¿Puede un debate decidir el rumbo de una elección? Los intelectuales y los opinólogos afines al frente opositor esperaban un triunfo contundente de Xóchitl Gálvez; de hecho, fue más la percepción del no nocaut la que los llevó a concluir que su candidata había perdido el debate y casi todos coincidieron que por mucho. Apostaron mal, Claudia Sheinbaum está más preparada para ser presidenta: cuenta con un proyecto de nación y está convencida de él; además –como lo hizo ver la última encuesta del periódico Reforma– es más organizada, eficaz, auténtica y honesta que Xóchitl en una proporción de 2 a 1; y añadiría, tiene una mayor capacidad de sistematizar sus ideas y propuestas, tal como se hizo evidente en el debate. No es en vano su calidad de científica.

¿Cambiaría el rumbo de las elecciones si por casualidad Xóchitl ganase los próximos debates o uno de ellos? Pienso que no, porque existen elementos más profundos que fundamentan la decisión de votar o por quién votar; en su caso, con los debates se pueden tener más adeptos, pero eso no va a ser suficiente para modificar la tendencia electoral actual.

De buscar causas más profundas a los simples debates que duran, en promedio, dos horas, se podrían encontrar conceptos como el de la felicidad. En 2019, un estudio de George Ward, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, reveló que la felicidad o el grado de satisfacción que sienten los ciudadanos de un país juega un papel determinante en el número de personas que acuden a las urnas, así como en el sentido que se le da al voto: continuidad o cambio. De modo que, conforme a este estudio, en los países más felices la gente acude más a votar y en torno a esa felicidad votan por opciones políticas similares a las que viven, ejerciendo lo que se llama un voto de continuidad o premio.

Valdría la pena saber si la gente en México es más o menos feliz. La primera fuente por recurrir es el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que en enero de 2024 dio a conocer los resultados del Módulo Básico de Bienestar Autorreportado (BIARE BÁSICA). Sobre ese reporte del INEGI, que se aplica a la población que reside en el ámbito urbano se destacan los siguientes resultados:

  • El balance anímico de la población adulta en enero de 2024 tuvo un valor positivo promedio de 6.6 dentro de una escala que va de -10 a 10; siendo este el valor más alto observado en la serie estadística desde que dio inicio en julio de 2013.
  • La satisfacción con la vida alcanzó una calificación promedio de 8.4, dentro de un rango de 0 a 10, con la siguiente distribución: 7% de la población se considera insatisfecha o poco satisfecha, al reportar un nivel de satisfacción por debajo de 7; 44.9% se encuentra moderadamente satisfecha, con un nivel de satisfacción de 7 a 8; y 48% está satisfecha al manifestar un grado de satisfacción de 9 a 10.

Otro indicador por considerar es el Índice Mundial de Felicidad elaborado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y Gallup. Este índice para el caso de México se mueve en forma errática de 2018 a 2024, alcanzando su nivel mínimo en 2022 con 6.128; sin embargo, es notorio el repunte del índice en 2023 y 2024, al alcanzar una puntuación de 6.330 y 6.678. Destaca que, dentro del ranking mundial, México ocupaba en 2022 el lugar 46 dentro de los 143 países evaluados, para pasar al 36 en 2023 y al 25 en 2024; es decir, México avanzó 21 lugares en el ranking mundial de felicidad en los dos últimos años y en 2024 es el segundo país más feliz de América Latina, después de Costa Rica.

El Índice Mundial de Felicidad que construyen la ONU y Gallup contempla seis factores: PIB per cápita, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción. Cinco de los factores pudieran ser objetivamente medibles, aun cuando uno de ellos –para mí– resulta muy complejo de evaluar: el de la libertad.

Vale la pena señalar que conforme a distintos ejercicios de medición los elementos que inciden en una elección política (continuidad o cambio) son los que se señalan a continuación y con el siguiente orden: 1) felicidad, 2) crecimiento económico; 3) inflación y 4) desempleo. Todos estos elementos se articulan a la vez para que la gente pueda sentirse más o menos feliz. Lo ideal siempre será crecer con una inflación baja o controlada y con un alto nivel de empleo; pero todo esto debe traducirse en un incremento en las remuneraciones o salarios reales, en mejores condiciones laborales y en una mayor capacidad para disfrutar el ocio.

Notables economistas desde los años setenta del siglo pasado, como Kenneth Arrow y Amartya Sen, han hecho hincapié en la necesidad de concebir a la libertad no sólo como una categoría abstracta; concluyendo que la gran limitación de los individuos para escoger y actuar es su nivel de ingreso. Así, el tamaño del ingreso determina grados de libertad para escoger lo que se quiere consumir; para desarrollar capacidades o prepararse; para decidir en lo que uno se quiere ocupar o en renunciar cuando las condiciones laborales no son satisfactorias (movilidad laboral); y para generar un mayor equilibrio entre trabajo y ocio, entendiendo este último como el tiempo que se tiene para la recreación y la convivencia familiar, jugando un papel relevante el tiempo de la jornada laboral y los días de asueto, que se han constituido en derechos laborales que no pueden escatimarse.  En una sociedad con amplia desigualdad de ingresos, muchos tienen una libertad de elección restringida y muy pocos disfrutan de un envidiable grado de libertad.

Es indudable que en México el incremento de los ingresos reales ha incidido en esa mayor percepción de felicidad que se aprecian en las estadísticas: sólo basta decir que el salario mínimo real ha aumentado de 2018 a 2024 en 112% y el salario promedio en el sector formal en 28%. Pero se ha ido más allá, el Gobierno se ha preocupado por contar con un mayor equilibrio distributivo, atendiendo con programas sociales a los sectores y grupos más desprotegidos de la sociedad. Nadie puede negar que sobre estas premisas se ha ampliado el consumo privado del país y que este virtuosamente, a su vez, ha impulsado el crecimiento económico.

Tal vez, el mayor cuestionamiento que se le pueda hacer al actual gobierno es la percepción sobre la corrupción, que todavía se mantiene alta; ello pese a que el Presidente López Obrador insiste en que se ha erradicado. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG) 2023, el 83% de la población de al menos 18 años consideró frecuente la corrupción y 14% la experimentó al realizar trámites, solicitudes de servicio, o al tener contacto con un servidor público. Aun así - en lo que parece contradictorio - de acuerdo con la ENCIG, 59.1% de los mexicanos confía en el Gobierno Federal; índice mayor en 5 puntos porcentuales con respecto al observado en la anterior encuesta (54.1%) y 33.6 puntos por arriba con respecto al índice registrado en 2017 (25.5%), última ENCIG realizada durante el periodo del presidente Peña Nieto.

La convergencia de los diferentes elementos: felicidad, crecimiento económico, inflación a la baja y controlada, casi pleno empleo, incremento en las remuneraciones reales y mayor consumo, así como la mayor confianza en el gobierno federal hacen pensar que la gente se volcará a las urnas optando por la continuidad. Los resultados de la encuesta Mitofsky así lo indican, incluyendo a los jóvenes que tradicionalmente optan por el cambio: 61.6% de la población de 18 a 30 años votaría por Sheinbaum, frente al 20.2% que lo haría por Xóchitl y aun cuando en los otros dos estratos (de 31 a 49 años y de 50 años y más) las diferencias se reducen, las mismas siguen siendo significativas a favor de Sheinbaum.

De ser correctas las apreciaciones de este análisis, la próxima presidenta de México será Claudia Sheinbaum Pardo y lo más probable es que gane la elección por un amplio margen.