Recientemente, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM tuvo lugar un seminario más sobre posibles reformas electorales.

En una de las mesas iniciales, se escucharon dos ponencias sobresalientes.

De un lado, Ricardo Becerra presentó una síntesis brillante y elogiosa de la transición democrática mexicana, a la que valoró en términos de cambio de régimen político: del autoritario, hegemónico y excluyente de la época clásica del PRI, a otro plural, competitivo y con alternancias, es decir, democrático bajo esas condiciones, apoyado en acuerdos, reformas, acciones y renegociaciones entre los actores políticos principales. Ese régimen estaría siendo negado y destruido por Morena, una vez que logró acceder al poder.

Del otro, Jorge Javier Romero reiteró su provocativa tesis que no niega la contribución de la transición democrática a la condición actual del país, solo que sin sobredimensionarla, pues no fue completada y, esto es lo más relevante, tampoco resolvió el sempiterno problema de la exclusión económica, social y cultural de la mayoría popular, o bien, si se prefiere, no se concibió y operó como parte de la configuración de un orden social de alto nivel de inclusión, lo cual sí ocurrió, por ejemplo, en la transición a la democracia española.

Dado que la experiencia mexicana se limitó al ámbito político y jurídico electoral, lo que alguna vez Lorenzo Córdova llamó las vueltas y vueltas de la noria reformista en ese solo ámbito, derivó en lo que se conoce como “cartelización partidaria”.

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La partidocracia cartelizada trabó, en beneficio de liderazgos políticos y actores sociales y económicos formales e informales, la instauración de un orden social incluyente, más igualitario y justo, que debió se parte –y no lo fue—de los acuerdos posteriores a la alternancia presidencial del año 2000, cuando Porfirio Muñoz Ledo y diversos actores presionaron sin éxito en favor de la reforma integral del Estado.

De lo anterior se sigue que la reflexión crítica morenista, liderada por Andrés Manuel López Obrador, ubicara más tarde al régimen político de la transición como parte del problema neoliberal a superar, pues fue sinérgico con la preservación del status quo.

En su conjunto, ello favoreció a las clases mejor posicionadas, pero provocó la polarización de la estructura social, ya que agravó las condiciones de desigualdad, pobreza, violencia, corrupción, crimen e impunidad de la mayoría del pueblo que durante la transición creció de 80 a 120 millones dentro y 20 millones fuera del país, además de que fue sobreexpuesta a la vulneración, discriminación y desamparo.

Es obvio que así se alimentó el contexto propicio para que prosperara la potente proposición; “por el bien de todos, primero los pobres”.

Al conformar un amplio movimiento popular y armar una coalición poderosa de actores políticos y económicos, AMLO y Morena ganaron el poder con tal caudal de votos y mayorías en las instituciones políticas, federales y locales, que dislocaron y desacreditaron al régimen, partidario, electoral y de gobierno de la transición, así como a muchos de sus protagonistas.

Es verdad que lo hicieron jugando con las reglas del régimen de la transición, cargado de claroscuros y manipulable en temas y momentos clave, como también lo es que desde su propia experiencia y visión al fin les fue posible evadir en 2018 y 2024 lo que aún consideran que fueron comicios presidenciales fraudulentos: 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012, cuando la distancia entre ganador y perdedor fue más cerrada o conseguida mediante sofisticada inequidad en la contienda.

Vistas así las cosas, la denunciada “destrucción de la democracia” es bien entendible y responde tanto a una motivación política directa entre líderes y fuerzas en pugna como a razones de estado que en su carácter de responsable central Morena ahora tiene que conducir.

Dado que la transición fue exitosa al trasvasar, innovar y remodelar el antiguo régimen moviéndolo a una condición democrática pluralista, ciertamente tutelada o dirigida a través de acuerdos cupulares interpartidarios y de gobierno en turno, a la vez que fue frustrada porque no se inscribió en un acuerdo más amplio que mutara las relaciones socioeconómicas y culturales a un sistema sustentable, lo que tenemos enfrente no es un elefante inútil sino un ornitorrinco harto de todas las plagas que le aquejan.

Así pues, es visible la exigencia de la mayoría popular que espera que Morena y aliados cumplan más y más con las conquistas perdidas al desgaste del régimen priista clásico y realicen la promesa incumplida del sistema “prian/prd”, posclásico. Los subsidios directos son paliativos bienvenidos, pero no la panacea.

Al mismo tiempo, se escucha el tictac del reloj del movimiento y proyecto de la Cuarta Transformación. Este, para poder pasar a conducir y redirigir dicho proceso histórico ha tenido que forjar alianzas múltiples y concentrar un superpoder que tiene que rendir resultados sostenibles, o bien, arriesgar su propia viabilidad.

A la complejidad problemática heredada del periodo posclásico prianista/perredista se le suma la complejidad del intento de reponer la autonomía del estado para generar las condiciones que permitan transitar al pacto refundante que por ahora se está instaurando mediante reformas y acciones múltiples y apresuradas.

De cualquier forma, es imperativo avanzar hacia el orden social democrático de alta inclusión, lo que en España se denomina “estado constitucional y social”, y al que deberemos agregar, aquí en México, “e intercultural de Derecho”.

Esto es mucho más que la sola noria electoral, aunque ese sistema político actualizado desde luego que debería formar parte del nuevo orden con el propósito de extender, profundizar e intensificar la participación democrática, popular y ciudadana asegurada por las garantías institucionales correspondientes. De esto se trata, por cierto, la reforma electoral que viene.

En síntesis, los dos elementos bien combinados: orden social de alta inclusión y régimen político democrático deberían operar la transformación no solo del rostro sino del alma de la singular nación que mediante gestas históricas extraordinarias y tremendo esfuerzo colectivo hemos construido hasta ahora.