Este 15 de septiembre, durante la ceremonia oficial de “El Grito de Independencia”, en la Plaza de la Constitución de la capital mexicana, –como en muchas otras ciudades de México–, hubo muchos eventos diversos entre sí que a su vez prohijaron y motivaron diversas, pero también distintas proclamas.
Fue un grito sin protocolos ni guías. Ciertamente, nada que pudiera parecerse a los criterios uniformadores dictados desde el centro del país de otros años desde la presidencia de la República o desde Gobernación: tiempos “idos”, tiempos de orden y disciplina. Tiempos que fueron de respeto por los ordenamientos cívicos y por la historia patria.
Hoy, todo ese recuento de hechos significativos para la consolidación del México de nuestros días, simplemente se pretende “reconstruir” a modo, bajo la lógica de que, precisamente, “la historia la construyen los vencedores, pero siempre a su modo y conveniencia”.
Terrible crimen también lo constituye la ideologización de la historia. Sea de un lado o del otro.
De entre las distintas proclamas, en la arenga de la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, por ejemplo, hubo un notorio ensalzamiento a la mujer, “que no es propiedad de nadie” ni del marido, por supuesto, sino propiedad de sí misma (si acaso) y, que fue reivindicada en este sexenio, por encima de la talla y el legado de personajes como el mismísimo general José María Morelos y Pavón.
Al propio tiempo, se ensalzó la figura de heroínas poco conocidas en la historia oficial de la lucha por la Independencia y la reivindicación nacional, así como de causas poco aludidas y quizá poco reconocidas por gobiernos de diferente orientación ideológica, como los que antecedieron a estos dos últimos de la Cuarta Transformación.
Así, se ensalzó a Josefa Ortiz Téllez-Girón (nombre de soltera de Josefa Ortiz de Domínguez, la reconocida esposa del corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, quien también fue un conspirador y buscaba la independencia), y después de ella, se hizo alusión con un “viva” a José María Morelos; menos mal que la presidenta abrió con el tradicional “viva” a Miguel Hidalgo y Costilla, figura icónica, pero no tan determinante como Morelos en la causa independentista de la Nueva España.
A continuación, y entreveradas, las heroínas con los héroes varones tradicionalmente conocidos, vino el “viva” a Leona Vicario, después del de Allende, la alusión a Gertrudis Bocanegra, después del mismísimo Vicente Guerrero, un “viva” a Manuela Molina ‘la capitana’, luego, la alusión a las heroínas y a los héroes anónimos, a las mujeres indígenas, a las hermanas y hermanos migrantes, a la dignidad del pueblo de México, entre otros.
Sublime, indiscutiblemente, el propósito argumentativo de su grito del lunes de la ciudadana presidenta, al que habría que agregar, el “viva la revolución maya” (sic) o el “viva la revolución de las conciencias”, expresado por algunos gobernadores y alcaldes de la 4T, como el de Yucatán y el alcalde de Naucalpan, respectivamente. Era el momento de ellos, pues sí, es el grito desde la izquierda en el poder.
Mientras que, por su parte, destacó, también por su congruencia de política ‘centrista’, el grito de la alcaldesa de Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, quien entreveró entre los “vivas tradicionales”, varios significativos “mueran”, como el “¡mueran los vicios corruptos y la doble moral que golpea a nuestro pueblo!”. “¡Muera la impunidad y el mal gobierno!“, “¡vivan las madres buscadoras!”, “¡vivan las y los mexicanos que luchan contra la violencia y la discriminación!”, “¡viva la sociedad civil!”, “¡viva la resistencia democrática!”.
Significativa, indiscutiblemente, la arenga de la bella alcaldesa de Cuauhtémoc, pues seguramente muchos de sus “vivas y sus mueras”, se hubieran escuchado muy bien en la arenga pronunciada por la presidenta Sheinbaum; aunque Alessandra Rojo incurrió en el error neurálgico de la crítica enderezada desde este espacio, una situación que también reprodujo la ciudadana presidenta de la República y muchas políticas feministas empoderadas de este país: desatendieron la jerarquía histórica de las figuras centrales de la guerra de Independencia y, como en todo homenaje de Estado, ésta es una de las reglas que se deben de atender, indefectiblemente.
