Aeroméxico está solo. Y no solo hablamos de la decisión presidencial de no dar apoyos a ninguna empresa afectada por la pandemia de Covid-19, lo que ratificó López Obrador en su conferencia mañanera de este miércoles.

Hablamos de que ningún socio o accionista de la compañía aérea ha levantado la mano para capitalizar a la empresa en el momento más crítico que ha enfrentado la empresa desde su privatización en el 2007. Pareciera que la única salida para que el fondo de inversión, Apollo Global Managnment, aporte los mil millones de dólares, depende de que sobrecargos y pilotos adelgacen los contratos colectivos de trabajo para igualarlos con las aerolíneas de ultra bajo costo.

Ni la estadounidense Delta, socio mayoritario del 49% de la línea aérea, ni los accionistas mexicanos liderados por la Familia de Eduardo Tricio, Valentín Diez Morodo o Antonio Cosío están dispuestos a inyectar recursos frescos para garantizar la viabilidad de la empresa por los siguientes años. Tampoco en las mesas de negociación con sindicatos de pilotos y sobrecargos se ha mostrado voluntad para liquidar activos que pudieran ayudar a alcanzar los ahorros que está pidiendo el fondo de inversión por un periodo de cuatro años.

Si bien ya se hizo un recorte importante de la flota para tener una empresa más pequeña, buena parte del problema radica en los compromisos financieros que Aeroméxico adquirió con la flota de 20 equipos de largo alcance Boeing 787 Dreamliner, tanto en renta como en opciones de compra, que tienen presionadas las finanzas de la línea aérea incluso desde antes de la pandemia. A esto se le sumó la suspensión de operaciones del Boeing 737 MAX que ayudaría a reducir costos en vuelos de alta demanda. A esto habría que agregarle la debilidad que enfrenta Aeroméxico en el mercado doméstico desde mediados del 2018, luego de que por una decisión comercial se dio prioridad a los mercados internacionales dejando el terreno libre para que Volaris y Viva Aerobus los rebasaran rápidamente.

Por varios años el equipo ejecutivo encabezado por Javier Arrigunaga y Andrés Conesa permeó la idea, entre socios y accionistas incluyendo Delta de Ed Bastian, de que la eventual caída de Interjet, entonces propiedad de la familia Alemán, favorecería los planes comerciales para captar mayor demanda de pasajeros. La realidad es que Interjet murió por sí sola, y hoy el mercado doméstico está en manos de las líneas de bajo costo que han sabido moverse con más agilidad para adaptarse al contexto actual.

De ahí que pensar que la reestructura de la aerolínea depende exclusivamente del esfuerzo de los trabajadores, muestra el desinterés de sus actuales accionistas y la poca creatividad de la administración por no querer explorar otras alternativas, como convertir la deuda de cientos de acreedores en acciones de la compañía tal como ha sucedido en otras empresas aéreas insignia en el mundo.

Las viejas fórmulas de negociación con los sindicatos que fueron exitosas en la última década y que le agregaron ahorros importantes a la empresa a través de cambios a los contratos colectivos también están agotadas. De igual modo el estilo de presión e intimidación de los negociadores laborales de la aerolínea que siempre han apostado a un doble juego. En público pedir colaboración entre empresa y trabajadores, pero en privado enfrentar a los trabajadores.

La intención de Aeroméxico de querer dar por terminada la relación de los contratos colectivos de trabajo, que tendrían que ser autorizados por la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje en la 4T, y al mismo tiempo de darle continuidad a la aerolínea, es una declaración en si misma contradictoria. Simplemente porque sin tripulaciones no hay vuelos.

Finalmente, la credibilidad de Andrés Conesa su director general y de su equipo directivo más cercano está desgastado por el paso de los años. Porque, si bien la crisis de la pandemia ha sido devastadora para la industria aérea, la compañía ya acumulaba bajo su responsabilidad al menos dos años de presión en sus reportes trimestrales y debilitamiento de su posición en el mercado, lo que incluso se ha reflejado en una fuerte caída del valor de su acción. De quienes conocen a Conesa nadie duda de su capacidad y de los logros que por más de 15 años consolidaron a Aeroméxico para ser la empresa que es. Pero en esta coyuntura por el bien de todos, incluyendo su nuevo socio inversionista, su periodo al mando de la compañía debería de llegar a su fin.