En vez de que el panorama mejore o que se muestre cordura y respeto por la sucesión presidencial adelantada pasa todo lo contrario: hemos vivido un proceso prematuro donde ha predominado todo menos la democracia y la pluralidad.

Todas esas acciones encierran un solo propósito: posicionarse en el ánimo de la población civil sin importar las estrategias de propaganda, incluso los mecanismos de publicidad como espectaculares y anuncios costosos por todo el país.

Eso tuvo lugar desde que el presidente mencionó el tema en Palacio Nacional. La cuestión es que, en esa tribuna, se pasó por alto el nombre de Ricardo Monreal cuando sabemos que, cerca del 18% de la militancia y simpatía de Morena, se inclina por el zacatecano. Otro de esos matices que envuelven esa situación de exclusión en voz del propio mandatario ha sido los elogios lanzados a Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Adán Augusto que llevan -en medio de los cumplidos- el título de “hermanos”.

Para desgracia del partido Morena eso está generando una división interna, odio y exacerbación. Fue un error haber anticipado tanto el proceso interno del partido no sólo por lo que está desencadenando hacia el interior del seno de las estructuras, sino por los desencuentros que pueden ocurrir a futuro.

Es cierto que la opinión del presidente es muy fuerte y repercute en los temas dominantes de la agenda pública, sin embargo, hay un inmenso porcentaje de simpatizantes del partido que ha hecho sentir su presencia para que escuchen su punto de vista del proceso interno. Y eso, hasta ahora, se está sintiendo para manifestarse por la equidad del desarrollo, debido a que hay tintes claros de segregación y favoritismo.

La cuestión es que, en esa tesitura, solo se favorece a tres cuando son cuatro aspirantes a la silla presidencial de Morena. De hecho, ni esa propia segregación ha podido sustituir o diluir el nombre de Ricardo Monreal de la lista de presidenciables del lopezobradorismo. Es más, prescindir del nombre del coordinador de los senadores de Morena en la tribuna de Palacio Nacional significa un revulsivo positivo para Monreal porque paradójicamente crece en medio de ese clima de marginación.

Es curioso, pero toda indirecta o gesto de exclusión hacía Ricardo Monreal es visto como un aspecto positivo. Su nombre, aunque no lo mencione el presidente, está presente en la corriente de opinión, incluso de la propia prensa nacional, de los analistas y de la sociedad en general. Desde ese punto de reflexión hay un porcentaje importante de militantes y simpatizantes de Morena que se muestran renuentes a aceptar la exclusión.

Piden, como lo ha hecho el coordinador de los Senadores de Morena, piso parejo en una cancha en que el acceso no debería ser limitado, sino plural y sin trabas. Por un lado, reconocer a Claudia, Marcelo, Adán Augusto y Ricardo Monreal bajo las mismas condiciones. Esto puede llegar a ocurrir -en primera- porque es fundamental. Un proceso sin unidad corre el riesgo de romperse a la mitad del camino.

Eso lograría pasar en Coahuila si no ponen la atención que merece el proceso. Esa misma tensión se puede trasladar o, más bien, hay gestos de esa naturaleza en el proceso presidencial anticipado. Por tal motivo, es fundamental que el presidente reconozca a Ricardo Monreal bajo las mismas circunstancias que a Claudia, Marcelo y Adán Augusto.

Finalmente, el error más grande que puede llegar a producir una fractura interna irreparable es la segregación. Y para lograr que las condiciones se tornen en un clima de unidad es importante garantizar piso parejo en este nuevo año 2023.

Fue -hasta cierto punto- normal la reacción que tuvieron los aspirantes presidenciales que levantaron la mano, sin embargo, justo cuando eso pasaba surgió un esquema de publicidad descarado a favor de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México por todo el país en casi tres semestres desde que el presidente abrió el juego.

Aspectos como estos han manchado el proceso interno y hablan de la iniquidad que existe. Por ello, creo que el 2023 es un buen inicio para demostrar pluralidad y respeto a quienes han levantado la mano.

Qué sea una lucha justa donde reine el respeto por todos; que la misma sociedad -con el método que acuerden- sea quien elija a través de mecanismos transparentes que no dejen margen a la suspicacia y la sospecha que ha generado -en este momento- los gestos de exclusión, aunque también de favoritismo.