La alcaldesa Rojo de la Vega, no obstante lo contundente y puntual de sus proclamas, no respetó el orden en que pronunció la serie de proclamas a los diferentes personajes y empezó, por ejemplo, con un “viva Leona Vicario” y, solo después de ella, vino el “viva Miguel Hidalgo” y, luego, hasta un cuarto lugar, al general Morelos; después de Josefa Ortiz de Domínguez.
Y no es criticar la muy loable reivindicación de las heroínas, en un sexenio merecidamente consagrado al valor de la mujer es la valoración que debe darse a nuestros héroes en función de su peso específico y su aportación al curso de la historia nacional y universal porque eso no varía; eso es una constante.
Veamos:
Morelos es el héroe nacional más injustamente tratado en la narrativa oficial de todos los tiempos en México y fue remitido en la mayoría de los “gritos” hasta el tercero o cuarto lugar.
José María Morelos y Pavón, el “generalísimo”, es el personaje más importante en la consolidación del movimiento independentista de México, solo por encima –y ligeramente– del estratega y valiente peninsular llamado Agustín De Iturbide, quien evitó sagazmente que terminásemos cayendo en poder del imperio británico o en las garras de los expansionistas terratenientes sureños norteamericanos, que algunos años después serían los aguerridos esclavistas confederados, en la “guerra de secesión” estadounidense.
Aunque a Iturbide los “antigachupinistas” no lo quieren por su condición de español, es también un héroe nacional, pero volvamos a nuestro personaje central: Morelos.
Si hay algún personaje que en estos tiempos de “reivindicación a los pobres y a las clases populares”, que tanto proclama la Cuarta Transformación desde los gobiernos que de ella han emanado, es José María Morelos y Pavón, el personaje más “mundano” y valiente de los próceres de la historia mexicana.
Morelos fue, como Benito Juárez, producto de su esfuerzo y sacrificio personales, un producto raro para su época, en un virreinato que se preparaba para convertirse en una incipiente nación, pero depauperada y plagada de necesidades, venida a menos por la cada vez más inminente caída del reino español en el concierto universal, donde la revolución industrial se instalaba, trastocando la preponderancia de cualquier forma de fe religiosa, en la “fe al progreso material”; y por su parte, la ilustración había hecho su trabajo en las mentalidades de los pueblos del centro y del norte europeos, propiciando que la visión tradicional de España, un pueblo católico, eclesiástico, llegara tardíamente a reconocer la supremacía de la percepción para entender un fenómeno y su origen, por encima del dogma tradicional religioso.
José María Teclo Morelos-Pavón y Pérez, nacido en la Valladolid mexicana de 1765 (hoy Morelia), fue hijo de un carpintero indígena y de una mujer criolla. Tuvo una infancia marcada por las dificultades económicas; por su pobreza fue un autodidacta que capitalizó asombrosamente todos los libros que en su adolescencia y juventud logró asimilar por medio de la lectura.
De una inteligencia notable, el joven Morelos se convertiría con el tiempo -gracias al conocimiento adquirido y a su intuición innata-, en el gran estratega militar del movimiento insurgente en el sur del país, que vino a debilitar el estado de fuerza del ejército realista del virrey José María Calleja, en una de las arterias más estratégicas y “dinerosas” para el virreinato de la época, cada vez más independiente financieramente del poder de Madrid: la salida a Asia, es decir, el puerto de Acapulco, por donde se generaba el comercio ya consolidado para entonces con la colonia española nombrada desde entonces “Filipinas”, en honor a San Felipe de Jesús (el primer “santo mexicano”), y no en honor a Felipe “el hermoso” (Felipe I de Castilla), como ha sido la falsa creencia.
De ese comercio había un arancel muy considerable del que vivían la administración y la burocracia del virreinato.
Morelos asfixió el paso del recurso financiero desde Acapulco hasta la Ciudad de México.
Pero el estratega militar Morelos, el sacerdote católico (porque estudió en el Seminario de San Nicolás y ejerció casi once años), cuando se supo que tuvo esposa y descendencia, con todas sus virtudes y potencialidades, languideció de frente al gran ideólogo y hombre de Estado que fue y pudo ser más.
