La historia suele repetirse, pero no de forma idéntica. A veces, se disfraza de ironía. Hoy, ante la escalada geopolítica más preocupante de la última década, México, que durante años resistió la presión simbólica y diplomática de Estados Unidos respecto a la construcción del muro, podría estar reconsiderando su utilidad. No por migración, sino por contención geopolítica.

La reciente cadena de eventos (el ataque con misiles de Estados Unidos a instalaciones nucleares iraníes, seguido por la inesperada y arriesgada represalia de Irán a instalaciones estadounidenses en Qatar) marca un punto de quiebre. La tensión entre Israel e Irán, que por años fue un conflicto latente y regional, ha escalado a un nivel global con implicaciones directas para aliados, adversarios y terceros países como México.

¿Quién se alinea con quién?

En el tablero de poder global, los bloques parecen reafirmarse. Estados Unidos, junto con sus aliados históricos (Israel, Reino Unido, Alemania, Japón), enfrenta a un eje cada vez más articulado: Irán, Rusia y China. Arabia Saudita, otro firme aliado estadounidense, busca equilibrio con Irán para evitar una guerra regional. Turquía, como es habitual, mantiene una ambigüedad estratégica.

América Latina queda, como en otros conflictos, al margen diplomático, pero no económico. Y aquí es donde entra México.

México no tiene aspiraciones ni capacidad militar para involucrarse directamente en un conflicto de esta escala. Pero eso no lo exime de verse impactado. Su cercanía con Estados Unidos, la alta integración comercial, la dependencia energética y la vulnerabilidad cambiaria lo colocan en una posición delicada.

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Irónicamente, ese muro que tanto criticamos ya está ahí. Aunque inconcluso, se ha reforzado, actualizado y en algunas zonas modernizado. Y hoy, no suena tan descabellado imaginarlo como una medida de protección ante escenarios de desplazamiento forzado, migración masiva o simplemente mayor militarización de la frontera sur estadounidense.

¿Siempre sí queremos el muro? Quizá no lo queremos, pero lo vamos a necesitar.

Las consecuencias económicas: ¿recesión, inflación o reconfiguración?

A diferencia de guerras pasadas, el mundo actual está profundamente globalizado, sobreendeudado y enfrentando tensiones energéticas estructurales. Una escalada prolongada en Medio Oriente podría traer consigo estanflación global, es decir, una combinación de estancamiento económico con inflación persistente.

México, como economía emergente, resentirá los efectos más rápido:

  • El petróleo podría subir por encima de 100 dólares si se afecta el estrecho de Ormuz.
  • La inflación importada llegaría vía alimentos, fertilizantes, combustibles y bienes intermedios.
  • Las tasas de interés se mantendrían altas o subirían ante presiones externas.
  • El tipo de cambio reaccionaría con volatilidad, presionando a la baja al peso frente al dólar.

¿Qué podría pasar en el corto plazo?

1. Inversión extranjera:

Los capitales golondrinos buscarán refugio en activos más seguros. México podría perder atractivo, salvo en sectores defensivos como energía, logística o alimentos.

2. Sistema financiero:

La banca endurecería sus políticas de riesgo. Menos crédito, mayores tasas y más prudencia en financiamiento a empresas exportadoras o de comercio exterior.

3. Consumo y empleo:

El alza en insumos básicos presionará a la baja el consumo. El empleo podría frenarse en sectores intensivos en importaciones o expuestos al dólar.

4. Exportaciones:

Si bien la depreciación del peso mejora la competitividad, una caída de la demanda en EE.UU. por razones bélicas o financieras afectaría el volumen de exportaciones manufactureras.

5. Finanzas públicas:

El aumento en ingresos petroleros puede ser buena noticia para Hacienda, pero los subsidios a combustibles, apoyos sociales indexados y pagos de deuda externa crecerían, comprometiendo márgenes fiscales.

Claudia Sheinbaum ya gobierna, y lo hace en un entorno radicalmente más incierto de lo que muchos anticipaban. Su primera gran prueba no será nacional, sino internacional y económica. Estas son algunas recomendaciones urgentes:

  • Blindaje macroeconómico: fortalecer las reservas internacionales, revisar escenarios fiscales pesimistas, proteger el tipo de cambio sin quemar reservas y garantizar liquidez interna son pasos obligados.
  • Neutralidad diplomática activa: México no debe tomar partido, pero tampoco puede ser pasivo. Puede y debe impulsar foros de diálogo desde CELAC o con países no alineados. La diplomacia activa es clave.
  • Transición energética acelerada: un conflicto en Medio Oriente puede acelerar la crisis petrolera global. México debe invertir de forma urgente en infraestructura eléctrica, renovables y almacenamiento energético.
  • Comunicación clara y oportuna: evitar el pánico. Un discurso firme, técnico y con enfoque preventivo puede generar confianza en mercados, inversionistas y ciudadanía.
  • Política social flexible: en caso de choque económico, deberá haber capacidad para redirigir subsidios y apoyos, priorizando alimentos, salud y energía.

Hoy, el muro ya está ahí. Pero no es solo de acero o concreto. Hay muros financieros, comerciales y tecnológicos que se están levantando en todo el mundo. México debe evitar quedar atrapado entre ellos.

Si algo ha dejado claro esta nueva etapa geopolítica es que la economía y la seguridad ya no pueden analizarse por separado. Y en un mundo donde la guerra no toca a tu puerta, pero sí a tus mercados, quizá la mejor defensa no es una muralla sino una buena estrategia económica.