Refutaciones Políticas

En la neolengua de los derechos humanos, la tecnocracia nos impuso un término tan frío como ridículo: adulto mayor. Con ese eufemismo aséptico, los burócratas pretendieron borrar la palabra “viejo” del vocabulario común, como si el simple hecho de nombrar la vejez fuera una ofensa. Nada más falso. Viejo no es un insulto. Viejo es una victoria sobre el tiempo.

Durante siglos, las culturas entendieron algo que hoy parece obvio y, sin embargo, se ha olvidado: viejo es sinónimo de sabio. El senex romano daba nombre al Senado, lugar de deliberación. El anciano era guardián de la memoria, consejero, piedra angular de la comunidad. Pero el capitalismo del siglo XX trastocó esa dignidad: la vejez fue convertida en estigma, asociada con improductividad, decadencia y obsolescencia.

En una sociedad que venera la juventud eterna, los cuerpos perfectos y la innovación constante, ser viejo se volvió casi una ofensa. Pero he aquí la paradoja: en un mundo que produce toneladas de datos y algoritmos, lo que más escasea es la sabiduría. Y la sabiduría no se compra ni se descarga: se vive, se sufre, se gana con los años.

El viejo es la memoria encarnada de lo que el poder quisiera olvidar. Cada arruga es un archivo, cada cicatriz un testimonio. En tiempos de velocidad, el viejo encarna la pausa; en la era del consumo, la mesura; en la tiranía de lo nuevo, la permanencia. Por eso, reivindicar la palabra viejo no es un capricho lingüístico: es un acto de insurrección contra el capitalismo juvenilista que margina lo que no rinde.

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Así como hubo un orgullo negro y un orgullo gay, es hora de levantar el orgullo viejo. Porque viejo es haber sobrevivido a todas las modas y sistemas que quisieron reducir a las personas a piezas descartables. Viejo es ser sabio porque se ha vivido lo suficiente para distinguir entre lo esencial y lo trivial. Viejo es ser revolucionario porque, en un mundo que idolatra la inmediatez, representa la permanencia de lo humano frente al simulacro.

Que tiemble la burocracia de los eufemismos. Decir “soy viejo” con orgullo es la consigna más peligrosa para un sistema que pretende esconder la muerte, negar el tiempo y maquillar la decadencia. Viejo no es carga: es la fuerza de lo vivido. Viejo no es final: es la cima de la experiencia. Viejo es sabiduría, y en ello radica la última revolución.

X: @RubenIslas3