1962. En el mar de Cuba, durante la crisis de los misiles, varios destructores de la flota estadounidense lanzaron cargas de profundidad sobre el submarino B-19 de la armada soviética, que estaba equipado con armamento nuclear. Hasta entonces, Nikita Jrushov había desoído los requerimientos de Fidel Castro de lanzar un ataque preventivo contra los Estados Unidos. El ministro Ernesto Guevara estaba dispuesto a la inmolación. En medio de la escalada verbal, las dos potencias negociaban discretamente una salida al conflicto. Sin embargo, en la profundidad abismal, las bombas de la US Navy parecían hablar un lenguaje elocuente. En medio del zarandeo, el comandante del submarino creyó que había estallado la guerra. Después de varios intentos fallidos de hablar con Moscú, decidió responder al ataque con sus torpedos atómicos. Para activar la respuesta, el protocolo militar exigía el consenso de los tres oficiales al mando del submarino. Uno de ellos, Vasili Aleksándrovich Arjípov mantuvo la serenidad y se negó a dar su consentimiento. Con ese gesto evitó lo que pudo ser el inicio de una guerra nuclear.  Finalmente el submarino emergió como  pudo y no pasó nada.

Cuando en el conflicto con Corea del Norte Donald Trump, con un esfuerzo retórico sin precedentes, evoca el fuego y la furia no sabemos que pensar. ¿Se trata de una referencia al “El Ruido y la Furia”, la famosa novela de William Faulkner, que probablemente no haya leído? Ciertamente la historia trata de una estirpe degenerada y de su destrucción; y algunos argumentos hablan en favor de una sombría afinidad del presidente americano con Benji, el retrasado mental que inicia la narración y que, por lo demás, comparte con el señor Trump la pasión por el golf. O parafrasea éste al presidente Truman cuando anunciaba una lluvia de ruina sobre Japón como nunca antes había conocido la Humanidad. En el momento de hablar ya volaba el Enola Gay hacia su objetivo. Esto ya es más grave. O es que acaso Trump se inspira en el lenguaje apocalíptico del profeta Jeremías para suplantar la voz de Jahvé en persona cuando éste anunciaba la destrucción por el fuego de Magog y de todos los habitantes de la costa, para que de una vez por todas se enterasen de quien era el Señor, el único y verdadero. Pero allá en la costa Kim Jong Un no se achica. También él tiene fuego para dar, según proclama, aún a sabiendas de que lo mejor que puede esperar es una soberana golpiza.

A comienzo de los 50s del pasado siglo tuvo lugar en Corea una guerra civil globalizada que dejó un balance de más de seis millones de muertos. En Corea del Norte no guardan buena memoria de las atrocidades cometidas por los americanos, ni tampoco de la terrorífica dominación japonesa. No es de extrañar que desde allí las cosas se vean de otro modo. Eso no quita que la humanidad tenga que desayunarse todos los días con las estúpidas risitas del dictador, siempre celebradas por un coro de payasos con enormes gorras de plato o por millares de marionetas en perfecta formación, mientras lanza cohetes al espacio. El esclerótico régimen de Piong Yang no tiene razón de ser en un continente que ha demostrado una singular capacidad de cambio y progreso. Corea del Norte es un problema en Asia, pero quizá no lo sería tanto de no ser por la ubicuidad del poder americano y sus propios intereses estratégicos. La pieza fundamental del tablero no es Corea; será China.

Aunque de momento esto no sea más que un juego de póker, resulta macabro que en todo lo largo y ancho del planeta tengamos que vernos convertidos en rehenes de esas dos luminarias de la humanidad, que tengamos que soportar sus bravuconadas y vivir en vilo ante el peligro de una escalada bélica. No hay que olvidar los meses de retórica y todo el circo en Naciones Unidas previos a la invasión de Irak por el segundo Bush: no hacían sino ganar tiempo para dejar amarrada la operación. Ahí están los resultados.

Kennedy y Jrushov eran personas bastante razonables, pero entre tanto hemos podido comprobar que los actuales gobernantes no son los primeros matones con los que tiene que cargar el género humano: de Corea del Norte solo intuimos que son unos perdedores, pero tampoco tenemos certeza de si esta vez los estrategas del pentágono actuarán con sensatez; en Vietnam, en Afganistán y en Irak erraron sus cálculos con grave perjuicio para toda la humanidad. Precedentes que no debemos olvidar. Cabe suponer que Kim Jong Un esté pasmado, al menos ahora se ríe menos, pero Trump parece gozar lo suyo con el espectáculo: bastó verlo levantar el mentón y cruzar los brazos al estilo de Mussolini cuando sacó lo del fuego y la furia. Esto ya es tanto o más de lo que pudo soñar Jeremías;  esperemos que de ahí no pase.

En medio de la demencial escalada, el ministro de asuntos exteriores de Rusia, Serguey Lavrov, ha dicho que en este tipo de conflictos siempre debería ser el más fuerte quien dé un paso atrás. Sabia razón. Su solución al conflicto recuerda a aquella pactada por Kennedy y Jrushov: tú retiras tus cohetes y yo retiro los míos. Esperemos que tanto en el Pentágono como en el estado mayor norcoreano tengan los nervios templados y que no llegue a suceder lo que entonces no sucedió gracias a que en la profundidad del mar de Cuba aquel oficial soviético supo mantener la serenidad y defender lo correcto. La existencia de  Vasili Aleksándrovich Arjípov  salió a la luz en 2002.  Aún sabemos poco de él, pero sí sabemos lo mucho que le debemos.