A partir del ciclo escolar que comenzó recientemente entró en vigor el Acuerdo 648 que establece las normas para la evaluación, acreditación, promoción y certificación en la educación básica. De una manera simplista, la Secretaría de Educación Pública sintetizó el acuerdo como una medida para evitar la deserción. Sin duda hubo un problema de comunicación para explicar el acuerdo y aunque éste se publicó oficialmente, tampoco hubo interés de los medios en leerlo y tener una aproximación más certera al significado de las nuevas disposiciones.
La modalidad para evaluar que se acaba de inaugurar tiene varias bondades aunque no está exenta de riesgos. El resultado final, efectivamente, será que no habrá reprobados de primero a tercero de primaria: los alumnos se considerarán aprobados sólo con el hecho de haber cursado el ciclo escolar, sin embargo se realizarán tres evaluaciones en distintos momentos del año.
Lo destacable de la medida no es que haya o no reprobados sino que se está aplicando un verdadero enfoque de evaluación, es decir, lo importante es realizar una medición de las competencias y conocimientos que adquieren los niños. Se suponía que antes de este acuerdo la evaluación también antecedía a la acreditación, esto es que se evaluaba antes de estampar un número aprobatorio o reprobatorio en una boleta. Este principio se alteró de tal manera, que colocar ese dichoso numerito se convirtió en la parte fundamental del proceso de evaluación, por más cambios de enfoques teóricos en la educación.
El sentido de competencia y el afán de darle un número al rendimiento académico avasallaba los intentos de evaluación. Los maestros terminaron por dedicar una parte importante del tiempo escolar a capacitar a los alumnos para contestar exámenes de evaluación externa porque no se destinaban a indagar qué tanto sabían los alumnos sino para calificar el desempeño de los maestros. Así, la evaluación se pervirtió de tal modo que de un acto didáctico terminó como parámetro del rendimiento laboral, lo cual generó una buena cantidad de disputas sobre la pertinencia de evaluar a los maestros y cómo; si con un examen o con base en el rendimiento de sus alumnos y pasó a convertirse en un pretexto que atizó la agenda política en cuyo centro se colocó a los sindicatos. El tema, de suyo delicado, fue condimentado por la película “De panzazo” que intentó ser algo así como el oráculo revelador de la situación desoladora de la educación en México y sus causantes. Como había que encontrar culpables, los maestros fueron los villanos a la vista.
La danza de los números, especialmente cada vez que se han dado a conocer los resultados de las evaluaciones estandarizadas como Enlace, Excale y Pisa, apuntan también con dedo flamígero a los docentes como malos trabajadores y a los alumnos como la vergüenza nacional.
Se ha olvidado poner al día los objetivos sociales de la educación básica, especialmente de la primaria. Se dejó a un lado que en estos primeros años la intención fundamental es socializar a los alumnos, darle la información suficiente y necesaria para comprender su inserción en una sociedad. Por más que ahora se defienda el enfoque por competencias, que muchos nombran y pocos comprenden, los programas de estudio y los libros, sobre todo de primaria, mantuvieron un enfoque enciclopédico, con una gran cantidad de contenidos que impedían conservar la perspectiva general de comprensión del entorno.
La nueva modalidad de evaluación es una oportunidad de replantearse para qué sirve socialmente la primaria. ¿Para enseñar conocimientos básicos? ¿Para socializar a los niños? ¿Para guiarlos a que aprendan a aprender? ¿Para hacerlos competitivos en un mundo que exige más habilidades para investigar y resolver problemas que personas depositarias de datos?
Claro que esta nueva forma de evaluar y acreditar puede ser también la situación donde la mítica puerquita tuerce el veleidoso rabo, porque ciertamente se corre el riesgo de un mayor rezago si se acrecienta la falta de compromiso docente ante la ausencia de una escala de calificaciones que indique si hay o no rendimiento académico.
Lo que resulta inaceptable son las voces críticas que señalan que México no está preparado para adoptar este tipo de modelos de primer mundo. ¿Necesitamos acaso un modelo educativo para país pobre y atrasado? Lo importante es el trabajo institucional para insistir ahora en la evaluación, en colocar metas alcanzables, pero cada vez más ambiciosas en términos de calidad y de competencias que permitan a los alumnos ser competitivos en un mundo signado por la información y donde la capacidad de elegirla adecuadamente ya representa una habilidad muy importante y necesaria.
Es curioso que los reclamos provengan sobre todo de los padres de familia, a quienes les dice más un número en un examen o en una boleta que los conceptos que definen los fines sociales de la educación. Será tarea de la SEP desarrollar las estrategias para que el acuerdo deje de interpretarse como la eliminación de los reprobados de primero a tercero de primaria y prevalezca la de una nueva forma de evaluar que conviene a todos.
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