El 6 de diciembre lo informó y el 7 lo cumplió. Miguel Mancera presentó en el Zócalo como primer acto “artístico” de su administración al cancionero Joan Sebastian.

Naturalmente que no se trata de una sorpresa. No por ideología sino por gusto personal o por ausencia del mismo o por marcada inclinación en general del político mexicano al arrabal, Mancera prolonga de esta manera los “conciertos” de la llamada música popular que asimismo promovieran en su momento (¿pan y circo de la izquierda, populismo no tan barato?), Marcelo Ebrard y López Obrador en la trascendente zona del Centro Histórico.

Tampoco es sorpresa que Sebastian sea el encargado de inaugurar la expresión cultural del nuevo gobierno de la ciudad.  En campaña se dijo que Mancera es gran amigo y aun cantó la pieza de otro pintoresco personaje conocido como “El Buki”, quien en reconocimiento a la amistad y el gusto del entonces candidato, obsequió los derechos de una canción para utilizarla como himno de sus actos de campaña.

Es normal que Mancera tenga en lo personal un criterio musical, artístico o estético,  el que sea, no importa, el problema es que lo generalice como política pública con recursos públicos como lo hicieran también sus antecesores. Independientemente del gusto personal de cada ciudadano de la ciudad de México, ¿por qué no debieran Mancera y los gobiernos de supuesta izquierda contratar a Sebastian y otros de su línea?

1. No se propone aquí exclusivamente una expresión cultural del tipo que los ofendidos llaman “elitista”, por ejemplo, música clásica, ballet, ópera y la expresión de las bellas artes en general. Aunque no estaría nada mal presentar en el Zócalo a la tan subutilizada Filarmónica de la Ciudad en un concierto mensual, por decir algo. Los eventos masivos de la plancha debieran de comprender una suerte de mosaico cultural que presente a tantos grupos independientes que cuando se ha tratado de causas o “luchas” de la izquierda, han sido solidarios, pero una vez en el poder, esa izquierda los ha relegado, olvidado, ignorado y desdeñado por completo. Y cuando son contratados, lo hacen por tres pesos.

2. Joan Sebastian y El Buki son cancioneros de televisa, estrellas de ese canal. Y más allá de la postura ideológica y política de esa empresa, usualmente contra la izquierda, ¿es necesario atascar aún más al público con este tipo de figuras que nada añaden a la vida cultural de la ciudad y que en un determinado caso de lucha social de la izquierda jamás, o difícilmente, mostrarán su solidaridad con la ciudad porque permanecerán del lado del poder o cuando mucho en silencio?

3. Y seguramente, eso sí, contrariamente a los grupos independientes, este tipo de eventos son muy bien pagados (a menos que Mancera demostrara lo contrario; aun así, poco enriquecen a la ciudad y al país atestado con este género de expresión musical elemental). Y el dinero utilizado, no sobra decirlo, es público.

4. La política cultural de la “izquierda” en la ciudad de México ha dejado mucho que desear en 15 años. Se entiende que el PRI contrate a estos personajes de televisa y que el PAN a otros semejantes, pero ¿no debiera la izquierda, por procurar ser una alternativa distinta, por crítica, por presumir tener mayor bagaje cultural, materializar esta presunción en su política cultural pública? ¿Una cultura que enriquezca y no una que envilezca la vida cotidiana?

Si Mancera se empecina en esta expresión cultural facilona, los ciudadanos de la ciudad estarán condenados a padecer 6 años más los elencos de televisa con Joan Sebastian y El Buki a la cabeza, más quebraditas y pasitos que se acumulen.

En su ensayo crítico sobre el socialismo, Oscar Wilde se burló de la pretensión de degradar el arte con tal de hacerlo accesible al pueblo. Señaló algo en lo que creo, que debía elevarse el espíritu del ciudadano, no degradar el arte para que éste lo comprenda. Sin embargo, hoy, pareciera ser que esa elevación debiera buscarse a través precisamente del acceso a una cultura alterna a la que se difunde todos los días y a todas horas por medio de la televisión y la radio. Se necesita de una suerte de popularización del arte con el fin de ponerlo al alcance de la población. Y esto nada tiene que ver con ideología.

Cuando José Vasconcelos, como secretario de educación pública y con todo y crítica a cuesta, decidió publicar ejemplares clásicos de la literatura universal y enviarlos en burros y mulas a las comunidades alejadas de un país anegado en la ignorancia y el analfabetismo, la consideración primaria fue que no porque muchos mexicanos no pudieran leer se les negaría a priori el derecho a esas obras y a esa posibilidad. Por su puesto, se procuró también la alfabetización. Jaime Torres Bodet prolongaría esta política vasconcelista en sus campañas nacionales contra el analfabetismo.

Contrario a lo que pensó Wilde en su tiempo, la popularización del arte no llevaría en esta época a la degradación ni a la miseria cultural. Esto lo está cumpliendo, en todo caso, la política cultural de la izquierda en la ciudad de México (de donde gobierna el PRI y el PAN, ni hablar), con eventos como el del viernes pasado.