Proyectar escenarios desastrosos se ha convertido para algunos intelectuales y  economistas como una especie de leitmotiv, con una característica muy especial:  esperar las sombras para decir que las cosas no están bien, que no van bien, que  se está gobernado mal. Todo se obnubila por el deseo inconfesable que se tiene de  que la realidad se comporte de tal forma, a tal grado, que en forma fehaciente  podamos repetir: ¡lo advertí, las cosas no van bien! Inconscientemente se aboga  por lo que es feo, malo y triste. Por lo deprimente.

Se buscan incansablemente cifras económicas o sociales negativas y alarmar sobre  ellas, porque lo que predomina es la política o ideología; aun cuando los datos sean  preliminares o aun siendo reales, todavía sean insuficientes para determinar  categóricamente una tendencia. Deseosos de expresar su repudio a un gobierno  que no quieren, se olvidan que millones de mexicanos sufrirían aún más si la  situación adversa - por la desaceleración global - golpeará con mayor contundencia  al país. Se olvidan, entre otros datos, de los siguiente:

  1. Que alrededor del 67% de la población ocupada (37.5 millones de personas)  obtiene ingresos de hasta dos salarios mínimos (hasta 10,372 pesos al mes).  (INEGI).
  2. Que sólo alrededor de 25 millones de personas ahorran en el sistema  financiero formal, y que dicho ahorro pudiera ser aparente porque el 60.5%  se deriva de cuentas de nómina, que es el producto financiero en donde  se depositan los sueldos y salarios. (CONDUSEF).
  3. Que un amplio sector de ahorradores (33% según cifras de Bain & Company)  han reportado estar gastando sus ahorros para afrontar los problemas que  ha traído consigo el repunte inflacionario.
  4. Que un proceso recesivo, como el sucedido en la Pandemia, podría en riesgo  el empleo de 56 millones de personas (INEGI, población ocupada en el  primer trimestre de 2022).

Sirvieron para alertar sobre el panorama sombrío los datos que proporcionó INEGI  sobre el comportamiento del Indicador Global de Actividad Económica (IGAE).  En junio de 2022, en efecto, con respecto al mes anterior se observa una  disminución de 0.4%, existiendo también reducciones de 0.3% en las actividades  secundarias y de 0.5% en las actividades terciarias. Con sólo estos datos, algunos  economistas, auguraron que para el segundo semestre del año se iba a entrar a  una recesión. Los términos que se utilizan, aquí si son relevantes; lo primero es  entender cabalmente ¿qué es una recesión?

Más allá del mismo concepto, tendríamos que adentrarnos a una definición, con su  respectiva metodología, tal como lo hizo Julius Shiskin, quien en 1974 en una  publicación en The New York Times señaló tres factores relevantes para  determinar cuándo se presenta una recesión. Jonathan Heath, uno de los economistas referentes de México y subgobernador del Banco Central, ha insistido  en ello para determinar con mayor certeza cuándo ocurre esta etapa nefasta del  ciclo económico. Los tres factores enunciados por Shiskin son los siguientes:

  1. Duración: Cuando cae el empleo no agrícola, al menos, durante nueve  meses.
  2. Profundidad: Cuando cae el Producto Interno Bruto (PIB) en, al menos, un  1.5% durante un periodo de dos trimestres y hay un aumento en la tasa de  desempleo de más de 2 puntos y a una tasa superior a 6 %.
  3. Difusión: Cuando se expande el desempleo en la mayor parte de la  economía (más de 75% de todas las industrias).

Los economistas para simplificar estos elementos han concluido que se presenta  recesión cuando el Producto Interno Bruto cae durante 2 trimestres  consecutivos. Es obvio que los criterios para declarar una recesión no se han dado,  en ningún sentido, en México: 1) la economía mexicana registró un incremento real  del PIB de 0.9% en el primer trimestre de 2022 y se estima para el segundo trimestre  un crecimiento de 0.4%; de enero a junio de 2022 se crearon 448,560 puestos de  trabajo formales, de los cuales 80% corresponden a empleos permanentes y en  las últimas semanas diversos medios señalan repuntes de industrias estratégicas,  como la automotriz y la de la construcción, impulsada por las obras públicas. Desde  luego, no nos debe dejar de preocupar que la economía mexicana pierda dinamismo  en sus niveles de crecimiento o que no se generen empleos como los que requiere  el equilibro del mercado de trabajo; pero de eso a señalar que se presentará una  recesión en el segundo semestre de 2022 hay un gran trecho.

La puntilla para los agoreros del desastre lo dio durante esta semana el Fondo  Monetario Internacional (FMI), quien mejoró su pronóstico respecto al incremento  anual en 2022 del PIB de la economía mexicana de 2 a 2.4%; ello frente a la  disminución del crecimiento que vislumbra para el mundo de 3.6% a 3.2% y para  economías líderes como Estados Unidos de 3.7 a 2.3%, China de 4.4 a 3.3% y  Alemania de 2.1 a 1.2%.

Para 2023 el pronóstico es menos favorable, porque FMI anuncia un incremento  anual del PIB para México de sólo 1.2%, dentro de la misma desaceleración que  predice para el mundo, con un incremento anual de 2.9%, para Estados Unidos de  1% y para Alemania de 0.8%; lo que contrasta con el gigante asiático, en el que  estima un crecimiento anual de 4.6%. Si se cumplieran estos porcentajes, se diría  que para México en 2022 no habría siquiera una desaceleración y sí, en efecto, para  2023 habría una reducción drástica del ritmo de crecimiento económico.

Hay más datos alentadores, entre ellos, algunos que explican la fortaleza del peso  en los mercados internacionales: el traslado de empresas remotas a México,  principalmente de China, para acercar sus operaciones a Estados Unidos; la  entrada récord de inversión extranjera directa al país (19.4 mil millones de dólares  en el primer trimestre del año) y el pronóstico favorable realizado por el presidente  López Obrador, de una entrada adicional de divisas por 40 mil millones de dólares derivado de la inversión estadounidense entre ahora y 2024. Otros factores que  fortalecen al peso, por el contrario, frenan a la economía y presionan al incremento  de deudas, como lo es el incremento de tasas de interés que ha impulsado el “carry trade” en el mercado de divisas.

No es que el escenario para el segundo semestre de 2022 y para el 2023 del país  sea favorable; por el contrario, la desaceleración que se prevé en Estados Unidos,  que es nuestro principal socio comercial (sólo baste decir que 90% de nuestro  comercio exterior depende de Estados Unidos y que el 75% de la inversión  extranjera directa proviene de ese país) impactará a nuestra economía y a industrias  estratégicas como la automotriz; además la política monetaria ortodoxa presionará  hacia abajo al nivel de crecimiento económico y elevará los costos de las deudas.

Lo que sí debe quedar claro es que con las tasas actuales de bajo crecimiento (pero  de crecimiento, al fin y al cabo) no se pueden elevar las alas sombrías para anunciar  el peor de los escenarios posibles: una recesión con inflación. Peor aún es pensar  que se presentará una recesión en el segundo semestre de 2022, ni Moody’s  predice eso; lo que esta Agencia ha señalado es que la recesión se presentará  inevitablemente durante el segundo semestre de 2023. El pronóstico sombrío para  2022 de algunos economistas e intelectuales obedece más a malos deseos, a una  animadversión enfermiza.