Que quieren rediseñar la democracia, modificando el sistema electoral. La presidenta Claudia Sheinbaum nombró a Pablo Gómez como cabeza de una nueva comisión presidencial para este objetivo. Sí, Pablo, el de la UIF, el viejo lobo de izquierda que ha estado en todas, desde el 68 hasta la 4T. La comisión ya es oficial. Sale en el Diario Oficial de la Federación. Su misión: “reformular” el modelo electoral. O sea, cambiar las reglas. Otra vez.
Y mientras todo esto pasa, la mayoría pensando que eso es cosa de políticos, que da flojera y que no importa. Y cómo no pensar esto, si entender la democracia parece ser algo muy enredado (es más que solo ir a votar). Por eso, hoy intentaré explicar lo grave que está por suceder, si sucede lo que el poder desea, pero con una historia estilo chisme escolar.
Necesito que imagines un salón con 30 estudiantes, los cuales deben organizarse para las próximas actividades del mes. La forma de elegirlas es a través del voto. Entonces, 16 dicen querer reguetón todo el día y 14 dicen: queremos clases, debates, libros, música suave.
Gana el reguetón. Democracia pura, ¿no? Claro, la mayoría ganó. ¿Y los 14 restantes, los que perdieron? Pues que se aguanten. Sin embargo, con el tiempo, los 16 estudiantes ganadores deciden que no es suficiente, y organizan otras votaciones. Vuelven a ser favorecidos y logran que ya no haya libros, que se cancelen los exámenes… y que quien no baile, ¡reprobado!
Y como son mayoría, lo logran. Logran todos sus objetivos. Todo por votación.
El problema no es el reguetón. Es el poder sin freno. ¿Te das cuenta de lo que pasó? Los 14 no solo perdieron la votación. Perdieron su derecho a existir en esa comunidad, a no ser tomados en cuenta para nada. Porque cuando la mayoría no tiene límites, no hay convivencia. Hay imposición. Y eso es lo que está en juego con esta “reforma electoral”.
Porque no se trata de decidir si el reguetón es mejor que estudiar. El verdadero punto es que todos —los que quieren perrear, los que prefieren leer, los que solo quieren dormir o hacer ejercicio— puedan convivir en un mismo espacio sin que sus preferencias sean anuladas por la mayoría.
Sí, suena difícil, casi utópico. Pero precisamente por eso existen mecanismos y procesos que nos ayudan a intentarlo. Herramientas que, aunque funcionen despacio y con tropiezos, nos permiten construir acuerdos comunes entre todos.
Para eso están también los plurinominales: sirven para que los que quieren estudiar también tengan voz. Para que, aunque no ganen el primer lugar o sean menos, puedan tener representación. Y así con todos los demás grupos diversos que caracterizan a nuestro México, que está lleno de muchos Méxicos. Los pluris están para evitar que nadie pueda imponer su visión como única verdad.
¿Y sabes qué quiere hacer la comisión de Claudia? Eliminar los plurinominales. Recortar el financiamiento a los partidos.Simplificar todo… lo cual puede sonar conveniente, pero si escarbamos un poquito más de lo superficial, únicamente favorecerá a los que hoy tienen la mayoría.
El papel de Pablo Gómez será la tarea de redibujar el mapa del poder. La presidenta no eligió a un académico neutral. Eligió a un soldado leal. Un político de los de antes con ideología marcada y sin miedo a barrer con lo que considera estorbo. Ahora él va a decidir cómo se eligen los representantes. Quién entra y quién no al Congreso. Cómo se financia (o no) la oposición. Cuántas voces se escuchan… y cuántas se callan.
El tema de la democracia suena muy técnico, muy lejano. Pero no tiene que serlo. Porque de eso depende si vamos a tener un Congreso diverso o uno de un solo color.
No es la primera vez que la mayoría destruye la democracia
En los años 20 y 30, Italia y Alemania vivieron algo parecido. Mayorías que votaron por líderes que prometían orden, limpieza, unidad. Y lo lograron: cambios legales, reformas políticas, nuevas reglas, leyes raciales. Después vinieron los hornos, las listas negras, la represión, mucha violencia.
No es una exageración. Es un patrón. Cuando el poder se reescribe a sí mismo, cuando decide quién entra y quién no, cuando la mayoría aplasta sin límites… La democracia muere en votación unánime y se transforma en una mera simulación. Porque este tipo de régimen ni siquiera asume lo que es. No se reconoce autoritario, pero actúa como tal. Prefiere envolverse en el disfraz de la “democracia del pueblo” mientras manipula las reglas, silencia disensos y concentra el poder.
Así que no, querido lector, no es solo política. Es nuestro derecho a disentir. Es nuestro derecho a no bailar si no quiero. Es nuestro derecho a levantar la mano en medio del ruido y decir: “yo quiero otra cosa.” Por eso existen los pluris.Por eso existen los contrapesos. Por eso hay reglas que nadie debería poder cambiar solo porque puede.
Entonces, cuando te digan que los pluris no sirven, pregunta:¿No sirven para quién?
Porque al poder absoluto, al que ya tiene mayoría, presupuesto, narrativa, reflectores, claro que no le sirve compartir la pista.
Pero tú, que estás del otro lado —o hasta si eres de la mayoría—, por simple supervivencia, destruir a la minoría o a los que están en desacuerdo con quienes tienen el poder, no debería promoverse ni celebrarse.
Todo en exceso es malo, hasta parece esa advertencia en bebidas y alimentos…
Una reforma electoral que fortalezca la democracia es necesaria, pero no para destruir lo que costó tanto construir, y que, además, Pablo Gómez y compañía mucho tuvieron que ver para lograr. Para que ahora, que están en el poder, quieran borrar el camino que los trajo hasta aquí.