Si algún sitio considera el suscrito digno de visitar, viajando a través del tiempo, sería muy seguramente, el librero personal del cura José María Morelos, donde se podrían encontrar libros maltrechos y averiados por el uso, el manejo y la humedad, recién llegados del “viejo mundo”, vía Tampico o Veracruz, autoría de un Jeremías Bentham o quizá hasta de un John Austin, primeros filósofos del derecho y la sociedad que concibieron un formato para explicar la ley en sus formas más primigenias, pero sobre todo su espíritu, su entelequia misma, que se ha venido malinterpretando y hasta prostituyendo con el paso de los siglos.
De Jeremy Bentham, seguramente, el joven ideólogo liberal José María Morelos, extrajo los principios fundamentales del concepto mandato, soporte conceptual de la categoría lingüística y filosófica llamada norma.
Para construir las primeras normas en México, de que se tiene memoria formal, José María Morelos partió de los atributos de todo mandato: que sea claro, preciso, coherente, entre otros. Así como las principales características de toda norma: que tenga expresión, conexión, diseño.
Por su conocimiento de estos temas, manejados por Bentham, pero retomados más adelante por John Austin, de manera más precisa y elaborada, Morelos pudo confeccionar el embrión más avanzado para su tiempo, de lo que sería indudablemente, el primer ordenamiento de carácter supremo y general en nuestro país: Los Sentimientos de la Nación, en 1813.
Este sublime trabajo refleja, precisamente, lo que era el pensamiento jurídico más avanzado de la época, producto de la ilustración, por supuesto: la teoría del mandato de Jeremy Bentham, su origen eminentemente popular y su conexión con otras normas, para dinamizar su interpretación y aplicación, favoreciendo una armonía entre la población, sustentada en la utilidad personal y colectiva en el beneficio o bienestar social (teoría del ‘utilitarismo’).
Y tan es clara la influencia de Los Sentimientos de la Nación, de Morelos en la primera constitución mexicana, como lo fue de Apatzingán en 1824, que el sentido de la redacción de algunos artículos sigue siendo en esencia el mismo, no solo en la Constitución de 1824, sino que se proyectó en la Constitución liberal de 1857 y hasta en la actualmente vigente de 1917, en artículos como el 40 y el 41 constitucionales, que marcan claramente los atributos de la forma de organización de nuestra República, que es representativa, democrática, laica y federal; así como la forma de nuestro régimen de gobierno, que es desde entonces republicano, es decir, que marca la necesaria división de poderes.
Artículo 40: “Es voluntad del pueblo mexicano, constituirse en una República Representativa, Laica y Federal…”
Artículo 41: “El pueblo ejerce su soberanía a través de los Poderes de la Unión…”
Aquí están claramente marcados los lineamientos básicos para construir la norma en los términos originales de Bentham. Se expresa el mandato, el origen que tiene (el pueblo) y a quién se dirige o sobre quién surte efectos (también sobre el pueblo), pero explicado de manera clara, precisa y conexa sobre sus alcances y límites.
Un pionero de la legislación moderna, no solo de las formas de diseñar y administrar un Estado, lo que fue también, el llamado “Siervo de la Nación”, discípulo de Miguel Hidalgo en San Nicolás, el general José María Morelos y Pavón.
Así, que dicho sea con todo respeto, personalmente, para la memoría de ellas, no creo que tenga punto de comparación la aportación de Leona Vicario, una aristócrata que apoyó con su fortuna a la causa de la Independencia o a los servicios prestados por conspiración y espionaje en el caso de Gertrudis Bocanegra o el de ‘La Capitana’, a la aportación de Morelos.
Morelos y Pavón fue tres veces valioso por los tres ámbitos de su aportación a la lucha independentista: como estratega y héroe militar; como sacerdote de ideas avanzadas o líder social y, como ideólogo o legislador embrionario del México liberal y republicano de nuestros días. Morelos emerge muy por encima de cualquier figura de la historia.
No en balde, el mismísimo Napoleón Bonaparte, en su tiempo se refirió a Morelos: “Con tres generales como Morelos, conquisto el mundo entero”.
Héctor Calderón Hallal: @pequenialdo; @CalderonHallal1;