“Con el atardecer

Me iré de aquí

Me iré sin ti

Me alejaré de ti…

Pero es mejor así

Un día comprenderás

Que lo hice por tu bien

Que todo fue por ti

La barca en que me iré

Lleva una cruz de olvido

Lleva una cruz de amor

Y en esa cruz sin ti

Me moriré de hastío”.

Juan Zaízar (interpretó: VF)

Los mariachis de José Alfredo callaron. En cambio, las redes sociales explotaron en comentarios. La vida de Vicente Fernández, perfecta en la prensa rosa, es algo más cercana al desastre conforme a lo dicho fuera de ese espacio. Y, bueno, en gustos se rompen géneros, si bien nadie puede negar que el Charro de Huentitán tuvo una importante impronta —para bien y para mal— en la vida de millones de mexicanos.

Sin lugar a dudas, su trayectoria basada en el arduo trabajo es un ejemplo a seguir. Una persona que nunca se dio por vencida, consiguiendo finalmente lo que se propuso. Lo mismo puede decirse de la solidaridad expresada por millones de mexicanos cuando algo va terriblemente mal o cuando se tiene el dinero para convidar a todos a la fiesta… Algo así como su último concierto en el Azteca, cuando invitó a todos los ahí presentes. Sí, los boletos para asistir al espectáculo fueron su regalo de despedida para parte del gran público que tanto lo coreó.

Un hombre de familia quien, junto a su esposa, adoptó a su hija Alejandra y le trató igual que a sus demás hijos. Como buen ranchero, supo cómo sobrellevar el secuestro de uno de sus hijos, de forma callada y casi estoica. Nunca se aprovechó de dicha desgracia para vender más discos. Ese triunfo sobre el mal lo guardó en casa. Algo que aprender de ello; muchos mexicanos son así a la hora de enfrentar las verdaderas dificultades.

Había constancia también. 37 años en su compañía de discos, 20 en su compañía cinematográfica y 42 con una sola esposa.

Mas, mientras los logros hablaban de su esfuerzo, de manera cínica acotaba: “no te estoy diciendo que soy un santo porque sabes bien la cola que traigo y que me arrastra, pero pienso que se puede hacer todo con discreción, sin lastimar a terceras personas”.

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O sea, para él lo importante era hacerlo con discreción, pero presumiendo de sus conquistas; un macho en toda regla. ¿Se entiende? Supongo que no…

Así, mientras su vida profesional, musical fue exitosa, llegando a ser considerado el “Rey de los palenques”, donde se ufanaba de “mientras ustedes no dejen de aplaudir, su Chente no deja de cantar”, las fotografías que resultaron de muchos de esos espectáculos mostraron a un cantante quien se propasaba con las féminas, sobando sus bustos y sonriendo al hacerlo. Si bien en todo evento de esa clase no fallan las bragas y los brasieres volando para que los cachen las manos de los artistas, en el caso de Vicente las fotos donde tocaba a sus fans muestran que ellas no estaban nada contentas con su actuar.

Chente, el charro cantor, acosador de las mujeres, también se dio a conocer por comentarios homofóbicos, como cuando requería el trasplante de hígado y dijo que no porque podría provenir de un drogadicto o de un homosexual y eso le podía contagiar…

Aquel macho ufano de sus conquistas, sinvergüenza profesional, homofóbico sin clóset y con una larga y exitosa trayectoria como cantante, muestra la dualidad de su influencia. Una positiva porque, gracias a su trabajo y dedicación, se convirtió en un afamado cantante: Vicente Fernández vendió más de 50 millones de discos y fue galardonado con dos premios Grammy y 7 Latin Grammys. Pésima influencia en otros frentes dada su misoginia y su homofobia.

Ya que su vida dio mensajes de grandeza y también de abusiva humanidad, recordemos al cantante como eso: un humano con destellos de grandeza y deshonor. No hagamos de él un ícono, tan solo un ser humano que adoró cantar y nosotros escucharlo.

Verónica Malo el Twitter: @maloguzmanvero