El intercambio de ataques con misiles y drones entre Irán e Israel, después del criminal “ataque preventivo” de la colonia sionista contra la República Islámica ha cumplido una semana.

Tras el fracaso del ataque “descabezador” contra el gobierno iraní, la lluvia de misiles convencionales e hipersónicos han resquebrajado el mito de “invencibilidad” del mal llamado domo de hierro y demás medidas de defensa pagadas en buena parte por los impuestos de los norteamericanos, ciudadanos de una nación al borde del colapso social, quienes difícilmente tienen acceso a educación o salud digna.

Mientras Trump y los fanáticos evangélicos de su gobierno llevan al mundo al borde de una guerra mundial que desembocaría muy probablemente en un conflicto nuclear, continúan las redadas crueles, criminales e inhumanas contra los migrantes mexicanos y latinoamericanos en lugares de trabajo como las tiendas Home Depot y zonas rurales.

En medio de esa desintegración del tejido social estadounidense es donde Trump sueña con una intervención militar, que necesariamente implicaría ir más allá de simple bombardeos e implicaría una intervención militar con “botas en el suelo” que haría ver las fallidas expediciones e invasiones a Irak y Afganistán como un día en el jardín de niños.

Así, entre guerras, crisis políticas que pueden desencadenar en conflictos civiles incluso en los propios Estados Unidos y la amenaza del cambio climático y el calentamiento global, responsable de eventos meteorológicos cada vez más violentos como los que azotan a nuestro país con cada vez más frecuencia, es el escenario de un mundo en llamas que entregaremos a próximas generaciones.