La información española la leí en La Vanguardia, de Barcelona. La reportera Conchi Lafraya hizo muy buen trabajo narrando una mala noticia: el incendio del pasado 22 de abril del restaurante Burro Canaglia Bar&Resto, “ubicado en el número 16 de la plaza Manuel Becerra, en el distrito madrileño de Salamanca”.
Escribió la periodista:
- “El fuego se originó poco después de las 23 horas y las llamas, que se iniciaron cerca de la entrada, se propagaron a toda la velocidad por las paredes y el techo”.
- “Hubo dos personas fallecidas y 10 heridas. Entre empleados y clientes se encontraban allí 30 personas”.
- “El origen de las llamas se atribuye a una pizza que se servía en una mesa con soplete”.
- “La rápida propagación del fuego, al contar con muchísima vegetación artificial en el techo, dificultó la salida de los clientes y trabajadores”.
El incendio en ese establecimiento madrileño inició por la mala utilización de un soplete de cocina, pero el fuego pudo haber sido generado por muchas otras causas.
Si el restaurante no hubiera estado lleno de vegetación artificial la tragedia se habría evitado. Esta es la verdad.
Siempre he pensado que es irresponsable la moda de crear en los restaurantes ambientes selváticos con plantas y flores de plástico y papel.
Acabo de estar brevemente en el restaurante Beluga, localizado en la calle Masaryk de la colonia Polanco en la Ciudad de México.
Me dicen que su cocina es excelente, por eso iba a entrar a pedir una mesa, pero en la puerta me alarmó ver que, por fuera y por dentro, está invadido de vegetación artificial. Así que me retiré.
Por la seguridad de la gente que ahí trabaja y, desde luego, para tranquilidad de su clientela, la alcaldía Miguel Hidalgo y el gobierno de la Ciudad de México deberían exigir a sus dueños cambiar la decoración.
En la administración pública debería ser obligatorio escarmentar en cabeza ajena..., ¿no lo creen así la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum y el alcalde Mauricio Tabe?
Estoy seguro de que ni Sheinbaum ni Tabe se han dado cuenta del peligro de un establecimiento tan cargado de plástico colgante. Les invito a que realicen una inspección; los expertos en protección civil me darán la razón. Y si no me la dan, sería bueno saberlo.
Probablemente en el restaurante Beluga nadie utiliza sopletes, pero la selva artificial es peligrosa y puede arder accidentalmente por cualquier chispa, por ejemplo del sistema eléctrico.
Cito lo que dice del Beluga el sitio de internet de Marco Beteta:
“Al entrar te sientes en un espacio fuera de la ciudad, cientos de plantas y limones adornan el techo del lugar, sus paredes están tapizadas con pequeñas ramas, las cuales forman distintos patrones y te hace sentir como en una palapa en la playa. Sumado al mobiliario, el cual está hecho de materiales orgánicos, nos da ciertas vibras que recuerdan a Tulum”.
Todo eso es inflamable: las plantas y limones de plástico que adornan el techo del lugar, las pequeñas ramas artificiales, hasta lo orgánico de los muebles. ¿O pueden asegurar los propietarios que los materiales han recibido un tratamiento que evitará un incendio? Yo no lo creo, pero ojalá demostraran que exagero.
No sé quién deba exigir una decoración menos peligrosa en el Beluga, si Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la CDMX, o Mauricio Tabe, alcalde de Miguel Hidalgo, pero urge que alguien ponga orden.
Iba a entrar a comer ahí con un amigo. Me dio miedo la selva artificial del Beluga, así que supliqué a mi acompañante ir al restaurante de al lado, el Puerto Madero. Desde aquí dicté la presente columna, aprovechando que esa persona se levantó para hacer una larga llamada con quién sabe quién.