Cantar hasta el amanecer y hasta el morir

Frase célebre de Vicente Fernández Gómez (1940-2021) durante sus presentaciones, popular entre el público y sus imitadores: “Yo aquí sigo cantando hasta que ustedes aplaudan o dejen de aplaudir”.

Y en su caso, la sentencia se cumplió siempre que lo quiso en el escenario, pero también en la vida. Contrario a muchos cantantes que en un momento determinado “pierden” la voz, enronquecen o se llenan de defectos, en su caso cantó prácticamente hasta morir. Solía cantar hasta el amanecer y así lo hizo hasta fenecer. Fue absolutamente un profesional de una vocación que practicó siempre con entrega al público.

Una muy buena voz, potente, tenoril, que usó de forma adecuada para su género y estilo. En un principio, voz directa sin melismas, aguda, que podía llegar al grito pelado, a la estridencia y a la vulgaridad misma, pero con el tiempo aprendió a modular, a usar el falsete, la media voz, el piano (es decir, la voz suave) como instrumentos del romanticismo de una canción, una frase o una palabra.

Salvo por José Alfredo Jiménez y Cuco Sánchez que son muy buenos cantautores (casi ningún intérprete rebasa las interpretaciones de sus canciones cantadas por ellos mismos), tengo poco afecto al género ranchero con mariachi más allá de las borracheras, una ida a Garibaldi (a Tlaquepaque en Jalisco), o una expresión espontánea. Imposible como una afición permanente de todos los días a todas horas.

No obstante, se debe reconocer que al menos desde Tito Guízar y Lucha Reyes, empieza a configurarse y consolidarse un género y estilo “típicamente” mexicano; muy ligado al cine. Sin embargo, como intérprete de este estilo preferiría, por ejemplo, “Paloma querida”, con Jorge Negrete, que cualquier ranchera cantada por Pedro Infante, a quien considero insuperable en el bolero.

Vicente Fernández es en verdad el último gran intérprete del ranchero a “grito pelado” al cual le antecede el estilo ranchero a lo Guízar, el simpático de Infante, el bravío de Negrete, el campirano de Pérez Meza, el macho “bragao” (calado y comprobado, se dice en las cantinas) de “El Charro” Avitia, el sobrio de los hermanos Záizar, la gracia del Piporro, el filosófico y pasional de José Alfredo, el sentimental de Sánchez, el bolero ranchero de Javier Solís. Y entre las mujeres, además de Reyes, Lola Beltrán y María de Lourdes.

¿Y qué le ha seguido, qué le sobrevive a ellos, a Vicente? Tipos con voces carentes e incluso ausentes de la bravura tan característica del estilo. La afonía engolada de Alejandro Fernández, el hijo exitoso de Chente, y otro hijo prácticamente mudo, Pepe Aguilar, hijo de Antonio quien llegó a cantar mucho mejor que el hijo; también la madre, Flor Silvestre, superó al hijo. El género se mantiene gracias al mariachi activo en México y en el mundo, pues voces verdaderamente legítimas del mismo, no las escucho. Y más allá de la voz, la figura y la personalidad no se les ve por ningún lado.

Y dije “grito pelado”, un grito agudo, chillón, nasal muchas veces el de Fernández. Pero estas características, a más de estilo proporcionaban trucos para mantener el canto por horas y horas, hasta que el público aplaudiera. Difícilmente enronquecía.

Una vez en que lo hicieron coincidir en un programa televisivo con el tenor Fernando de la Mora, alternando algunas canciones, Fernández dijo con cierta falsa modestia que no se atrevería a competir con un cantante de la talla de su “oponente” de ocasión, sabiendo por demás que De la Mora, habiendo iniciado en el género ranchero sin triunfar, había terminado por alcanzar mejor suerte en el escenario operístico mexicano. En cambio, en el género popular mexicano “Chente” era ya un maestro.

Pero esos trucos, esos “defectos” esos artilugios le dieron, decía, capacidad para la sensibilidad y el manejo de una voz más íntima, que podía susurrar a la mujer también, no sólo lanzar gargantazos apantalladores desde la ventana bajo la cual se da la serenata ranchera a la muchacha. Es decir, con el tiempo maduró como cantante e intérprete.

Versiones en vivo de “Perdón” y “El rey”

Entre sus versiones me agradó “Perdón”, de Pedro Flores, en vivo a dos voces:

O su interpretación, la espontaneidad jubilosa junto a Celia Cruz, de “El rey” (¡azúcar!):

Pero sin duda, el gran público gusta casi todo de él, que continuará cantando en los videos y discos mientras haya quien lo preserve en la memoria, el gusto, la fiesta y la borrachera, el sentimiento. Él cumplió cabalmente como el último gran cantante del género. Cantó durante toda su vida (hizo pocas películas; no muy buen actor), no defraudó a quien pagó por sus discos, o mejor, acudió a verlo, escucharlo, disfrutarlo en vivo. Y así, Vicente cantó mientras vivió y hasta el último aplauso.