España vive en el pasado, con una obsesión enfermiza por su historia (siguen, por ejemplo, indignados con México por una carta de Estado que la monarquía filtró a los medios), por no hablar de sus micronacionalismos arcaicos y balcanizantes, que en lugar de tener a ese país, otrora gran potencia mundial mirando hacia el futuro (como China ó mismo México, por ejemplo), se convierten de a poco en estatuas de sal, que con la mirada en un pasado remoto son incapaces de solucionar problemas básicos como el drama de la vivienda y muchos otros.

Viaja uno por España y es tragicómico ver, en no pocas provincias, hablando su lengua, con banderas de su miniterritorio en los balcones y canales de televisión propios, al tiempo de que la gente pita a su propio himno (y quizás caso único en el mundo globalizado actual); es incluso un riesgo salir a la calle con la bandera... ¡de España! y ser ofendidos y hasta agredidos por tal acción.

Ellos se concentran en un ya lejano en siglos Don Pelayo, en un cid campeador y en un Hernán Cortés; figuras que no son ya hoy ni huesos, en lugar de estar ajustando sus velas hacia el futuro. Y lo peor, convirtiéndose en una suerte de África del Norte, donde las mezquitas y los islamistas inmigrantes se multiplican y su demografía decrece. Las vetustas (y hermosas) catedrales e iglesias católicas son las mismas de, incluso, hace milenios, en cambio.

No faltan allá los tontos que, repito, siguen indignados con México por la famosa carta, al tiempo de México está sacando a millones de ciudadanos de la pobreza, aprovechando la coyuntura de la nueva globalización y tomando a la historia como maestra, no como una tirana paralizante y ridícula.

En fin, yo como español que también soy, hago votos porque España salga de esa espiral de estupidez, vea hacia el futuro y enfrente los problemas verdaderos de su presente. Que su solución no es la división ni el pitar su propio himno ni empeñarse en hablar las lenguas locales (en México se conservan docenas, pero se habla el español). E insisto, se tienen los ojos puestos en un futuro promisorio, no en las pirámides de nuestras civilizaciones primigenias, que si eso fuera, no existiría ni el Infonavit, institución pública que desde hace décadas y hoy mucho más aún, dota de vivienda digna a millones de familias de trabajo, por tanto sin “okupas”, desahucios e incluso suicidios debido al tema, y sin que (por sus muchos problemas) los niños mexicanos como sí los españoles estén en los hechos, en peligro de extinción. O sea, que a olvidarse de AMLO y su carta y a unirse y cohesionarse como la una nación que (se supondría) son, y a utilizar la imaginación en crear instituciones que doten a España de la viabilidad a futuro que, tristemente, hoy carece.