fundación, ha vivido en constantes guerras internas por sus llamadas “tribus”, que no es capaz de representar ya a la izquierda, ya que no son capaces de representarse e identificarse ellos mismos con lo que son. Y finalmente el último del trio, que derivado de dos sexenios panistas el primero totalmente desdibujado, y el segundo el iniciador de una guerra mal medida, planeada y ejecutada, y que tiene al país en un baño de sangre que por supuesto no es olvidado.

La tercera causa viene derivada de las otras dos por supuesto, pero todos los que pertenecen al equipo ganador de la contienda, son salidos de las filas de alguno de los tres partidos anteriores y algunos desfilaron por los tres. Si tuviéramos que definir a Morena, no podríamos, ya que tiene derecha, centro izquierda, extrema derecha e izquierda, es una mezcla amorfa que tuvo a un fundador y candidato que supo encontrar esta veta de odio de los mexicanos a los partidos tradicionales y la explotó pacientemente. Los acuerdos que se establecieron en esta contienda, tardaremos años en conocerlos, sin embargo, si no hubiera estos, cómo entenderíamos a un Bartlett como asesor de Morena, cuando es confeso autor del robo de la elección y la famosa caída del sistema en 1988, o la alianza con la maestra Gordillo, o la velocidad con la que los candidatos aceptaron su derrota a minutos de haber cerrado las casillas y que alimenta más el rumores de acuerdos en aras de no hacer investigaciones que puedan afectar al gobierno saliente.

Lo que nos queda, es un presidente que, por supuesto, tiene la validez de los votos en las urnas, que en el juego de la democracia es así como se gana y no tomando calles, mandando al diablo a las instituciones y haciendo payasadas como autonombrarse presidente legítimo. Hoy esas mismas instituciones son el soporte y legitimidad de su victoria. Ojalá que sea para el bien de México y no traicione a los millones que valientemente salieron a darle su voto, reconociendo que hubo otros millones que no se lo dieron y que ahora deberá gobernar para todos.

Reconozco en López Obrador un político que supo leer a sus electores; ahora nos toca trabajar a todos por el bien del país, buscando que nuestras diferencias se conviertan en oportunidades para hacer un mejor país que dejarles a nuestros hijos.